Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Ángela García, de las religiosas de María Inmaculada

Lleva 32 años de misionera en Malí: guerra, terrorismo, plagas, perro y mono para comer... y feliz

Ángela García es una misionera con décadas de experiencia en Malí, siempre luchando contra la enfermedad y la desnutrición infantil
Ángela García es una misionera con décadas de experiencia en Malí, siempre luchando contra la enfermedad y la desnutrición infantil
Nadie le echaría a Ángela García, misionera de las religiosas de María Inmaculada en Malí, los 71 años que, por lo bajini, confiesa tener.

Jovial, risueña y parlanchina, esta ciudadrealeña tomó los hábitos con 18 años y lleva 32 en Beleko, al sur de este país de África Occidental. Serían algunos más si una embolia a los 27 años no se hubiera interpuesto en su camino.

A pesar de lo que le piden sus hermanas y sus sobrinas, Ángela García no tiene pensado regresar a España. Es feliz en Malí, donde afirma que seguirá mientras pueda.

Allí ha vivido momentos complicados –hambrunas por plagas de langosta, dos golpes de estado, una guerra– pero asegura que ayudar «a los más pobres» le compensa. Pide a los ibicencos que sean «generosos» con Manos Unidas (www.manosunidas.org) y añade con una sonrisa: «Algo me llegará».

-¿Cómo es el día a día en Malí?

-Ahora mismo está un poquito mejor, pero la situación no está bien. Tenemos muchos grupos terroristas que están sembrando el pánico en el pueblo, en la gente. Vivir se vive bien y mal. Bien porque es un pueblo pacífico y entrañable. Y mal porque la gente no tiene lo suficiente para vivir. Faltan alimentos, medios sanitarios, colegios, agua, luz, teléfono, carreteras... Falta de todo, pero a pesar de eso la gente vive feliz porque se adapta, acepta lo que le ha tocado vivir. Siempre llevan la sonrisa en los labios. Eso es muy grande.

-¿Cuál es el principal problema?
-¡Hay tantos! El hambre. Es muy necesario actuar. Tenemos problemas para dar leche a los niños. Siempre necesitamos leche. También hace falta que las niñas puedan formarse como personas y ser respetadas como mujeres. En África la mujer está marginada, no está reconocida.

-Lleva allí 32 años, ¿qué cambios ha visto en todo este tiempo?
-Si comparo lo que había cuando llegué y lo que hay hoy ha habido un cambio muy grande. Sigue existiendo mucha necesidad, pero ha habido cambios. Los que llegan por primera vez dicen: «¡Uy! ¡Cómo está el país!». Los que hemos vivido allí mucho tiempo hemos visto el cambio. Antes no había teléfono ni en la capital. Ahora hay televisión, radio, teléfono, luz, algunas carreteras y comercios en los que, si tienes dinero, puedes comprar. Lo malo es que no lo tienes. Hay tiendas de libaneses y franceses en las que tienen todos los alimentos que hay en Europa, pero... ¡a qué precio! ¿Quién puede comprar? Los extranjeros que viven ahí, la gente del país no puede. Ni ellos ni nosotras. Recuerdo una vez, una Navidad, que una señora me dijo que en una tienda de congelados que traían de Senegal tenían sepia. Pensé: «Este año, para Navidad, les voy a dar a mis monjitas sepia para comer». La hemos comido una vez, como una excepción.

-¿El país es peligroso?
-El país en sí no es peligroso, pero...

-¿La gente?
-No.

-¿El gobierno?
-Tampoco.

-¿El terrorismo?

-Sí. El gobierno es musulmán porque más del 80% de la población es musulmana. Los cristianos no llegamos al 2% y los demás practican la religión tradicional o la animista. En el país no tenemos peligro, la gente es adorable, los musulmanes son extraordinarios. Los que están haciendo el mal son esos señores que actúan en nombre del Islam, pero que no son musulmanes. Son terroristas, como cuando nosotros teníamos a ETA en España. Son personas de diferentes países que se han metido ahí, les han hecho un lavado de cerebro y les han dicho que si matan van al cielo. No sé qué dios ha dicho eso. El Corán no lo dice. Ahí está el peligro. Y lo tenemos.

