Sábado, 20 de abril de 2024

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San Malaquías, la profecía

por César Uribarri


26 de septiembre de 1961, el santo Padre Juan XXIII publica su primer apéndice a la encíclica sobre el Rosario. Y con ese tono familiar del que gusta, traerá a la memoria a León XIII con las siguientes palabras: “Recordamos ahora cómo aquel gran Pontífice, que ya fue luz y guía de nuestro espíritu en nuestra formación…”. Sí, León XIII, luz y guía. Es una constante. Cada vez que Juan XXIII habla sobre León XIII aparece el término luz. Veámoslo ahora con su afamada encíclica Mater et Magistra. De nuevo la luz al hablar de Leon XIII: “ ha sido y es sin duda, la luminosa encíclica Rerum novarum, promulgada por León XIII…”.


Quizá sean detalles que pueden pasar desapercibidos, pero es llamativa la relación casi continua que establecía Juan XXIII entre el papa León XIII y la luz. Y ¿porqué llamativo? Porque es la luz, en concreto la luz en los cielos, el lema que de la profecía de san Malaquías le corresponderá a León XIII. Cuanto menos no deja de ser sorprendente que el mismo papa que puso en solfa a los profetas de desventuras sea quien, paradójicamente, haga del acervo malaquiano un lugar común. Y no de una profecía cualquiera, sino justo la de san Malaquías, aquella que la tradición popular había visto como la cronología del fin del mundo, medido esta vez con el reloj de los Papas.

 
Pero, ¿qué es eso de san Malaquías? En cierto modo era la profecía por antonomasia del pueblo cristiano. Y si hoy Nostradamus ha silenciado en la memoria colectiva la pasión y admiración que en su día despertara esta profecía, no se debería olvidar el lugar principalísimo del que gozó a lo largo de siglos. Y es que la profecía dicha de san Malaquías no es más que una relación de lemas alegóricos que corresponderían a cada papa hasta el fin. Al menos eso dice la profecía: fin. Y claro, tan tajante afirmación genera una atracción tal sobre lo desconocido, lo viniente, que tenía al pueblo cristiano entusiasmado ante la comprensible sencillez del reloj de nuestro destino. Bastaba con saber el lema que correspondía a cada papa para, simplemente tirando de dedos, calcular los restantes. Y así, a la cuenta de la vieja, parecían dominarse los inescrutables designios del Altísimo.
 
 
La relación profética constaba de ciento once lemas, breves, alegóricos. Y cada lema se correspondía a un papa. Evidentemente no son todos los papas de la historia, sino que el inicio de la relación habría de fijarse en Celestino II. Y como dice wikipedia, “tras estos 111 lemas proféticos atribuidos a San Malaquías, terminando con De Gloria olivæ (que se correspondería con el actual papa Benedicto XVI), aún aparece en el Lignum Vitæ (libro en el que se recogió la profecía por primera vez) un 112ª lema seguido de una coletilla de tonos apocalípticos:
 
 
[...] Gloria olivæ.
In prosecutione extrema S.R.E sedebit.
Petrus Romanus, qui
pascet oves in multis tribulationibus:
quibus transactis civitas septicollis diruetur,
et Iudex tremendus iudicabit populum suum. Finis.
 
Que en castellano significa:
 
«[...] La gloria del olivo.
Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará.
Pedro el Romano, quien
apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones;
tras lo cual, la ciudad de las siete colinas será destruida
y el tremendo Juez juzgará a su pueblo. Fin.»”
 
 
Años ha bastaba con traer a colación la lista de estudiosos de tal profecía para comprender la importancia y seriedad que se le otorgaba a la relación papal. Pero la atrevida ignorancia de nuestros tiempos quiere ubicar en el mismo y esotérico cajón del tarot o el viaje astral tan aclamada profecía. Y al final, el sentir del vulgo acaba afectando a quien debe decir y decidir, operándose ese misterioso contagio a la inversa, por el cual quien debía empujar hacia arriba de los otros, es arrastrado hacia abajo. Es un hecho, busquen prohombres de Dios, de la Iglesia, que hoy hablen de esto públicamente. Pues hasta hace bien poco esto no era así. El mismo Juan XXIII no tenía reparo, cuanto menos, en recoger el acervo cultural de esta profecía. Acervo que  pertenecía al imaginario occidental tanto como el santo grial o los jinetes del Apocalipsis. Acervo cultural de toda la Iglesia, incluidos los mismo papas, desde luego, que gustaban de relacionarse tanto a sí mismos como a sus antecesores con el lema malaquiano correspondiente. Conocido es el fervor de Pío XII por su lema, hasta el punto de que permitió (hay quien dice que impulsó) un documental biográfico titulado… sí, titulado como su lema malaquiano: Pastor Angelicus. Hasta Wikipedia se hace eco de tal gracieta. Pero es que así fue.

 
Cierto que el suma y sigue papal es un continuo; incluso  la historia de los cónclaves nos muestran pugnas cardenalicias por el control del papado en virtud de algún detalle familiar, personal o simbólico, que pudiera ser más acorde al lema malaquiano y así impulsar la candidatura. Pero más allá de la miseria humana, eran tantos los lemas malaquianos proféticos que la admiración por la profecía no podía sino ir en aumento. Sin ir más lejos, aún hoy llama la atención lo que la profecía dice del papa Benedicto XV: religio depopulata. Religión devastada. Terrible acierto para el papa que verá la instauración de la mayor tiranía anticristiana y antirreligiosa de todos los tiempos: el comunismo.

 
En cierto modo el silencio sobre la profecía se produce con Pablo VI. Son muchos los factores que lo explicarían. De entrada la cercanía del final de la profecía, que lleva a una lógica cautela. Otro factor decisivo fue la racionalización de la fe. Tanto quiso bajar la Iglesia hasta el hombre, hablándole en su lenguaje, que al final se olvidó de subirle al Cielo. Sobraba lo extraordinario. Y en tal escenario, mejor no mentar lo profético. Simplemente el aggiornamento silenció lo extraordinario, quizá no dolosamente, sino más bien como quien arrincona un trasto viejo.

 
Nuestro actual papa tiene la dicha de ser el último papa al que le toca un lema “ordinario”. Tras él, san Malaquias se la juega. El sentir popular entendía que el siguiente papa sería el último: ese petrus romanus. Sin embargo bueno es traer a colación al erudito jesuita Igartua. Para él, y con sobradas razones, tras de gloria olivae (Benedicto XVI) viene el penúltimo papa cronológico: in persecutione extrema. Quizá no requiera más explicación pues es un lema de suyo explícito. Lo que haya de venir luego, ese petrus romanus, desconocemos qué sea, pero lo cierto es que los sucesos actuales, con este recrudecimiento del odio a la fe, y en concreto a la fe cristiana y a los cristianos, están haciendo que, de nuevo, san Malaquías se nos antoje profético.
 
 

 

x   cesaruribarri@gmail.com

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