Viernes, 29 de marzo de 2024

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¿Qué sabemos del evangelista Marcos más allá de lo que dicen los textos canónicos?

por En cuerpo y alma

 
            Si ayer aportábamos la información que sobre el segundo de los evangelistas podemos encontrar en los textos canónicos (pinche aquí si desea conocerla), toca hoy añadir a dicha información la que aportan otras fuentes generalmente utilizadas en la exégesis histórica de los personajes de la comunidad protocristiana.
 
            Dedica amplio espacio a su figura la que se tiene por primera crónica histórica de la Iglesia, la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, en la que leemos:
 
            “Marcos, intérprete que fue de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque no con orden, cuanto recordaba de cuanto el Señor había dicho y hecho. Porque él no había oído al Señor ni lo había seguido, sino que como dije, a Pedro más tarde, el cual impartía sus enseñanzas según las necesidades y no como quien se hace una composición de las sentencias del Señor” (HistEc. 3, 39, 15).
 
            Lo que cuadra perfectamente con el hecho de que la Primera Epístola de Pedro concluya con el siguiente saludo:
 
            “Os saluda la que está en Babilonia [quiere decirse Roma, Babilonia es el nombre que los cristianos reservan para Roma en los primeros tiempos], elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos” (1Pe. 5, 13).
 
            Y también con otro hecho anecdótico, que convierte a Marcos en el intérprete de Pedro en la lengua latina cuando éste se encuentra en Roma:
 
            “Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro” (HistEc. 5, 8, 3)
 
            Marcos habría predicado en Aquileya, en Italia, y en Alejandría, extremo, este último, que confirma una vez más la Historia Eclesiastica:
 
            “Este Marcos dicen que fue el primero en ser enviado a Egipto, y que allí predicó el Evangelio que él había puesto por escrito y fundó iglesias, comenzando por la misma Alejandría” (HistEc. 2, 16, 1).
 
            Y también San Jerónimo en su obra “De viris Illustribus”:
 
            “Llevando consigo el Evangelio que él mismo había redactado, y anunciando él el primero en Alejandría a Cristo, fundó allí la Iglesia” (VirIl. 8).
 
            La tradición alejandrina de San Marcos está tan consolidada, que aun hoy el patriarca copto de Egipto se hace llamar “Altísimo Santo Padre, patriarca de Alejandría de Egipto, Nubia, Etiopía, Pentápolis y de toda la tierra evangelizada por San Marcos” (conozca todo sobre él pinchando aquí y aquí).
 
            Alejandría habría sido, también, escenario del martirio del evangelista. Jacobo De la Vorágine, autor en el s. XIII de la Leyenda Dorada, nos hace el siguiente relato:
 
            “El día de pascua, cuando el santo estaba celebrando la solemne misa pascual, irrumpieron en el templo [los pontífices de los ídolos de la ciudad], lo apresaron, echáronle una soga al cuello, lo sacaron a tirones de la iglesia y con gran alborozo y no menor inhumanidad, lo arrastraron por las calles diciendo a gritos y en plan de mofa: “¡Ya tenemos al búfalo bien sujeto! ¡Llevémoslo al matadero!”.
            De tanto arrastrarle sobre los guijarros del pavimento, las carnes del santo iban desprendiéndose de su cuerpo; la sangre que brotaba de sus miembros formaba charcos entre las piedras del suelo. Después de haberle torturado tan cruelmente encerráronlo en un calabozo, en donde fue visitado primeramente por un ángel que lo consoló, y luego por el propio Señor Jesucristo en persona que tras confortarlo, le dijo: “¡Marcos, evangelista! ¡No temas! ¡Mírame! ¡Soy yo! He venido para llevarte conmigo”.
            Al día siguiente, en cuanto amaneció, sus enemigos acudieron a la cárcel, pusiéronle nuevamente la soga al cuello y otra vez lo arrastraron por las calles y plazas gritando: “Llevemos a este búfalo al matadero”.
            Marcos, confortado con la anterior visita de Cristo, en medio del renovado tormento daba gracias a Dios y decía: “¡Señor! ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!”.
            Diciendo estas palabras expiró en un momento de aquel atroz desfile. El martirio de este glorioso santo ocurrió hacia el año 57 de la era cristiana, siendo Nerón emperador de Roma” (LeyDor. 59, 1).
 
            En cuanto a la fecha en la que ello ocurre, Eusebio de Cesarea, y con él San Jerónimo, nos da una indicación diferente a la de De La Vorágine:
 
            “Corriendo el año octavo del imperio de Nerón [correspondiente al año 62], el primero que después de Marcos el evangelista recibió en sucesión el gobierno de la iglesia de Alejandría fue Aniano” (HistEc. 2, 24)
 
            Lo cierto es que ya sea el dato de De La Vorágine, ya sea el de Eusebio de Cesarea, ambos debemos tomarlos con la máxima cautela, por ser ambas fechas excesivamente tempranas e incoherentes con otros datos que conocemos y a los que damos mayor crédito, entre ellos, la reclamación de la persona del evangelista que hemos visto hacer a Pablo en el año 67 (ver 2Tm. 4, 11); o el hecho consolidado por la tradición y recogido además por la propia Historia Eclesiástica de Eusebio -con lo que el propio Eusebio incurre en contradicción interna- según el cual “después de la muerte de éstos [Pedro y Pablo], Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro nos transmitió por escrito, él también, lo que Pedro había predicado” (HistEc. 5, 8, 3). Contradicción, la de Eusebio, que no la de Jacobo, que, en cualquier caso, cabe superar sobre la base de la aceptación de que la sucesión de Marcos en el sillón episcopal de Alejandría, no lo fue por muerte, sino por renuncia.
 
            Quiere la leyenda que los huesos del santo evangelista sean los que reposan en la catedral de su nombre en Venecia, ciudad de la que es patrón. Dice al respecto De La Vorágine:
 
            “El año 468, en tiempos del Emperador León, los venecianos trasladaron el cuerpo de San Marcos desde Alejandría a Venecia, donde construyeron en su honor una iglesia de maravillosa belleza. Unos mercaderes venecianos que habían ido a Alejandría sobornaron a los sacerdotes encargados de la custodia del sepulcro del santo evangelista, y a fuerza de súplicas y dádivas, consiguieron que les permitieran llevarse con ellos los restos de San Marcos. Nada más sacar las sagradas reliquias del sepulcro en que se encontraban, se extendió por toda la ciudad un olor tan agradable, que los alejandrinos, ignorantes de lo que ocurría, comenzaron a preguntarse unos a otros, admirados, de donde podía proceder un aroma tan exquisito” (LeyDor. 59, 2).
 
            Lo cierto sin embargo, -con San Marcos, De La Vorágine no está muy sembrado- es que el traslado de los restos de San Marcos desde Alejandría hasta Venecia, aunque generalmente aceptado por la tradición, no parece ser anterior al año 828, coincidiendo con la construcción de la primera basílica de San Marcos, luego destruída por el fuego, en la magnífica capital del Véneto.
 
            Como evangelista, a Marcos corresponde, entre las cuatro figuras animadas que vio el profeta Ezequiel (ver Ez. 1, 4-10), la del león, y como tal se le representa, como podemos contemplar, por ejemplo, en la propia Venecia.
 
 
            ©L.A.
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