Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

El sacerdote más cercano está a 800 kilómetros, y la comunidad es viva y querida en la zona

En un retiro Dios le dijo: «Ve al gulag a rezar», y dejó todo para iniciar una misión en Siberia

En un retiro Dios le dijo: «Ve al gulag a rezar», y dejó todo para iniciar una misión en Siberia
El padre Michael Shields lleva ya 25 años en esta misión en el extremo oriente de Rusia.

J. Lozano / ReL

Lleva 25 años como misionero en el extremo más oriental de Siberia, un lugar donde apenas hay nada, pero es precisamente ahí donde tiene claro que Dios le ha llevado a vivir su ministerio. El padre Michael Shields es un sacerdote proveniente de la Archidiócesis de Anchorage, en Alaska, que dio el salto a Rusia para atender a la casi testimonial comunidad católica que hay en este lugar.

Magadán no es un lugar cualquiera. Fue una ciudad fundada por la Unión Soviética en 1930 y que se convirtió en un enorme gulag donde miles de personas murieron trabajando en los campos de trabajo de Stalin. Se estima que más de 2 millones de prisioneros murieron en estos campos de la zona de Kolyma.

Un lugar recóndito donde mataron a miles de personas

En este lugar aislado y donde la ciudad más próxima está a 1.500 kilómetros de distancia quiso establecerse este misionero, donde una buena parte de sus pocos feligreses son supervivientes de estos gulag o bien sus descendientes.

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En 1989 siendo un joven sacerdote vio como caía el Muro de Berlín y comenzaba la perestroika que puso fin a la Unión Soviética. Junto con su arzobispo visitó entonces un antiguo campo de prisioneros para celebrar allí la primera misa en décadas. Era precisamente Magadán.

La llamada de Dios

Esta ciudad se quedó en su corazón y en 1990 durante unos ejercicios espirituales de San Ignacio, el padre Michael sintió una llamada de Dios. “Ve y reza en estos campos”. Asegura que fue tan claro cómo cuando supo que tenía que ser sacerdote. A partir de aquel momento sabía que su misión estaría en ir a Siberia, concretamente en Magadán, para ofrecer su vida por todos aquellos que fueron enviados allí para morir.

“Por regla general fueron detenidos cuando eran muy jóvenes; les enviaron a los campos de prisioneros para buscar oro u otros minerales. Muchos de ellos eran creyentes; fueron arrestados por motivos políticos, eran prisioneros políticos. Muchos de ellos fueron condenados a entre 10 y 25 años en los campos de prisioneros. Una condena de diez años era prácticamente sinónimo de pena de muerte. Todo aquel que sobrevivió más de diez años, o incluso los diez años, era un milagro. Entré en relación con ellos cuando visité los campos de prisioneros. No sabía que en Magadán vivían personas que había sobrevivido a esos campos de prisioneros. Eran exilados; tuvieron que quedarse en Magadán y allí fundaron familias. Una joven católica, que estaba escribiendo su tesis doctoral, me presentó a los supervivientes, que no eran conscientes de que había otros supervivientes, hombres y mujeres”, explicaba a Ayuda a la Iglesia Necesitada.

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El sacerdote más cercano está a 800 kilómetros

Le costó dos años más pero al final logró convencer a su arzobispo para que le permitiera ir a Rusia. Y allí sigue desde entonces. 25 años después ejerce su ministerio en una zona en la que el sacerdote católico más próximo está a 800 kilómetros.

En una entrevista en el Catholic News Service, afirma que su misión “no es Occidente ni Oriente. Son ambas cosas”. Actualmente, hay unos 250 católicos en esta misión aunque cada domingo acuden a misa no más de 90. Aún así asegura que entre los católicos de la zona que “no hay un corazón o un alma que no conozca profundamente”. Aunque no haya sacerdotes cerca ni más iglesias confiesa que los miembros de la misión “son mi familia. Así es como lo veo”.

Mucho ha cambiado la misión desde que se el padre Shields se instalara en Magadán en 1994. Poco a poco una pequeña parroquia fue creciendo alrededor de este sacerdote y de la oración que desde muchos lugares del mundo.

Una parroquia en crecimiento

Este misionero, que vive la espiritualidad del beato Charles de Foucauld, empezó con una capilla que estaba instalada en una habitación de un apartamento. Pronto se quedó pequeña y con la ayuda de muchos amigos suyos se pudo construir la bella iglesia de la Natividad, donde ahora se concentra la misión pero también importantes obras sociales.

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En la parroquia realiza un ministerio con las madres embarazadas que lo necesitan así como otro específico para las personas que aún viven y que sobrevivieron a los horrores de los campos de prisioneros. Antes de ir a Rusia había trabajado con una organización provida en Estados Unidos y en Magadán empezó a realizar retiros para mujeres que necesitaban sanar sus heridas por el aborto. De hecho, sólo entre cuatro mujeres que acudieron tenían a sus espaldas 47 abortos.

Otro programa para madres e hijos les proporciona alimentos, medicamentos, ropa y ayuda espiritual, gracias en buena parte por la ayuda que distintas organizaciones católicas envían a Rusia. Muchas madres jóvenes presentan entre lágrimas a este sacerdote los niños que han nacido gracias al esfuerzo de esta pequeña comunidad católica.

Los "tesoros" de este misionero

Luego están los que el padre Michael Shields llama sus “tesoros”: aquellos reprimidos que sufrieron por su fe en el gulag. Muchos han acudido a Dios y los que sobreviven están contentos porque podrán tener un entierro cristiano. Esto es lo que les hace felices.

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La espiritualidad de aquellas personas que estaban en el gulag le ha impresionado enormemente. “He mantenido, probablemente, más de cien conversaciones con esos hombres y esas mujeres. Hablan de dos realidades claras. Una de ellas es la oración. Rezaban siempre y rezaban en silencio. Ni siquiera movían los labios al rezar, pues eso podía causar sospecha. La otra realidad es que, cuando tenían la posibilidad de reunirse en grupos, se apoyaron los unos a los otros en su fe. Una mujer dijo que nunca había vivido una Pascua tan indescriptible como en el campo de prisioneros, cuando los guardianes miraban hacia otro lado. Habían guardado algo de su pan y lo recolectaron para hacer “Paska”, el pan de Pascua. Y los ortodoxos, los católicos e incluso los judíos celebraron juntos la Pascua en su campo de prisioneros”, explicaba.

Este misionero también recuerda que “muchos hicieron rosarios con el pan. Por ejemplo, una mujer con la que tengo mucha amistad. Es letona y se llama Branslava. Decidió no comer el pan, sino hacer, de vez en cuando, rosarios con el pan. Mezclaba el pan con la ceniza de las pequeñas estufas en los barracones y, por la noche, hacía las pequeñas perlas y las dejaba secar. Con los hilos de su colchón y una aguja hecha de raspa de pescado reunía las perlas y las cosía en el dobladillo de su ropa. Después se dedicaba a catequizar. Cuando se presentaba la oportunidad, hablaba con las personas de su alrededor sobre los misterios del rosario. ¿Se lo puede imaginar? Están en un campo de prisioneros y hablan de los misterios gloriosos y gozosos, pero piensan en los misterios dolorosos, pues así era la realidad”.

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