Domingo, 10 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El padre Sebastian Walshe invita al optimismo con una historia sorprendente

Nunca hay que desesperar de las conversiones en el lecho de muerte: el caso de la abuela centenaria

Sebastian Walshe.
La experiencia del padre Sebastian Walshe es que muchas personas rectifican su vida por completo antes de morir.

Carmelo López-Arias

Muchos padres -sobre todo madres- se acercan entristecidos al padre Sebastian Walshe porque sus hijos se han alejado de la fe y temen por su salvación eterna. Pero él es "optimista" al respecto.

Por tres razones: una, su propia experiencia; dos, casos como el de la abuela de su amiga Cynthia; y tres, la petición más reiterada que dirigen al Cielo millones de católicos todos los días, y que difícilmente quedará sin premio.

Vivencias sacerdotales

El padre Walshe es un canónigo norbertino o premonstratense de la abadía de San Miguel, en la diócesis de Orange (California), de cuyo seminario es profesor. Es doctor en Filosofía y maestro en Teología por el Angelicum de Roma (la Pontificia Universidad de Santo Tomás), en el cual impartió también docencia durante dos años.

Los norbertinos deben su nombre al monje reformador San Norberto de Xanten (1080-1134), quien, tras su conversión en 1115 de una vida de vanagloria y pecado, fundó en 1120 una abadía en el norte de Francia, en una ermita que se le había mostrado anteriormente (pre monstratum) en sueños. La abadía de Premontré fue confiscada y destruida por la Revolución de 1789.

"Una de las mejores experiencias que he tenido como sacerdote" confiesa Walshe a The Coming Home Network "es asistir a las personas en su lecho de muerte y administrarles los últimos sacramentos",

"Soy optimista porque veo lo que pasa", explica: "Las historias se repiten: ‘No he ido a la iglesia durante treinta o cuarenta años’ o ‘Dejé de practicar la fe cuando era adolescente’". Pero "queda una pequeña llamada en su corazón, y cuando se acercan a la muerte la gracia de la conversión llega. Muchas personas que parecían completamente alejadas de la conversión se convierten" cuando todo hacía pensar que "ya no había esperanza".

La abuela de Cynthia

Un ejemplo tiene entidad por sí mismo: el de la abuela centenaria de Cynthia, una amiga suya de la infancia y juventud en su ciudad natal, Pasadena.

Cynthia se crió con su abuela, porque su madre había muerto y se ignoraba el paradero de su padre. En su adolescencia, la joven se convirtió al catolicismo por medio de una "gran familia católica", los Grimm, que eran amigos comunes de Cynthia y del entonces aún laico Sebastian.

En efecto, los Grimm son, en todos los sentidos, una "gran familia católica". En el sentido numérico, porque tienen su origen en la figura de William C. Grimm (1927-2015), muy conocido y querido en Pasadena: cuando murió tenía 17 hijos, 168 nietos y 70 bisnietos. Pero también en el sentido de sus buenas obras, porque los Grimm son el alma del Thomas Aquinas College, donde también estudió el padre Walsh. Por ese centro han pasado 14 de los hijos del patriarca William y 51 de sus nietos. Desde su fundación en 1971, Grimm llevó allí a toda su familia y además con ellos se pudo formar enseguida un celebrado coro.

La familia Grimm, con el patriarca William en el centro del sofá.

La familia Grimm, con el patriarca William en el centro del sofá.

Esa conversión de Cynthia por medio de los Grimm chocaba con las convicciones de su abuela, muy anticatólica. De ahí la sorpresa del padre Walshe cuando, años después, recibió una petición de su vieja amiga.

Sebastian ya era religioso, y Cynthia se había casado y tenía hijos. Con motivo de llevar a uno de ellos a un campamento de verano organizado por la abadía de San Miguel, le comentó: "Mi abuela acaba de cumplir cien años, su salud se está resquebrajando y me gustaría que fueses a hablar con ella sobre la fe".

El padre Walsh pidió permiso a su superior y fue hasta allá: "Entré, me senté a su lado, le pregunté si se acordaba de mí, me dijo que sí, y antes de que pudiera empezar a hablar, me dijo que estaba teniendo un sueño recurrente, en el que era invitada a una fiesta, pero no podía ir".

El religioso no dejó pasar la oportunidad para entrar en materia: "Ese sueño significa que a usted la invitan a ir al cielo en la Iglesia católica, pero usted no puede ir porque no está bautizada. ¿Le gustaría que la bautizasen?"

