Martes, 16 de abril de 2024

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Señor, he aquí la oración que nunca hago...

por No tengáis miedo

Señor Jesús. Por tantas veces en las que no te hablo, en las que paciente esperas las palabras nunca llego a dirigirte, quisiera hoy abrirte mi corazón, y decirte que…

Quisiera amarte más. Que tu nombre ocupase mis pensamientos, que tus palabras estuviesen siempre en mi boca. Que a ti se volviese mi corazón desde el despertar, y que en mí palpitases hasta velar en la noche mis sueños.

Quisiera vivir apasionado por ti. Sin reservas. Hacer tuyo mi tiempo, mis proyectos, mi familia, mi vida. Creer sin dudar que no existe otra causa a la que merezca la pena entregar ni un solo minuto de mi existencia.

Quisiera confiar ciegamente en ti. Vivir sin miedo. Sin miedo al mañana, sabiendo que tú provees por mí, por cuantos me rodean. Sin miedo por mis hijos, que son tuyos antes que míos, amados por ti aún más que por mí. Sin miedo al dolor, a la enfermedad, a la muerte. Sin miedo al Evangelio, a que se cumpla en mi vida, a llevar a cuantos me rodean la esperanza, la luz, la Verdad que guarda.

Quisiera creer más en Ti. Creer en tu poder, que obra milagros allá donde yo veo causas imposibles. Creer en tu misericordia, capaz de amarme y levantarme cuando desespero conmigo mismo y mi pobreza. Creer en tu santo nombre, que sana las heridas que parecieran incurables.

Quisiera ser el último entre los últimos. Aborrecer todo reconocimiento de este mundo, aprender a vivir como el siervo que hace lo que tiene que hacer. Sin esperar agradecimientos, sin más recompensa que la de que tu nombre sea exaltado, y sin que nadie pudiera frustrarme por recordarme lo que en verdad soy: un pobre e incapaz hombre. Consciente de que, si hay algo bueno en mí, es tuyo, y está a tu servicio, para que sirva de gloria a tu Reino, donde la belleza no perece, donde la caridad es eterna, donde aspira mi alma a descansar, a tu lado, por siempre.

Quisiera que mis ojos brillasen con la fuerza de quien ha sido tocado por Ti. Que bastase mi mirada para denotar que mi vida cambió, que Tú la transformarte, que hay un verdadero sentido en ella, reflejo de que es imposible haberte conocido y seguir siendo el mismo. Quisiera ser auténtico.

Quisiera ser tu discípulo. Aprenderlo todo de Ti. Tener sed de Ti, de tus palabras, del susurro de tu dulce voz. Acallar el ruido y bullicio, para saber escucharte cuando tengas a bien hablarme. Y ser paciente en tus silencios, y ser fuerte en las pruebas, gozoso en la certeza de que no es el discípulo más que su Señor.

Quisiera tener más fe. Temblar de asombro cuando tu cuerpo es alzado en la Eucaristía; ser capaz de deleitarme con tu presencia en el sagrario, y reconocerte en todos aquellos que sufren, que denuncian mi comodidad, conformismo y burguesía. Quisiera tener más entrañas de misericordia.

Quisiera, en fin, que al final de mis días no tuvieras que decirme las mismas palabras que al apóstol: ¿tanto hace que estoy contigo, y no me conoces? Que no sea así, Señor, pues como decía el poeta, si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido…

¡Escucha mi súplica Señor, y la de cuantos hermanos se quieran a ella unir! Atiende nuestro ruego, y danos tu bendición, amén.

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