«Los antiguos cimientos de la Iglesia son profundos y sólidos», sostiene Barbara Heil
Dejó de ser pastora evangélica tras vivir la Presencia Real y estudiar las raíces de la Iglesia
Barbara Heil fue educada lejos de la religión, en un momento dado de su vida descubrió el cristianismo evangélico, y finalmente en 2013 entró a formar parte de la Iglesia. El pasado mes de septiembre ofreció su testimonio en el Congreso Eucarístico de Budapest, y ha sido entrevistada por Giulia Tanei en el número de diciembre del mensual italiano de apologética Il Timone:
La alegría y la amabilidad que transmiten sus fotos y vídeos en internet es evidente también en la escritura. Cuando me pongo en contacto con ella para pedirle su disponibilidad para que la entreviste, su respuesta es: "¡Estaré encantada de ponerme a tu disposición!".
Sí, también por esta respuesta se comprende por qué la estadounidense Barbara Heil, madre de ocho hijos y abuela de varios nietos, no transmite y anuncia su fe solo con palabras -por ejemplo, a través de los proyectos de evangelización de la misión que fundó, From His Heart Ministries-, sino que también la encarna en cada gesto de su vida cotidiana.
Sin embargo, no siempre ha sido así, como cuenta a Il Timone.
-Barbara, empecemos con tu aproximación a la fe. Tu primera conversión fue al protestantismo. ¿Qué te atrajo?
-Al no crecer en una familia cristiana, empecé a creer en Jesucristo a través del testimonio de algunos amigos conversos: sus vidas habían sido sanadas y cambiadas de manera radical. Me presentaron a Jesús no solo como una figura religiosa, sino como el Dios vivo y resucitado que dio mi vida por mí y que desea que todos le conozcan. Descubrí que Dios no estaba enfadado conmigo, sino que me amaba y que quería bendecir mi vida con la alegría, la paz y libre de las acciones y los sentimientos destructivos.
»Recé con mis amigos y mi vida se transformó cuando empecé a descubrir a Jesús y Su amor por mí. Empecé a ir a la iglesia y a participar en momentos de estudio de la Biblia y encuentros de oración, mientras crecía en mí la fe en Dios. Aprendí que Dios era real y que tenía un plan para mi vida. Al principio no sabía qué era ser "protestante" o "católico"; solo quería amar y servir a Dios, y alabar a Aquel que me amaba y había entregado su vida por mí.
-¿Cómo surgió la que más tarde se convirtió en una misión?
-Amaba tanto a Dios que quería servirlo. Esto me llevó a participar en una escuela bíblica, donde aprendí a ser misionera evangélica. Formaba parte de un equipo misionero y viajábamos y compartíamos la Buena Nueva allí donde íbamos. A lo largo de los años, con mi difunto marido fuimos pastores de distintas iglesias. Amaba a Dios y estaba feliz de servirle; sin embargo, en mi corazón sentía una sed aún mayor.
-De esta inquietud surgió la decisión de cambiar otra vez de camino. Esta vez la dirección era la Iglesia católica.
-Un día, un amigo mío me dio un libro con algunos escritos de una tal Santa Teresa de Ávila. ¡Nunca había oído hablar de ella! Pero lo que leí llegó a lo más hondo de mi corazón. Empecé a leer libros de autores que posteriormente descubrí que eran Doctores de la Iglesia católica. Después de pasar muchos años leyendo a los Padres de la Iglesia católica, la historia de la Iglesia y explorando lo que la Iglesia católica creía realmente, y no solo lo que alguien me había dicho que creía, fui durante dos años a un instituto catequético y empecé a estudiar el Catecismo. ¡Pero que quede claro, en esa época aún era pastora!
»Sin embargo, cuando acabé el instituto catequético exploré las enseñanzas de la Iglesia y descubrí su belleza y su base en las Escrituras: supe que quería formar parte de ella.
-Concretamente, respecto a tu día a día, ¿cuál es el principal beneficio que has obtenido al haber abrazado la fe católica?
-Desde que llegué a la Iglesia católica en abril de 2013 formo parte de esta hermosa y gran familia, que incluye también a los santos.
»Los antiguos cimientos de la Iglesia son profundos y sólidos y, como católica, también yo soy parte de su historia. Ahora mis raíces van hasta los inicios de la Iglesia. Pero el beneficio principal ha sido la profundidad y la misión de la Iglesia, que es revelar a Jesús Salvador al mundo a través de nuestras vidas. Esto sucede a través de la conversión continua, los sacramentos de la Iglesia y sus enseñanzas.
