Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Santos fundadores y santos laicos


¿Cuándo los seglares seremos considerados, allí donde nos encontremos, "ciudadanos" de pleno derecho en la Ciudad de Dios, dentro de la diversidad de funciones y responsabilidades? ¿Cuándo ciertos párrocos absorbentes dejarán de actuar como dueños personales de sus parroquias?

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

En el cuaderno que nos han entregado a los participantes en el Plan Diocesano de Evangelización, se presentan como Testimonio de los santos a dos fundadores de institutos de atención a dolientes, San Camilo de Lelis (15501614), que fundó la orden hospitalaria que lleva su nombre, y Santa Soledad Torres Acosta (18261887), fundadora de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos. Se supone que se presentan estos santos como ejemplos a imitar, pero a imitar ¿en qué?

Teniendo en cuenta que hoy la generalidad de los enfermos en España están atendidos -en la Comunidad de Madrid con notable eficacia- por los centros de salud locales y los hospitales de la red pública de sanidad, ¿en qué podemos imitar a estos santos en nuestro quehacer cotidiano?

En todo caso, nos pueden servir de modelo por su abnegación, su entrega total a la obra que crearon, su dedicación absoluta al prójimo desvalido y necesitado, en el mas puro signo de caridad, de amor fraterno, de seguimiento a Cristo.

Pero, me pregunto, ¿no habían otros santos más próximos a los hombres y mujeres de nuestra época, santos laicos que reflejaran más directamente el sentir de de las gentes de hoy? Tal vez no, porque si uno se fija en los santos canonizados en los últimos tiempos, es muy raro, rarísimo, que se cuele un seglar entre la legión de beatos y santos mayormente fundadores, elevados a los altares. ¿Acaso está vedada la santidad a los laicos, su acceso a la gran casa del Padre? ¿O tal vez nadie repara en que pueden existir seglares testigos de fe en este mundo áspero en el que vivimos? La Iglesia de hoy está muy clericalizada. Muy reducida a la jerarquía, al clero y a las monjas y religiosas. De hecho, los laicos, antes llamados seglares, formamos poco más que el “montón” informe del pueblo de Dios.

Puedo hablar por mí, por mi experiencia personal. Les cuento. Vivo “exiliado” -según mis amigos- en un municipio de la sierra de Madrid de 6.500 habitantes. La alcaldesa -va por la tercera legislatura-, madre de familia numerosa, todavía joven, licenciada en Económicas, piadosa -es de los “nuestros”- y un encanto de mujer, con frecuencia me requiere, como plumilla profesional, para que le redacte algunos textos que necesita. Lo hago de mil amores y premura sin pedirle nada a cambio. Me basta y sobra con su confianza y cariño. En cambio, el párroco, al que me he ofrecido en más de una ocasión para mejorar, por ejemplo, la dicción de las lecturas litúrgicas hechas por los fieles, que dejan bastante que desear como en la gran mayoría de las parroquias, nunca toma en consideración el ofrecimiento. Se trata sólo de unas pocas charlas y algunos ejercicios puntuales. Pues nada. ¿Qué sabré yo, un simple laico, de cómo leer en la misa, aunque me haya especializado en técnicas de comunicación?

En otros tiempos, cuando el párroco anterior, un tanto rústico y especialista en pelearse con la gente, pero generoso y desprendido como pocos, mi mujer y yo dimos catequesis de primera comunión y varios cursillos prematrimoniales. No lo debíamos hacer tan mal cuando niños y adultos guardan de nosotros un muy grato recuerdo. Además mi mujer, como florista de escuela y profesión, prestaba todo su arte y tiempo en los arreglos forales parroquiales cuando ello era apreciado.

Naturalmente, cuando me veo marginado, me entra la sensación de que, en lugar de feligrés, soy simplemente un cliente -que nunca tiene razón-, un mero consumidor de servicios religiosos en la “tienda” del cura, muy dado a pedir dinero extra por esto o lo otro. Ello no daña ni merma mi fe. Me siento muy cómodo y acogido en el círculo parroquial. Aun siendo “forastero” en un pueblo muy tradicional, gozo de la amistad y el afecto del pequeño grupo que a diario nos encontramos en misa. Y muchos de la misa dominical.

¿Cuándo los seglares seremos considerados, allí donde nos encontremos, “ciudadanos” de pleno derecho en la Ciudad de Dios, dentro de la diversidad de funciones y responsabilidades? ¿Cuándo ciertos párrocos absorbentes dejarán de actuar como dueños personales de sus parroquias? ¿Cuándo aceptarán y estimularán sin reticencias la colaboración sincera y leal del personal de a pie en las muy variadas tareas apostólicas? Señores párrocos exclusivistas, bajen, por favor, de su pedestal, que Iglesia, como Hacienda, “somos todos”.
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