Lunes, 17 de junio de 2024

Religión en Libertad

Hundida, miró al cielo y dijo: «Señor, si existes, dímelo», y empezaron los signos

A punto de suicidarse, la invitaron a una adoración de madres: «Dios es lo que esperé toda mi vida»

Gema Jara junto a un Cristo de la Divina Misericordia
Gema Jara afirma que Dios le mostró un trozo de Cielo

J.M.C.

Gema Jara afirma sin duda alguna que la suya es "una vida salvada por Dios". Como contó recientemente a Cambio de Agujas, la fe que vivió su familia siempre fue "muy pobre" y aunque siempre pensó que "eran muy católicos", pronto echó en falta una formación y vivencia de fe más sólida desde la infancia.

Recuerda con alegría los momentos en el coro, los ratos que pasaba con una religiosa y otras reuniones relativas a la parroquia que la "llenaban de alegría".

Pero todo eso se truncó pronto. Tenía solo 12 años cuando su vida cambió por completo y precozmente pasó "de tener una muñeca en brazos a tener novio", así como sufrir un doloroso fracaso escolar que la llevó a trabajar desde los 14.

"Era muy inocente y a los 12 años ya conocí lo que era relacionarse con chicos. Me causó mucho sufrimiento, mis novios eran mundanos, estaban fuera de la Iglesia y querían cosas de mí que no quería darles. Mi infancia quedó truncada", relata.

"No vales nada"

De forma simultánea, Gema comenzó a sufrir achaques de baja autoestima que minaban su esperanza y alegría. Recuerda que, viendo un reportaje de la Madre Teresa de Calcuta, le invadió un fuerte deseo de "ir con ella, hacer la misión y ser monja". Pero a ello le siguió una dura respuesta interior: "Tú no vales, no sabes nada, no has estudiado y no sirves".

Aquel sufrimiento la perseguiría durante años. Y encontró una aparente salida cuando sus amigos le invitaron a fumar porros.

"Dije que no y a las dos horas estaba fumando. Estaba como guiada por el mundo, sabía que no estaba bien pero quería que me quisieran. Incluso en mi familia me sentía poco querida y, aunque sabía que no era verdad, escuchaba dentro de mí que mis padres no me querían y no valía para nada. Pensé que Dios se había equivocado conmigo y empecé a refugiarme en algo que me hacía olvidar", recuerda.

Aunque el consumo empezó "poco a poco", pronto se vio llegando afectada a casa cada noche, envolviéndose en una doble vida que le llevó a dejar definitivamente de ir a la Iglesia y a cambiarla por el alcohol, la droga y las relaciones.

El dolor de pensar que no hay perdón

Gema comenzó a dar tumbos, movida por la vida, primero con un chico que profundizaría en su sufrimiento. Después tuvo un novio durante diez años, "muy bueno" y que "salvó" su vida. Llegó incluso a volver a visitar iglesias, para pedir perdón y marcharse, "convencida de que no iba a encontrar el perdón de Dios".

Gema Jara.

Durante años, Gema vivió sin esperanza ni amor autoestima, convencida de que `no merecía perdón´ y buscando evadirse de su sufrimiento. 

"Pero parece que a las chicas nos gustan los malos", anticipa la mujer en su testimonio. Tras dejar a su novio, tuvo otro con el que convivió hasta dos décadas y más adelante tuvo dos hijas.

El sufrimiento interno de Gema fue imparable.

"Tenía ganas de morir. Quería caerme por cualquier precipicio, ideaba formas de hacerlo, pensaba como podía morirme ya. Era un dolor que me asaltaba cada vez más y del que me refugiaba con los porros", cuenta.

"Si no existes, lo que quiero es morir"

Con frecuencia esperaba a que sus hijas se durmiesen para "olvidarlo todo", cuando un día escuchó una voz: "No sigas, te vas a morir". Claro, respondía, "si es lo que quiero". Pero aún tenía la motivación de sus hijas, por lo que cada día libraba "una mucha muy grande entre el bien y el mal".

Pensaba en sus hijas y no quería morir, pero al pensar en sí misma, "quería terminar con todo". Un día miré al cielo y dije: `Señor, si existes, dímelo, porque yo no quiero estar en este mundo´. Hasta que un día escuché: `Ya no hay tiempo para ti´".

Aquel pensamiento le invadió al mismo tiempo que sus hijas iban a catequesis, y las conocidas de la parroquia le invitaron a participar en la obra de teatro de un festival de Navidad. Pero también cuando estaba en un momento crítico, a punto de suicidarse y pensando en la forma de cómo morir, "desde las pastillas o cortarme las venas a tirarme por la ventana o chocarme con el coche".

Adoración y comunidad cristiana, un salvavidas

La invitación era, al menos en parte, una respuesta a algo que llevaba pidiendo a Dios "toda la vida", tener amigos cristianos. Y en cierta manera, fue su salvavidas.

"Por eso creía que Dios no me quería. Porque no me los daba. Pero empecé a descubrir a estos amigos tan buenos, que los envidiaba por ser un grupo inalcanzable y empecé a ver que sí podía ser", confiesa.

Sus expectativas se confirmaron cuando recibió una nueva invitación, en esta ocasión a una adoración de madres.

"Rollazo" fue la primera idea que se le pasó por la cabeza. Pero sin saber cómo, decidió ir. Al menos, "ya tenía las amigas católicas que quería".

Poco a poco, cuenta, "el Señor  me despojó de los porros, del alcohol, de las cosas que me aferraban al mal y empecé a escuchar a Jesús". Un camino que pareció culminar en aquella adoración consistente en encomendar a todos los miembros de la familia.

En un momento dado, ella empezó a hablar de su vida y cuando se quiso dar cuenta, "no podía parar de llorar", incapaz de comprender cómo uno de los momentos más felices de su vida era llorando y hablando de su vida privada: "Supe que estaba siendo escuchada y me sentí reconfortada".

Esperanza, luz y amor: "Un nuevo bautismo"

A aquella primera adoración le siguieron varias. Y en un momento dado, en una de ellas, recuerda mirar al cielo y dar las gracias a Dios por sus nuevas amistades y por conocer la adoración.

En ese momento, recuerda que algo similar a "una lluvia de luz y amor" caía sobre ella y la envolvía, mientras escuchaba un mensaje: "Todo es verdad, estoy vivo, te perdono y te amo, y eres mía".

Recuerda aquel momento como "una marca indeleble" que puso Dios en su alma, comparable a "un nuevo bautismo" e "imposible de borrar".

"Él me mostró un trozo de Cielo y me hizo saber que había dado toda su vida por mí. El amor de Dios era lo que había esperado toda mi vida y ahora todo el sufrimiento que había pasado cobraba sentido. Lo que yo había torcido, el Señor lo enderezó. Estaba a punto de suicidarme y Dios me restauró", agrega.

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