«Quien se confía a Él no tropezará jamás», recuerda Suzanne Carine
Prescindía de Dios, Le maldijo en la desgracia... pero obedeció la petición en sueños que la salvó
La conversión de Suzanne Carine muestra la importancia de ser dócil a las inspiraciones de Dios, aunque puedan llegar en el peor momento y de formas misteriosas, y ser recibidas sin esperanza. Lo cuenta ella misma en L'1visible:
Quien se confía a Dios no tropezará jamás
Durante mucho tiempo solo pensaba en divertirme. Me lo pasé muy bien, sin que, la verdad, me preocupase otra cosa que no fuese mi pequeña persona. Pero bueno, así es como yo vivía antes, sin el menor temor de Dios. Además, ¡yo ni siquiera sabía quién era Dios! Sí, me habían bautizado al nacer, pero ese bautismo recibido cuando era muy pequeña no tenía importancia alguna a mis ojos. No podía comprender lo que era. Al levantarme por las mañanas rezaba un Padrenuestro y un Avemaría, de forma mecánica y sin darle importancia. Ni siquiera sabía lo que significaban esas palabras.
“Ponte a rezar”
Me encontré con Dios tras la muerte del padre de mi hijo. Murió repentinamente. Vino a visitarme un momento y, media hora después de irse, recibí una terrible llamada. Al otro lado del teléfono me dijeron que había muerto en un accidente de carretera. Nuestro hijo solo tenía nueve meses. Pasé los días siguientes extremadamente afectada. Maldije a Dios. Le gritaba: “¿Por qué has hecho esto? ¡No tienes derecho a hacerme esto!”
Después de que me diesen la noticia de su muerte, caí profundamente enferma, me hundí en una depresión. Me dije que la vida ya no valía la pena de ser vivida. Una noche, tuve un sueño en el que mi abuela, que también había muerto y a quien nunca había conocido (se llama Suzanne, como yo) me dijo: “Escucha, mañana te vas a levantar, vas a coger el rosario -y si no tienes vas a comprar uno-, y ponte a rezar el Avemaría”.
Poco tiempo después, mi padre, por su parte, me dijo: “Escucha, siempre te lo he dicho. Suzanne, hay que rezar. Estamos ahí, cerca de ti, pero ponte a rezar”. A partir de ese momento le entregué mi vida a Dios. Era muy difícil al principio, porque ¡ya no Le soportaba! No tenía fe, ¡y le había maldecido tanto después de lo que me había pasado! Sin embargo, poco a poco, comencé a poner mi vida en sus manos. Iba a rezar a la iglesia, asistía a las novenas, y mi padre estaba ahí para ayudarme. Poco a poco, comencé a ver las maravillas que nos ofrece el Señor. Después de haber cubierto todas esas etapas con la ayuda de Dios, puedo afirmar: “Es maravilloso, y quien se confía a Él no tropezará jamás”.
“Lo Eterno me tocó”
Lo que ha cambiado en mí es esta apertura, esta llamada a recibir y a dar. Sin duda me he vuelto a cerrar durante estas pruebas, estaba resentida. Hoy me siento abierta a recibir, a dar, a acoger, algo que no me pasaba antes. Lo Eterno realmente me ha tocado para que todo eso cambe.
Intento ayudar a la gente lo más posible, ¡en todo caso mucho más que antes! Dios, a mis ojos, es mi prójimo, es ese enfermo a quien ayudo, esa persona que sufre. Los buenos días que le doy a una persona, a cualquier persona con la que me encuentre, aunque no la conozca, sin saber quién es… ¡es a Dios a quien se los transmito!
Publicado en ReL el 2 de noviembre de 2019 y actualizado.