Martes, 19 de marzo de 2024

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Renunciar a la Verdad es letal para la Fe. Benedicto XVI

Renunciar a la Verdad es letal para la Fe. Benedicto XVI

por La divina proporción

Tras una semana de la finalización del Sínodo de Familia es interesante volver la vista atrás, para hacer balance y sacar conclusiones. El Papa Francisco ha señalado las tentaciones que ha detectado durante el proceso: 

La tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación de los celosos, de los escrupulosos, de los apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y también de los intelectualistas. 

La tentación del “buenismo” destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa ni las raíces. Es la tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y liberalistas”. 

La tentación de transformar la piedra en pan para terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y también de transformar el pan en piedra, y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de transformarla en “fardos insoportables” (Lc 10,27). 

La tentación de descender de la cruz para contentar a la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios. 

La tentación de descuidar el “depositum fidei”, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando ¡una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada!

 

En estos días he leído multitud de análisis que se centran en uno o dos, de estas tentaciones, olvidando las demás. Podemos resumir las tentaciones en la tentación de ajustar la praxis eclesial, a las diferentes sensibilidades y carismas que poseemos. Es decir, la tentación de convertir la Iglesia en la iglesita de mis deseos. Desde quienes se cierran en la letra vacía de vida, hasta quienes desechan la santidad como única solución a nuestros sufrimientos. 

El fin de la Iglesia es misionar y proclamar el Evangelio, dentro y fuera de sí misma. Todos necesitamos conversión, tanto si estamos integrados en la Iglesia, como si estamos alejados o fuera de ella. El fin último de cada uno de nosotros, es que el Señor nos haga santos a través de su Gracia. Por ello la misión es esencial como Iglesia y la Verdad es la luz que nos guía en el camino. 

Dialogar es maravilloso, siempre que consigamos que la Verdad esté en medio de nosotros. Si el diálogo se ajusta a ver quien gana o proclamar que la Verdad no existe, este diálogo es una farsa que destruye la Fe. En el texto siguiente de Benedicto XVI podemos sustituir la palabra “religión” por “sensibilidad eclesial” y tendremos una perfecta respuesta a lo que aconteció en el Sínodo de la Familia: 

¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellas, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que ‘religión’ sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe. 

En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el fondo, intercambiables, capaces de proponer, sólo de lejos, el inaccesible misterio divino. (Benedicto XVI, Mensaje con ocasión de la inauguración de un aula magna que lleva su nombre, 2014)

Las tensiones de la unidad externa, son idénticas a las tensiones de la unidad interna en la Iglesia. Perdonen que sea pesado con el post en que traté sobre el tema (Antes que pelear o tolerar, hay que dialogar), pero creo que es importante recordar que no podemos presuponer que las ideologías, propuestas por cada una de las sensibilidades “sean una variante de una única y misma realidad” y que la Fe “sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad”. La solución no es la tolerancia desafectada, que desdeña y repudia la Verdad, niega a Cristo mismo, que es Camino, Verdad y Vida. Al Fe no se puede reducir a un acuerdo de no agresión y buen vivir pacífico en el que nadie señala los errores y falacias de los demás. 

El Misterio de Dios, que se hace presente a través de lo sagrado y que se abre a nosotros a través de los sacramentos, no puede ser reducido al ámbito social. Los problemas de la familia no pueden quedar reducidos a la aceptación/no aceptación por parte de la comunidad, de quienes no aceptan que viven de forma errónea. Con ello no queremos decir que los que formamos la comunidad seamos santos y perfectos. En todo caso deberíamos ser capaces de aceptar humildemente que somos pecadores y que necesitamos de la medicina de Cristo para seguir adelante. 

Por otra parte, quienes reducen la santidad y la fe a las formas exteriores, por muy bellas que sean, nos ofrecen un vacío envuelto en papel de regalo. La santidad no está en cumplir, sino en dejarse vencer por Cristo con total humildad. Las formas no son la solución, sino una consecuencia posterior. 

El pecado es el no ser, la nada, que se nos ofrece como solución. La armonía que nos une no puede ser el silencio. La unidad que nos reúne, no puede ser la lejanía y el desafecto. 

El pecado acecha en todas partes y acechar a todas las sensibilidades eclesiales. La nada puede cubrirlo todo y hacerlo desaparecer (revolucionarios) o puede ser venerada bajo capas llenas de oropeles (tradicionalistas). La nada puede venerarse bajo el símbolo del cambio, como bien supremo (progresistas) o como la reacción a perder la seguridad de lo aceptado en cada momento (conservadores). El pecado siempre está dispuesto a intercambiarse por la virtud, cuando el centro deja de ser Cristo y el objetivo deja de ser la santidad de cada uno de nosotros. 

Como decía Santa Catalina de Siena: nosotros somos el no ser, porque el Ser es Dios. Sólo si somos conscientes de esto y lo llevamos a nuestra vida, nos daremos cuenta de la cantidad de recovecos en los que el pecado (no ser) se esconde o sustituye a Dios (Ser). Si releemos las tentaciones que nos señala el Papa Francisco, teniendo en cuenta todo esto, nos daremos cuenta de los peligros que hay acechado, acechan y acecharán a la Iglesia. 

El principal de los peligros es dejarnos llevar por lo que establezcan otros. Cumplir aparentemente lo que otros ciegos nos han dicho que tenemos que hacer. Vivir una vida vacía, dejando las responsabilidades en los que dicen que saben. Buscar lo más cómodo y seguro, socialmente hablando 

“…la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el fondo, intercambiables, capaces de proponer, sólo de lejos, el inaccesible misterio divino.

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