-¿Lo ha sufrido?
-He sufrido un atentado. Durante la guerra [de 2013] tuve que salir por la embajada española. Me sacaron del país. Y en qué condiciones sólo Dios lo sabe. Pero eso no tiene que ver con la gente. Mis mejores amigos allí son los musulmanes. Nos llamamos, celebramos la Pascua y la Navidad juntos. Comemos juntos. Y llega la fiesta de la Tabaski o el Ramadán y nosotros las celebramos con ellos. Igual que las bodas o los entierros, que cuando quien se muere es mayor se hace una fiesta. Todos juntos. Son todos musulmanes, si no lo celebráramos con ellos no celebraríamos nada, estaríamos siempre con cara triste. Allí se baila mucho. Para todo. Hasta en misa se baila.

-¿Usted también?

-Sí ¡Por supuesto! Y cuidado que no lo hagas, que enseguida viene todo el mundo a sacarte a bailar. Allí no se baila agarrado, todo suelto, así que claro que bailo. Con las mujeres, con las niñas... En cualquier fiestecita estamos de bailes.


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-¿La ayuda de aquí llega allí?
-Sí, puedo jurar que llega. Sé que hay otras ONG, pero doy fe de que lo de Manos Unidas llega porque llevo trabajando desde 1984 con proyectos y todos los que he tenido con ellos han sido acordados y se han realizado. Si tenemos escuelas en la misión las ha financiado Manos Unidas, que hace de puente.

-¿Qué es lo último que le han financiado?

-Un coche ambulancia para trasladar a los enfermos. Tenemos un dispensario, pero no se puede operar, hay que llevarlos a 80 kilómetros por caminos muy malos. Me han concedido un coche ambulancia todoterreno que lleva detrás doble cabina, tiene seis plazas más la camilla para el enfermo. Aún no lo he sacado del concesionario de Toyota. Lo recogeré a mi vuelta a Malí.

-¿Muere gente de hambre en el país?
-No puedo decir que ahora mismo la gente se vaya muriendo de hambre por la calle, pero lo he vivido y lo he visto. Entre 1983 y 1985. Fue terrible. Ahora no es que se mueran por la calle, pero sí muere gente por falta de alimento. Se mueren poquito a poquito porque hay mucha escasez de lo más elemental.

-No sólo de alimentos.
-No, también por falta de medicamentos y de asistencia sanitaria porque no en todos sitios hay un centro al que ir a curarse. Hay mucho mosquito y muchos niños y mayores mueren de paludismo. No tienen defensas y son los primeros a los que atacan. También muere gente por mordeduras de serpiente, hay muchas y todas son venenosas. Al dispensario puede ir quien quiera, quien lo necesite. Sea musulmán o cristiano. Da igual. No cobramos, pero sí cobramos.

-¿Perdón?
-Cuando llegan se les da un cuadernito en el que se apunta la dirección, el nombre del pueblo porque no hay calles, y sirve para toda la familia durante toda la vida. Hay gente que viene desde 1984 y aún tiene el cuaderno. Por él pagan 500 francos del país, que es menos de un euro. Tenemos médico, enfermera, laboratorio y hay que pagar a la gente. Nos pasamos la vida pidiendo. A ONG, amigos, familiares, gente que nos quiere... Este año hemos terminado de hacer una perforación para agua potable. Es muy escasa y la gente camina kilómetros para conseguir un poco de agua. También mueren muchas mujeres de parto.

-¿En pleno siglo XXI?
-Que en el siglo XXI muera una mujer de parto es algo que no debería pasar. Pero allí no hay sanidad y las mujeres dan a luz en los pueblos, tienen muchos hijos y no las cuidan. En el momento del parto muchas no tienen fuerza, sufren paros cardíacos, roturas de útero o hay que hacer cesáreas. Muchas no lo resisten, quedan muchos niños huérfanos.

