La conmovedora confesión de Giorgio, homosexual, en apoyo a los Centinelas contra el matrimonio gay
Los Sentinelle in Piedi [Centinelas de Pie] son un movimiento surgido en Italia para contrarrestar la dictadura del pensamiento único de la ideología de género, en defensa de la vida, la familia y la escuela. Se concentran en forma de Vigilias en numerosas ciudades del país, y protestan fundamentalmente en los últimos meses contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de menores por parte de parejas homosexuales. Sufren continuos insultos y, en más de una ocasión, agresiones, como ha denunciado Luigi Negri, obispo de Ferrara-Comacchio.
Recientemente el periódico Tempi recibió una carta-testimonio del joven Giorgio, quien, siendo homosexual, participó en una de las últimas Vigilias. Así explica él mismo sus dudas, primero, y sus certezas, después.
Carta de Giorgio, joven homosexual
Cuando llego la plaza está llena.
Las voces se oyen desde lejos. Gritos. Insultos.
Mientras me acerco y mi corazón empieza a latir percibo algunas palabras:
¡María, María, ya lo había entendido,
con un dedo
el orgasmo está asegurado!
Es la primera vez que oigo algo así. Y no puedo evitar preguntarme quién es María.
Me lo pregunto porque no quiero creer que estén hablando así de Aquella de la que nació el Hijo que amo.
Me lo pregunto, pero la verdad me duele demasiado.
Estoy en el semáforo. La plaza al otro lado. Veo la gente en fila, serena. Rodeada de una manada de perros rabiosos.
No, no perros. Hermanos. Y sin embargo, parecen perros.
¿Cuándo han dejado de mirarse como personas? ¿Cuándo han elegido renunciar a sí mismos en favor de la manada?
Dios sabe que estos hermanos laceran mi corazón.
Tengo miedo.
Aún puedo irme. Puedo darle la espalda a todo esto.
Refugiarme en mi anonimato y olvidar.
Sé que si atravieso este cruce, mi vida será distinta. Y lo que había antes, desaparecerá.
Y lo hago. Sin ni siquiera saber cómo, me encuentro en la otra parte, entre los manifestantes.
Me situo, abro la mochila, saco un libro y leo.
Las manos me tiemblan, siento el temblor de quien acaba de lanzarse al vacío.
Las voces en los megáfonos suenan aún fuertes.
La familia tradicional,
no es natural,
sino patriarcal.
Sonrío.
Sí, lo es.
Patriarcal.
La familia se encomienda a un padre y se apoya en una madre.
Esto es lo que estamos llamados a vivir, en esto debemos convertirnos: en padres y en madres.
Esto nos ha sido quitado.
No se trata de generar hijos o de no generarlos, de excitarse por una persona del propio o del otro sexo, ni de saber si el matrimonio será o no la propia vocación.
Se trata de alzar la mirada del propio dolor, dándole las gracias a Dios. Porque sólo acogiendo el propio dolor podemos reconocer el de los otros. Y ayudarlos.
Y es lo que hago. Alzo la mirada, veo el desfile que nos empuja gritando y me conmuevo.
Yo, homosexual, católico y enamorado de Dios.
Yo, con un Padre al que encomendarme y una Madre Iglesia que me ama.
Yo, que durante años no he sabido dónde estar, hoy estoy aquí, quieto, en medio de una plaza, luchando con la sola fuerza de mi presencia. Con mi miedo, que aún está aquí, dentro de mí, pero al que he decidido desde hace tiempo no darle más poder.
Mi cuerpo, utilizado muchas veces para hacer y para hacerme daño, para abusar de mí mismo, para pedir desesperadamente amor, hoy, por el solo hecho de estar de pie, dice más de cuanto haya dicho nunca.
Dice dónde estoy.
Yo estoy aquí y no estoy allí.
Y, lo que más me turba, es que yo estoy aquí también por quien está allí.
Este lugar, esta presencia física, es el signo de mi presencia en el mundo, es el modo en el que estamos llamados a convertirnos en hombres y en mujeres de mañana. Padres y madres. También por esos hijos que no entienden, que reniegan, que nos odian.
Que se odian.
Porque los hijos no se pueden elegir, sólo amar.
Así ama Dios.
Así puede amar el Hombre.
Y es precisamente esto lo que me siento ahora. Un Hombre.
Después de haber creído durante tanto tiempo que era mi orientación sexual la que me decía quién era, después de haberme definido durante años un homosexual, considerándome una víctima inocente de la vida, hoy, por primera vez, yo me siento un hombre, grato a esa misma vida, que creía que me rechazaba.
