Viernes, 01 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Ella no sabía quien era el viejecito... pero cambió su vida

Era musulmana y soñó con un anciano de blanco: «Soy Juan, San Juan, todo irá bien». Era Juan XXIII

San Juan XXIII reza con una niña enferma, en una de sus fotos más conocidas
San Juan XXIII reza con una niña enferma, en una de sus fotos más conocidas

P.J.G./ReL

Devrim era una chica turca y musulmana que no conocía nada del Papa Juan XXIII: ni su nombre, ni su aspecto, ni su existencia ni mucho menos que este Papa había vivido 3 años en Turquía.

Y sin embargo, por alguna razón el Papa Roncalli quiso participar en su vida de forma asombrosa muchos años después de fallecido. La historia, que se publicó primero en una web en italiano dedicada al Papa Juan XXIII, se puede leer en el libro de testimonios Cristianos venidos del Islam (LibrosLibres, 2007). La Iglesia celebra la fiesta de San Juan XXIII cada 11 de octubre.

Una joven turca que buscaba a un Dios cercano

Devrim nació y vivió en Turquía hasta los 29 años. Su familia era musulmana y creyente, aunque integrada en el estilo de vida más laico de la Turquía moderna, poco fervorosa.

“Mis padres me hablaban de nuestro grande y único Dios. Repetían que el Corán es la revelación última y definitiva. Que el Islam es la mejor religión, pero que debemos respetar a quienes profesen otra. Yo rezaba sola. Rara vez iba a la mezquita. No me consideraba una persona especialmente devota pero, al mismo tiempo, sentía un fuerte deseo de un Dios con el que dialogar. Había un vacío en mi corazón, pero no lograba comprender como podía colmarlo”.

Un novio en Italia

A los 29 años Devrim se instaló en Italia, como intérprete en una empresa de envíos internacionales. Allí conoció a un chico siciliano, Beppe, se enamoraron y se casaron por lo civil. Pero con el tiempo, entendieron que deseaban que Dios bendijera su amor, y acudieron a su parroquia de Verona.

A Devrim se le abría un mundo al escuchar cómo el párroco, Don Francesco, le presentaba al Dios cristiano.

“Su hablar de Dios como amigo, como compañero de la vida cotidiana del hombre, hacía crecer en mí la curiosidad hacia el catolicismo, hacía centellear ante mis ojos una divinidad cercana, concreta y fascinante. Don Francesco repetía que Dios es como una luz siempre encendida fuera de la ventana y que es suficiente abrir para que entre en nuestra casa. Y yo me preguntaba: ¿alguna vez he abierto realmente mi ventana?”

Pero ella aún no pensaba hacerse cristiana. Sólo quería una boda cristiana con su marido católico.

En principio la fecha estaba establecida para el 7 de octubre del 2000, pero en agosto comunicaron desde la Curia diocesana que habían surgido “dificultades” en el expediente, nunca detalladas, que bloqueaban el proceso.

Beppe se enteró mientras estaba en Sicilia repartiendo invitaciones a su familia. Devrim lloraba en Verona: ¿estaba Dios en contra de bendecir su unión?

Y entonces tuvo el sueño.

"Un anciano de blanco con grandes orejas"

“Una noche tuve un sueño que quedó nítidamente impreso en mi mente cuando desperté. En el dormitorio estaba un hombre anciano, vestido de blanco, un poco inclinado sobre sí mismo por la edad, con grandes orejas, grandes mofletes y los dientes ligeramente torcidos, que me miraba sonriendo”.

- ¿Quién eres? –preguntó Devrim en el sueño.

- Soy Juan, San Juan –dijo el anciano, poniendo su mano sobre el hombro de ella. –No temas, todo irá bien.

El Papa Juan XXIII

“A la mañana siguiente recibo una llamada del párroco: nuestra petición de matrimonio había obtenido la aprobación directamente del obispo de Verona, monseñor Flavio Carrazo”.

Devrim entendió que había sido algún tipo de sueño premonitorio, pero no lo contó porque no entendía quién era el viejecito de blanco.

Pero unos días más tarde, domingo, viendo la televisión, vio una ceremonia en la Plaza de San Pedro: el Papa Juan Pablo II estaba proclamando un beato, se desenrollaba un tapiz y aparecía el rostro del viejecito desconocido con el que había soñado.

“Beppe, ¡ven a mirar! ¿Ves ese rostro en la tela? ¡Es él, es el viejecito con el que soñé hace unos días!”, grita a su marido.



Así apareció el rostro de Juan XXIII en el tapiz de la beatificación el 3 de septiembre del 2000.

Beppe no sabía nada del sueño, pero sí conocía al viejecito. Explicó a la joven turca que ese hombre anciano era el difunto Papa Juan XXIII… y ahora la Iglesia lo proclamaba beato.

Un escalofrío recorrió la espalda de Devrim. Y quiso saberlo todo sobre Juan XXIII.

Un Papa que vivió en Turquía

En primer lugar quería fotos, más fotos, para compararlo con el anciano de blanco de su sueño.

Después descubrió asombrada que ella no fue la primera turca que interesó a Juan XXIII: había vivido en Estambul de 1934 a 1937, en la nunciatura, y durante años y años rezó por Turquía y su pueblo.

“Nada de coincidencias, son signos de la misteriosa presencia de Dios en mi vida”, diría después. “¿Por qué una mujer musulmana iba a soñar con un santo del que ni siquiera conocía su existencia?”, planteó.

Después de la boda religiosa, Devrim quiso saberlo todo sobre la Iglesia, la fe católica y Jesús. Acribilló a preguntas a amigos y parientes. Finalmente se apuntó a un catecumenado con su párroco.

Cuando en 2005 nació su hija, la pequeña Anna, ambas, madre y niña, fueron bautizadas en la Vigilia Pascual, el 26 de marzo de ese año.

Desde el día de su boda, una foto de Juan XXIII está en la mesilla de noche de Devrim y Beppe.

Y ella habla de su relación con Cristo: “Él sólo espera nuestro sí para hacerse compañero de nuestra existencia. Ese vacío que sentía en mi corazón de joven en Turquía ha sido colmado por su presencia amorosa. Ahora que soy cristiana me doy cuenta de que el bautismo no es el final de un camino, sino un nuevo inicio, y soy feliz de poder decírselo a todo el mundo”.

San Juan XXIII fue canonizado por el Papa Francisco  en abril de 2014.

(Testimonio publicado en ReL en 2014, republicado con correcciones menores).

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