Viernes, 19 de abril de 2024

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¿Promover el fracaso?

¿Promover el fracaso?

por Duc in altum!

Hay un tema que siempre nos ha costado mucho trabajo tratar y/o conciliar: el éxito en la vida de un católico. Es verdad que muchas veces el hecho de aplicar el Evangelio, llega a ser motivo de obstáculos y, en algunos casos, de seria persecución, por un amplio sector que se ha dejado vencer por el laicismo. Por ejemplo, jueces y médicos que son despedidos al usar el derecho de objetar por motivos de conciencia. Negarlo sería injusto para las personas que lo han sufrido en carne propia; sin embargo, la posibilidad de realizarnos, sigue siendo posible. Hay que tener cuidado, porque si aseguramos que “el éxito no es para nosotros”, podemos volvernos una “cueva de mediocridad”, cosa que nada tiene que ver con Jesús. Entonces, los que no tienen ganas de dejar una huella positiva, dando fruto en la vida, podrán ver nuestra opción como un refugio y eso les haría daño a ellos y al sentido de misión. Es verdad que –como dice el Papa Francisco- la Iglesia es, ante todo, un “hospital de campaña”, en el que nadie está excluido; sin embargo, dentro de esa totalidad, el éxito, mediante el esfuerzo real, también tiene un lugar. Existen buenos empresarios católicos, hombres y mujeres que han logrado sacar adelante sus negocios, respetando la Doctrina Social de la Iglesia. Salta a la vista el ejemplo del Siervo de Dios Enrique Shaw, cuya causa de canonización interesa al Papa.

No seamos promotores del fracaso. Una cosa es que nos cueste más trabajo que a la mayoría por la congruencia que exige la fe y otra, muy distinta, que sea imposible realizarnos como personas. No somos una “cueva” para la pereza o el mal gusto, sino una Iglesia que necesita estar al día y a la vanguardia en lo que a la misión se refiere, pues el mundo se mueve muy rápido y Cristo tiene algo que decirle a través de lo que somos y, por supuesto, de lo que hacemos. Es necesario cambiar el “chip”. A menudo, promover el fracaso, significa ser preso de él. De ahí la necesidad de liberarnos de complejos que nos apartan de una auténtica experiencia de Dios. Aun las crisis y caídas, deben ser comprendidas como vías para una nueva oportunidad. Es cierto que hay formas de éxito inmorales, totalmente incompatibles con lo que nos toca ser; sin embargo, hemos de apostar por las que son lícitas, coherentes con el estilo de Jesús. No toca buscar el poder, pero si por las circunstancias se nos confía a nivel público o privado, hay que hacer un buen papel en clave de servicio.

Los jóvenes son muy sensibles al tema del éxito, de la felicidad y, a veces, por nuestra forma de entender las cosas, se desaniman o nos malinterpretan. Por lo tanto, no vamos en busca del éxito superficial, fincado en la vanidad, pero sí el de la realización personal que se convierte en un aporte concreto para la Iglesia y la sociedad de la que formamos parte. Hemos venido para cosas grandes, desde lo sencillo.
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