Hoy doy voz a mi verdad.
Soy un Centinela de Pie que mira a un mundo nuevo.
Soy sólo un hombre.
Y esta es mi historia.
Giorgio
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Recientemente el periódico Tempi recibió una carta-testimonio del joven Giorgio, quien, siendo homosexual, participó en una de las últimas Vigilias. Así explica él mismo sus dudas, primero, y sus certezas, después.
Carta de Giorgio, joven homosexual
Cuando llego la plaza está llena.
Las voces se oyen desde lejos. Gritos. Insultos.
Mientras me acerco y mi corazón empieza a latir percibo algunas palabras:
¡María, María, ya lo había entendido,
con un dedo
el orgasmo está asegurado!
Es la primera vez que oigo algo así. Y no puedo evitar preguntarme quién es María.
Me lo pregunto porque no quiero creer que estén hablando así de Aquella de la que nació el Hijo que amo.
Me lo pregunto, pero la verdad me duele demasiado.
Estoy en el semáforo. La plaza al otro lado. Veo la gente en fila, serena. Rodeada de una manada de perros rabiosos.
No, no perros. Hermanos. Y sin embargo, parecen perros.
¿Cuándo han dejado de mirarse como personas? ¿Cuándo han elegido renunciar a sí mismos en favor de la manada?
Dios sabe que estos hermanos laceran mi corazón.
Tengo miedo.
Aún puedo irme. Puedo darle la espalda a todo esto.
Refugiarme en mi anonimato y olvidar.
Sé que si atravieso este cruce, mi vida será distinta. Y lo que había antes, desaparecerá.
Y lo hago. Sin ni siquiera saber cómo, me encuentro en la otra parte, entre los manifestantes.
Me situo, abro la mochila, saco un libro y leo.
Las manos me tiemblan, siento el temblor de quien acaba de lanzarse al vacío.
Las voces en los megáfonos suenan aún fuertes.
La familia tradicional,
no es natural,
sino patriarcal.
Sonrío.
Sí, lo es.
Patriarcal.
La familia se encomienda a un padre y se apoya en una madre.
Esto es lo que estamos llamados a vivir, en esto debemos convertirnos: en padres y en madres.
Esto nos ha sido quitado.
No se trata de generar hijos o de no generarlos, de excitarse por una persona del propio o del otro sexo, ni de saber si el matrimonio será o no la propia vocación.
Se trata de alzar la mirada del propio dolor, dándole las gracias a Dios. Porque sólo acogiendo el propio dolor podemos reconocer el de los otros. Y ayudarlos.
Y es lo que hago. Alzo la mirada, veo el desfile que nos empuja gritando y me conmuevo.
Yo, homosexual, católico y enamorado de Dios.
Yo, con un Padre al que encomendarme y una Madre Iglesia que me ama.
Yo, que durante años no he sabido dónde estar, hoy estoy aquí, quieto, en medio de una plaza, luchando con la sola fuerza de mi presencia. Con mi miedo, que aún está aquí, dentro de mí, pero al que he decidido desde hace tiempo no darle más poder.
Mi cuerpo, utilizado muchas veces para hacer y para hacerme daño, para abusar de mí mismo, para pedir desesperadamente amor, hoy, por el solo hecho de estar de pie, dice más de cuanto haya dicho nunca.
Dice dónde estoy.
Yo estoy aquí y no estoy allí.
Y, lo que más me turba, es que yo estoy aquí también por quien está allí.
Este lugar, esta presencia física, es el signo de mi presencia en el mundo, es el modo en el que estamos llamados a convertirnos en hombres y en mujeres de mañana. Padres y madres. También por esos hijos que no entienden, que reniegan, que nos odian.
Que se odian.
Porque los hijos no se pueden elegir, sólo amar.
Así ama Dios.
Así puede amar el Hombre.
Y es precisamente esto lo que me siento ahora. Un Hombre.
Después de haber creído durante tanto tiempo que era mi orientación sexual la que me decía quién era, después de haberme definido durante años un homosexual, considerándome una víctima inocente de la vida, hoy, por primera vez, yo me siento un hombre, grato a esa misma vida, que creía que me rechazaba.
Hoy doy voz a mi verdad.
Soy un Centinela de Pie que mira a un mundo nuevo.
Soy sólo un hombre.
Y esta es mi historia.
Giorgio
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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