Viernes, 19 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio Dominical

¿Qué sacamos de nuestro tesoro? Pero ¿Tenemos tesoro?

por La divina proporción


El Evangelio de hoy domingo tiene varios aspectos que comentar, pero me centraré en el final, porque es especialmente interesante:

"¿Habéis entendido todas estas cosas?" Ellos dijeron: "sí". Y les dijo: "Por eso todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas” (Mt 13, 51-52)

¿Quién es el escriba instruido en el Reino de los Cielos? Los escribas eran las personas con maestría en la Ley de Dios. Si estaban “instruidos en el Reino” sin duda eran fieles a la Voluntad de Dios, representada por Cristo. Cristo que a veces se presentó a sí mismo como el Reino de Dios que se hace presente en el mundo. Dice Cristo que este escriba fiel a Reino es semejante a un padre familia, es decir, semejante a quien cuida, sustenta y hace crecer con amor su familia. Un padre que saca cosas de su tesoro. ¿Qué es el tesoro? Quizás nos pueda dar la pista el Tesoro escondido que nos hace vender todo para comprar el terreno donde está oculto.

El escriba fiel saca cosas nuevas y viejas. ¿Qué se saca de Reino de Dios? La salvación, Fe, Esperanza y Caridad, sentido en Cristo, etc. ¿En qué sentido lo que se saca es nuevo? En el sentido que el mismo Cristo indica. Él ha venido a hacer nuevas todas las cosas (Ap 21, 5). ¿En qué sentido son viejas? En el sentido de que Cristo no ha venido a cambiar una tilde de la Ley (Mt 5, 17), la Ley que el escriba instruido en el Reino conoce y venera.

Lo triste es que no damos valor al Tesoro ni somos capaces de tomar de Él tanto no nuevo como lo viejo que nos ofrece Dios. Normalmente nos quedamos con lo mío, lo que me hace sentir bien. Sé que es imposible convencer de que todos tropezamos con las mismas piedras y que el color que tengan es lo que menos importa. Todos caemos, todos nos vanagloriamos de la superficialidad que nos caracteriza y nos diferencia de “los demás”. Todos damos gracias a Dios, como el Fariseo, por no ser como ese “Publicano”. Basta leer portales y revistas que se dicen católicas, religiosas o cristianas. Basta escuchar tantos discursos y cartas escritas para las gentes por tantos segundos salvadores. Siempre nos sentamos en la posición del Fariseo y “el otro”, siempre es el detestable “publicano”.

Les recomiendo que lean el capítulo 1 del Eclesiastés, del que tomo su final::

"Yo, Cohélet, he sido rey de Israel, en Jerusalén. He aplicado mi corazón a investigar y explorar con la sabiduría cuanto acaece bajo el cielo. ¡Mal oficio éste que Dios encomendó a los humanos para que en él se ocuparan! He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos. Lo torcido no puede enderezarse, lo que falta no se puede contar. Me dije en mi corazón: Tengo una sabiduría grande y extensa, mayor que la de todos mis predecesores en Jerusalén; mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia. He aplicado mi corazón a conocer la sabiduría, y también a conocer la locura y la necedad, he comprendido que aun esto mismo es atrapar vientos, pues: Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor"

Sólo la Gracia de Dios puede enderezar lo torcido y atrapar lo vientos. Desgraciados de nosotros que creemos que somos capaces de ser “como Dios”. La serpiente maligna nos insuflo en veneno de la vanidad y no somos capaces de darnos cuenta de todo el daño que nos hace querer ser como Dios.
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