Lo que no esperaba era la respuesta:

-¡Sería magnífico!

"Su nieta estaba mirando con los ojos como platos", recuerda el sacerdote, quien bromea: "¡A veces hay que ser muy directo!"

Dos días después vino un sacerdote de la abadía, la bautizó, la confirmó y le dio de comulgar una vez. Luego la anciana murió: "¡Tenía cien años y había muerto católica!", exclama Walshe.

Pero la segunda sorpresa había llegado justo en el momento de bautizarla, porque la abuela, para incredulidad de los presentes, susurró: "¡Mi madre estaría tan feliz!".

-Pero, abuela, has sido anticatólica toda tu vida, ¿por qué dices que tu madre estaría feliz? -interrogó Cynthia, que no comprendía nada.

-Nunca te lo dije. Mi madre era católica, pero mi padre era ateo y le prohibió practicar la fe y educarnos en la fe -explicó la ya católica.

Que es la lección que quiere comunicar el padre Sebastian al hilo de la cuestión: "¡Aquella mujer llevaba muerta cuarenta años y su hija acababa de entrar en la fe a los cien años!" Todo un desmentido a quienes piensan que puede perderse la esperanza.

"Pero la historia no acaba ahí", continúa.

Aprovechando la ocasión, acudió a visitar a sus viejos amigos, los Grimm. No había acabado de cruzar la puerta, cuando Irene Grimm le dijo que justo en ese momento le había colgado el teléfono al hermano de Cynthia.

-Es extraño... Me dice que quiere hablar contigo.

-Dame su teléfono -urgió Walshe, dispuesto a no dejar pasar ni un segundo.

Al otro lado de la línea escuchó la voz del hermano de Cynthia:

-Padre Sebastian, necesito que vengas y hablemos. Estoy en el hospital.

El testimonio del padre Sebastian.

Acudió a verle. "Mañana me operan y puede que no sobreviva a la operación", le espetó el hombre: "No he vivido una buena vida, pero quiero morir como católico. Y quiero una misa tradicional para mi funeral".

El sacerdote le interrogó sobre sus disposiciones de fe ("creo al cien por cien", le dijo) y le explicó que, dado que estaba en peligro de muerte, podía administrarle en ese momento todos los sacramentos. Así lo hizo.

"Sobrevivió a la operación, pero nunca se recuperó del todo. No pudo salir de la cama ni ir a misa, pero leía el catecismo y le llevaban la Comunión. Murió en la festividad de Nuestra Señora de los Dolores, el 15 de septiembre, y estuve en su lecho de muerte", cuenta Sebastian.

Y extrae la moraleja: "Todos los descendientes de aquella mujer casada con un ateo, todos, se hicieron católicos antes de morir. ¿No es fantástico? Así que, cuando escucho a esas pobres madres católicas entristecidas, preocupadas e inquietas por sus hijos o nietos, les digo: 'Tengo buenas noticias para ti. Reza, porque Dios escuchará tus oraciones'".

Ahora y en la hora de nuestra muerte

Rezar, y rezar el Rosario, es la tercera clave de la esperanza que explica el norbertino. En el Avemaría, "hay dos momentos por los que le pedimos a la Virgen por nosotros: 'ahora' y 'en la hora de nuestra muerte'. Son los dos momentos decisivos en la vida de todo ser humano. El presente es el único momento que vives realmente, y si hay un momento en el que quieres que la Virgen esté rezando por ti especialmente, ése es el de la hora de tu muerte".

Siendo así, "¡piensa en todos los rosarios y en todas las avemarías que se rezan en la vida de un católico y que reza la madre de un católico! La hora de la muerte es un momento de importancia suprema y es cuando la Virgen está más presente para todas las almas. ¡Debe ser muy frustrante para Satanás!"

San Luis María Grignion de Montfort contaba precisamente que una vez, mientras realizaba un exorcismo, un demonio desesperado se lamentaba: "No es justo, las reglas no son las mismas para quienes rezan el Rosario. Normalmente  tendrían que condenarse... ¡y todos se salvan!"

Por eso rezamos el Rosario y por eso la Virgen nos pide que recemos el Rosario, concluye el padre Sebastian, para digamos una y otra vez “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Porque "es imposible que ella te falle, ella te ama más que tu madre terrenal, como Dios te ama más que tu padre terrenal. El Rosario es la oración más importante que podemos rezar por la conversión de nosotros mismos y de los demás".

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