Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Ser y misión del laico (I)

por Corazón Eucarístico de Jesús

La naturaleza del fiel seglar, su vocación y su misión, así como su inserción y lugar propio en la Iglesia, vienen determinadas por la impronta del Bautismo y de la Confirmación. Es importante descubrirlo, es necesario reconocerlo.
 
La Iglesia, con el Concilio Vaticano II, ha pronunciado palabras importantes sobre el laicado, no atribuyéndole nada que antes no tuviera o no fuera, sino impulsando a vivir con hondura y señalando el horizonte hacia el cual encaminarse. Han sido palabras -en sus documentos- de ánimo, estímulo y envío.
 
 
Tampoco ha sido una inversión de la Iglesia misma, ni mucho menos, otorgando una ficticia independencia "a la base" en palabras tan manejadas, oponiendo "la base" a la jerarquía. El laicado está en la Iglesia, es parte vivísima de la Iglesia y la jerarquía, o sea los pastores legítimamente constituidos, son los responsables de la guía pastoral de la Iglesia sin pretender crear una división de clases, una lucha de clases y una oposición nada evangélica.
 
Catequesis ésta sobre el laicado para considerar la naturaleza y la dignidad del fiel laico correctamente sin desviaciones ni reduccionismos ideológicos ni prejuicios provenientes de la secularización.
 
 
"En el curso de esta breve conversación nos parece indispensable resumir algunas afirmaciones fundamentales, lo que la Iglesia piensa de vosotros, queridos seglares católicos. Como los navegantes, en el curso de su itinerario a través de la inmensidad del mar, “fijan el rumbo”, es decir, determinan su posición y su orientación, así también nos parece que vuestro tercer Congreso mundial requiere que se pongan en evidencia las adquisiciones doctrinales proclamadas por la Iglesia en esta fase más reciente de su historia, y especialmente en el Concilio Vaticano II.
 
 
 
Reconocimiento solemne de la Iglesia a los seglares
 
 
 
No se trata de cosas nuevas, pero sí de cosas ciertas, importantes, y, para vosotros que las escucháis y las meditáis aquí, cosas fecundas y de una inmensa riqueza vital. He aquí la primera: la Iglesia ha tributado al seglar, miembro de la sociedad a la vez misteriosa y visible de los fieles, un reconocimiento solemne. He ahí, permítasenos la palabra, una antigua novedad. La Iglesia ha reflexionado sobre su naturaleza, sobre su origen, sobre su historia, sobre su aspecto “funcional”, y ha dado la más digna y rica definición del seglar que a Ella pertenece: le ha reconocido como incorporado a Cristo, sin desconocer, por ello, su característica peculiar, que es la de ser un hombre de este siglo, un ciudadano de este mundo que se ocupa de las cosas terrestres, que ejerce una profesión profana, que tiene una familia, que se entrega, en todos los dominios, a los estudios y a los intereses temporales.
 
 
 
 
La Iglesia ha proclamado la dignidad del seglar, no solamente porque es hombre, sino también porque es cristiano. Le ha declarado digno de ser, en la forma y medidas convenientes, asociado a las responsabilidades de la vida de la Iglesia. Le ha juzgado capaz de dar testimonio de su fe. Ha reconocido al seglar –hombre y mujer- plenitud de derechos: derecho a la igualdad dentro de la jerarquía de la gracia; derecho a la libertad en el cuadro de la ley moral y eclesiástica; derecho a la santidad conforme al estado de cada cual.
 
 
 
Se diría incluso que la Iglesia se ha complacido, en cierto modo, en manifestar esta doctrina sobre el laicado: tan numerosas son las expresiones que sobre este tema se leen, se repiten, se entrecruzan en varios de los documentos conciliares. Y si puede decirse que en sustancia la Iglesia siempre había pensado así, hay que reconocer que jamás se había expresado con una insistencia semejante, con una amplitud igual.
 
 
 
De buena gana, pues, Nos os repetimos aquí este reconocimiento del seglar, en la Iglesia de Dios, feliz de confirmar las palabras del Concilio; feliz de ver en ellas el resultado de un proceso teológico, canónico y sociológico, deseado desde mucho tiempo atrás, y por numerosos espíritus clarividentes; feliz de fundar sobre él las esperanzas de una iglesia auténtica, rejuvenecida, hecha más apta para cumplir su misión de salvar al mundo en Cristo.
 
 
 
 
Lo que pueden y deben hacer los seglares
 
 
 
Pero todavía no está todo dicho, queridos hijos e hijas, cuando se ha reconocido y proclamado lo que vosotros sois en la Iglesia de Dios. Hay que reconocer y proclamar también lo que podéis y debéis hacer, lo que vosotros, católicos consagrados por propia voluntad al apostolado, hacéis ya efectivamente. Y henos con esto en el meollo de la cuestión, en la definición misma de vuestro ideal y de vuestros esfuerzos, en lo que el mundo entero puede leer en el título de vuestros Congresos: el apostolado de los seglares.
 
 
 
Aquí nuestro apuro es grande: pues Nos no sabríamos deciros de otro modo lo que el Concilio ha proclamado, con una incomparable autoridad y con fórmulas muy estudiadas, notables al mismo tiempo por la precisión y por la riqueza de su contenido.
 
 
 
El principio básico se halla establecido –y ello indica ya suficientemente su importancia- en el texto mismo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia. “Los seglares –leemos allí- congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en el único Cuerpo de Cristo, bajo una sola cabeza, son llamados, cualquiera que sean, a cooperar con todas sus fuerzas como miembros vivos al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación… Así, pues, incumbe a todos los seglares la noble empresa de colaborar para que el divino designio de la salud alcance más y más a todos los hombres de todos tiempos y de todas las tierras” (LG, n. 33).
 
 
 
La Iglesia, pues, reconoce como veis, al seglar, no sólo como fiel, sino también como apóstol. Y abriendo ante él un campo casi ilimitado, le dirige con confianza la invitación de la parábola evangélica: “Id vosotros también a trabajar a mi viña” (Mt 20,4). Este trabajo será múltiple y diversificado. El Decreto conciliar sobre el apostolado de los seglares a su vez, después de haber sentido firmemente el principio de que “la vocación cristiana es también, por naturaleza, vocación al apostolado”, consagra dos capítulos enteros a detallar los “diversos campos” y los “diversos modos” de este apostolado. Estos textos os serán seguramente familiares. Baste haberlos mencionado para reforzar en vuestras almas, queridos hijos y queridas hijas, la convicción inquebrantable de la realidad de la llamada que la Iglesia os dirige en este mediar del siglo XX; de la amplitud de las responsabilidades que Ella os invita a asumir para hacer avanzar el Reino de Cristo entre vuestros hermanos, para ser plenamente, tal como os invita el tema de vuestro Congreso, “el Pueblo de Dios en el itinerario de los hombres”. 
 
(Pablo VI, Disc. al III Congreso mundial del Apostolado seglar, 15-octubre-1967).
 
 
 
Releamos atentamente la catequesis y parémonos en los puntos subrayados. Bien entendidos y asimilados, nos libraríamos de la concepción secularista del laicado dentro de la Iglesia que tantas veces se ha enseñado y se ha potenciado otorgando a los seglares funciones en la Iglesia de tal magnitud que reducían al mínimo su acción social-cristiana en el mundo y convertían el ministerio ordenado, en última instancia, en un dispensador de servicios sacramentales casi sin voz ni voto ni función de regir al pueblo cristiano.
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