»Cuando la madre muere de parto la familia no quiere al niño porque creen que está maldito, que es el culpable de que la madre haya muerto. Hacemos todo lo que podemos. Hablamos con la familia para explicarles que el bebé no tiene culpa, que ha sido un momento difícil, pero que el niño es inocente. Pedimos que se queden con él, que lo cuiden. Muchas familias aceptan, otras nos dicen que si se quedan con él, al final el tío, la tía, el abuelo o el vecino lo van a quitar de en medio. Tanto si se lo quedan como si hay que buscar a otra familia les damos leche hasta que el niño puede comer por sí solo. Es urgente cubrir esa necesidad, la leche hay que comprarla. Hay cabras y vacas en el país, pero como no tienen comida no dan leche y hay que comprar leche en polvo para los bebés.

-Imagino que será cara.
-Lo es. La lata de leche cuesta 3.500 francos del país, más de cinco euros. Para gente que no tiene nada es cara. Se la damos una vez por semana, los sábados.

-¿En 32 años ha pensado alguna vez en volverse a España?
-Hasta ahora no. Nunca. Mi familia, mis hermanas y sobrinos, me dicen que llevo muchos años allí, que me venga ya. Pero no me hago a esto. Mi vida está allí. Consagré mi vida a África, a ayudar al más pobre, y mientras pueda seguir no es necesario que me venga. Daría la vida y volvería a irme a África si volviera a empezar de nuevo.

-¿Qué fue lo primero que pensó al llegar a Malí?
-Cuando me fui llevaba muchos años esperando. Lo había pedido de muy jovencita, pero cuando tenía 27 años sufrí una embolia cerebral y no me pude ir porque si se me repetía, allí no había nada, ni médicos. Al final me dieron el certificado. Tenía 38 años cuando me fui. No había vuelo directo. Fui de Madrid a Sevilla, de ahí a Gran Canaria, luego hasta Dakar y por fin Malí. El viaje duró tres días y dos noches. Desde el primer momento pensé: «Esto es la misión y esto empieza aquí, en el mismo aeropuerto». Llegué un 6 de septiembre y había una tormenta de barro rojo que te asfixiaba, con un calor... Iba con hábito negro, que es lo que tenía en España, luego ya allí nos han dejado ir incluso sin el velo por el calor.

»Pensé que era durísimo. El primer día me dijeron que para comer tenía que ir al mercado a comprar unos tomates y unos huevos duros para hacer una ensalada. Hoy me lo como sin problemas, pero aquel día fue muy duro. En el mercado nada más que había moscas. Me costó, como a cualquier persona.

-¿Y cómo lo superó?
-Pensé que yo quería ser misionera, que yo lo había pedido y que estaba ahí porque había querido. Me dije a mí misma: «Adelante». Y lo superé enseguida. Me adapté al país inmediatamente. En una ocasión, un sacerdote hablaba con una monja mía por radio amateur, porque no había teléfono, y le preguntó cómo estaba yo. Le dijo: «Nos os preocupéis, que ésta no se muere, come ya de todo». Pero es difícil.

»He comido de todo. Mono, serpiente y hasta perro. Lo del perro me da cosilla. Si sé lo que es, no lo pruebo, pero si no lo sé, pues lo como. Lo normal. A los misioneros la gente no nos tiene que tener compasión, ninguna. Somos los más felices del mundo porque creemos que estamos haciendo lo que Dios nos ha pedido y estamos ayudando a los demás. Soy muy feliz. No tengo ningún problema.

-Con todo lo que cuenta, si le digo que hay menús en Ibiza en verano que cuestan 1.500 euros por persona...
-¡Uy! No entraría nunca ahí. ¡1.500 euros! Con eso puedo hacer tantísimas cosas allí... Es un pecado mortal. Ya me cuesta cuando voy a un sitio y veo que el menú son siete u ocho euros. A veces tengo que asistir a bodas. Mis sobrinos se casan y quieren hacerlo cuando estoy aquí, eso de la tía monja viste mucho. En las bodas siempre me acuerdo de mi hermano, que me decía: «Angelita, ¿te está costando comer?». Y yo le contestaba: «No me está costando comer, me está costando tener que tirar todo lo que se tira en una boda». ¡Porque hay que ver todo lo que se tira en una boda! Si un menú cuesta 1.500 euros, creo que iría y tendería la mano para que me los dieran.
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