Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Oración repetitiva.

por Juan del Carmelo

        Aunque algunos no lo entiendan, nos es muy difícil comprender el tremendo valor que tiene para nosotros la práctica de la oración repetitiva. Y dentro de esta clase de oraciones repetitivas esencialmente tenemos el rosario, con la fuerza de empuje que este le da, al que perseverantemente lo reza para avanzar en el desarrollo de su vida espiritual y en el amor a Dios. Veamos.
         En los Evangelios, en el pasaje de la Oración de Huerto, podemos leer: “Y volviendo otra vez, los encontró dormidos; tenían los ojos cargados. Dejándolos, de nuevo se fue a orar por tercera vez, diciendo aún las mismas palabras”.(Mt 26, 43-44). Es importante aquí, que consideremos el término “aún”, que emplea el evangelista. El Señor, no cambia la oración, no dice lo que quiere a Su Padre de distinta forma con distintas palabras, emplea “las mismas palabras”, nos recalca el evangelista. Nosotros pensamos que la variedad en la oración, nos va a producir un mayor efecto y nos equivocamos. Inventamos una serie de oraciones personales, que creemos que nos quedan muy bonitas y que a Dios le van a impresionar, y si no le impresionan al menos hemos satisfecho nuestra vanidad de compositor literario. 
        Por otro lado, somos cuerpo y alma, materia y espíritu, y la oración, de la clase que esta sea, es siempre una forma de relacionarse con Dios que es un Espíritu puro. Nuestra parte material nos pide y nos razona con argumentos que no tienen ningún efecto en el desarrollo de nuestra vida espiritual. Cuando razonamos en función de nuestra materia, somos pragmáticos, buscamos siempre el ejecutar algo que nos reporte una reacción o un beneficio inmediato. Si ejecutamos algo que no nos proporciona enseguida el resultado buscado, abandonamos el camino escogido por inútil y buscamos otros caminos para obtener lo que deseamos.
        Esta forma de ser y actuar, nos ha llevado a lo que estimamos como un gran desarrollo tecnológico, y estamos muy orgullosos de la calidad de vida que hemos conseguido, en relación con nuestros antecesores, si es que miramos para atrás y nos comparamos con ellos. Posiblemente estamos tan cegados, que nos hemos olvidado, de que quizás la calidad de vida espiritual de nuestros antecesores, fuese muy superior a la nuestra y que al final para todos y sobre todo, para los que creemos, al final de este mundo solo nos podremos llevar o sacar de este mundo, nada más que los frutos de nuestra vida espiritual.
          Básicamente la oración, es el reconocimiento ante Dios de nuestra podredumbre, de que como decía San Agustín: ¿Qué tienes tú, que no hayas recibido? Todo lo hemos recibido de Dios y si algo queremos hemos de pedírselo a Él. Básicamente nuestra oración en más de un 90% es oración de petición, solo tenemos o practicamos un pequeño porcentaje de oración de alabanza o de gratitud. Pero en la oración de petición al ejecutarla cometemos dos errores básicos:
        El primero es el de creer que estamos en el mundo de orden material, donde las cosas se dicen una sola vez, al menos que se le pida algo a un sordo, y por supuesto Dios no está sordo, es más antes de que pensemos lo que vamos a pedir Él ya lo sabe de antemano, y por lo tanto creemos que no es necesario repetirle a Dios la petición.
         El segundo error que cometemos, es más importante, ya que pensamos, como pensaríamos en el trato material, cuando a nuestro jefe le pedimos un aumento de sueldo, pensamos que hemos de ablandarle su corazón para que nos conceda lo que le pedimos. ¡Craso error!, no es el corazón de Dios el que hemos de ablandar, Él lo tiene pleno de amor y blandura hacia nosotros. Somos nosotros los que hemos de ablandar nuestro corazón para poderle dar cabida dentro de él al Señor. Es el Señor el que ha de entrar en nuestro corazón, y tenemos que darle cabida en él, expulsando del mismo nuestros apegos humanos.
         Nosotros ya estamos desde siempre, dentro del corazón del Señor, no tenemos necesidad de entrar donde ya estamos. Y es aquí, donde entra en función la necesidad de la oración repetitiva, para que nuestro corazón se ablande. El valor de lo repetitivo en la oración, lo podemos expresarlo con el proverbio latino “Guta cava non calendo bis, sed semper calendo”. La gota horada la piedra no cayendo una sola vez, sino cayendo constantemente. El herrero pone en la fragua el hierro al rojo vivo, y después en el yunque empieza a golpearlo repetidamente, para darle la forma deseada. Por muy al rojo vivo que esté el hierro no le basta un solo golpe, ha de dar muchos. Nuestro corazón es un pedazo de hierro que primeramente hemos de calentar en el fuego del amor a Dios y repetidamente golpearlo para que se ablande, porque el amor de Dios, tal como explica San Juan de Cruz es un fuego transformante, y el valor de la oración repetitiva es el de meternos en ese fuego transformante que es el amor a Dios. 
        Creo recordar que parte de todo esto, lo escribí ya en mi libro “Relacionarse con Dios” y en él mencionaba que los antiguos Padres del desierto y también la Iglesia oriental cismática, le dan un gran relieve a la oración repetitiva, aunque solo sea una simple jaculatoria, pues ella machaconamente va golpeando el corazón del que la práctica y le pone en el camino de la oración contemplativa.
        Existe un libro de los cristianos orientales, muy conocido, titulado “El peregrino ruso”, traducido al español, en el que un peregrino impactado por la frase evangélica. “Orad, orad incesantemente”, escoge una simple jaculatoria y repetitivamente, día y noche no cesa de rezar.
        Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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