»¡Los sacramentos de la Iglesia tienen tanta riqueza! La Presencia Real, el formar parte del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía, la extraordinaria fuerza de la Reconciliación, el sentido sacramental del matrimonio. Efectivamente, no veía la hora de poder participar y formar parte de todo ello.
Testimonio de Barbara en el Congreso Eucarístico de Budapest, el pasado mes de septiembre.
-En septiembre de 2021 compartiste tu testimonio en el Congreso Eucarístico Internacional de Budapest. ¿Qué papel ha tenido la adoración eucarística en tu camino de fe?
-Hace muchos años, cuando aún era ministro protestante, y mucho antes de saber que me convertiría al catolicismo, participé como invitada en un congreso católico en Filadelfia.
Al final, durante la última sesión, los organizadores anunciaron que habría una especie de procesión. No sabía de qué estaban hablando y sonaba muy "católico", por lo que decidí no participar y me puse al final del salón.
»Alguien empezó a cantar y yo, con los ojos cerrados, me puse a rezar y a adorar a Jesús. De repente, sentí que Jesús estaba de pie, ¡frente a mí! Su presencia era muy poderosa. No conseguía dejar de inclinarme. ¡Jesús estaba allí! El amor empezó a fluir sobre mí como oleadas. Cuando abrí los ojos, un sacerdote estaba de pie ante mí y en la mano llevaba lo que después descubrí que era un ostensorio con, dentro, el Santísimo Sacramento. Aún no sabía lo que era. Todo lo que sabía era que Jesucristo mismo estaba ante mí.
-¿Fue el hecho fundamental para dar "el salto" al catolicismo?
-Ese episodio me llevó a hacerme muchas preguntas y empecé a recoger toda la información que podía sobre la Iglesia. Era una madre ocupada, una esposa y pastor asistente con un ministerio de palabra itinerante, y amaba y servía a Cristo con toda mi vida, pero había encontrado a Jesús en esa iglesia católica de Filadelfia.
-Ahora que eres católica, ¿cómo vives la Adoración Eucarística?
-Ahora paso mucho tiempo con Jesús en la Adoración eucarística. Él está conmigo y en mí, y Jesús promete que nunca abandonará a quienes creen en Él. Pero durante la Adoración Él está conmigo también físicamente. Su presencia me llena y refuerza mi fe, siento la plenitud de Su amor por mí. Yo derramo sobre Él mi amor, mi adoración y mi devoción, y Él derrama sobre mí Su gracia, Su presencia y Su amor.
Adoración Eucarística. Foto: Exe Lobaiza / Cathopic.
-Actualmente anuncias de manera incansable el Evangelio. ¿Cuál es tu deseo más grande?
-Mi deseo más grande es que los demás puedan conocer y amar a Jesús, que puedan conocer Su amor liberador y experimentar Su profunda misericordia. No basta solo con saber cosas sobre Él. ¡También el diablo sabe cosas sobre Él! No basta con hacer las cosas con el corazón alejado de Dios. Jesús vino para que pudiéramos conocerlo y tener una relación con él y la Trinidad. Dios nos llama a caminar con Él, como sus amigos. Él es la respuesta a todos los problemas, la paz que todo corazón anhela. Comparto la Buena Nueva del Evangelio de manera que los demás se despierten a la realidad del amor de Dios por ellos y al bien que Dios desea para sus vidas.
-¿Qué es, en tu opinión, lo que más les falta a los católicos de hoy en día?
-Diría que un catolicismo auténtico. Por desgracia, hay demasiadas personas que abandonan la Iglesia (y el cristianismo) porque cuando formaban parte de una institución de fe en la que memorizaban mandamientos y oraciones tal vez nunca comprendieron plenamente lo que la Iglesia de verdad enseña, y la profunda invitación a experimentar una vida vivida en Dios, que está activamente presente en quienes depositan su confianza en Él. Muchos son católicos solo de nombre. Dios quiere despertarnos a Su amor, conocernos, sanarnos y satisfacer nuestras necesidades más profundas. Entonces se enciende un fuego en nuestro corazón, con la misma llama que arde en el de Dios, y empezamos a vivir.
Traducido por Elena Faccia Serrano.