Los Sócrates, Platón y Aristóteles cristianos
Todo el mundo conoce la tríada de los grandes pensadores griegos: Sócrates, Platón y Aristóteles. Es muy asombrosa la capacidad de generar un contexto tan estimulante para la creación de grandes ideas.
En la historia del cristianismo creo que hay una historia muy parecida pero, en vez de con tres pensadores, llegaron a ser incluso cuatro. Se trata de Clemente de Alejandría, Orígenes, San Ambrosio y San Agustín. Fui consciente de ello al leer la magnífica historia de los Padres de la Iglesia recogida en Cuando la iglesia era joven, un libro que recomiendo encarecidamente.
San Clemente de Alejandría nació en la patria de Sócrates, Platón y Aristóteles: Atenas. Era hijo de una adinerada familia pagana, por lo que recibió una esmerada educación. Fue el primer gran intelectual cristiano, un pensador de renombre que no tenía ningún miedo a la filosofía pagana. Dirigió la influyente escuela catequética de Alejandría, desde la que animaba a conocer y analizar críticamente la filosofía y literatura paganas. Lidió con numerosos frentes teológicos y fue un gran defensor de la institución matrimonial frente al hereje Marción, que la condenaba duramente.
El más grande discípulo de Clemente fue Orígenes, que también dirigió la Escuela de Alejandría. Fue un escritor prolífico, que escribió aproximadamente dos mil obras, llegando a dictar hasta cuatro a la vez. Algunos le consideran “el genio más grande que la Iglesia primitiva haya producido”, pues su influencia fue de gran ayuda para el desarrollo de la fe.
Junto con Tertuliano, es uno de los dos Padres de la Iglesia que no es santo pues, entre otras cosas, creía en la preexistencia del alma y la salvación de todos, incluidos los demonios. También es conocido por castrarse a consecuencia de interpretar mal el pasaje de “si tu ojo te escandaliza arráncatelo”, aunque muy probablemente esta historia no es real. Como se condenaron algunas de sus doctrinas, hemos perdido sus obras. La más famosa es la Hexapla, en la que compara hasta siete traducciones de la Biblia.
Una de las mejores cosas que hizo Orígenes fue influir decisivamente en la conversión de San Ambrosio, un hombre sobre el que los cristianos deberían financiar una película épica que ganara media docena de Oscars. Con 30 años, el emperador le nombró gobernador del norte de Italia, justo en la época en la que la capital del imperio estaba en Milán, es decir, es como si el emperador lo hubiera nombrado regente de la provincia de Roma. A nivel político fue mucho más influyente que alguien de la talla de Tomás Moro.
Cuando tocó suceder al obispo de Milán hubo grandes discusiones entre católicos y arrianos. Ambrosio, como gobernador de la ciudad, fue a la catedral y dio un discurso para poner paz. De allí salió aclamado por la multitud como obispo y, aunque se resistió lo que pudo, acabó siéndolo. Y eso que en aquel momento era solo un catecúmeno devoto (todavía estaba sin bautizar) lo que permite vislumbrar lo grande era su prestigio y su honradez.
Muchas son las historias y decisiones que tuvo que tomar Ambrosio: medió con el emperador de Oriente para que no invadiera Italia. Sufrió el asedio de un emperador de Occidente por no regalarle una iglesia para el culto arriano: aguantaron sin comer atrincherados y aprovecharon para crear en una semana el canto ambrosiano, la música escrita más antigua que se conserva y que estuvo vigente cuatro siglos hasta que se inventó el gregoriano.
Más adelante, con el emperador Teodosio tuvo una gran relación. Le enseñó a ser humilde, penitente y le corrigió sus desmanes. La relación entre ambos es preciosa. Se conserva la carta con la que le corrigió Ambrosio, pues le excomulgó por ordenar la masacre de 7000 habitantes de Tesalónica, en respuesta al asesinato de su gobernador militar establecido en la ciudad. El bueno de Teodosio se vistió de saco y ceniza y llevó a cabo varios meses de penitencia pública, hasta que le perdonó.
Otra famosa historia tuvo lugar cuando mandó fundir los cálices de oro para dar limosna a los pobres y rescatar cautivos a los presos hechos por los bárbaros. También tuvo que combatir la herejía arriana, especialmente en el ámbito de la teología política. Los arrianos consideraban al Hijo como el primer ministro de Dios y a los emperadores como sus sucesores. Por eso, según los arrianos los obispos debían ir donde dijera el emperador, por lo que estos gobernantes veían con buenos ojos el arrianismo. Algo parecido sucedió mil años después cuando los príncipes alemanes asumieron la doctrina luterana que decía: “Cuius regio, eius religio”, es decir, “a cada región. la religión de su Señor”.
Los sermones dominicales de san Ambrosio eran seguidos en la catedral de Milán por muchos fieles, uno de los cuales quedó admirado de su doctrina y fue a escucharle con gusto en muchas ocasiones, hasta que finalmente se convirtió. Su nombre era Agustín y procedía de Hipona. De este último santo no te cuento nada porque es sobradamente conocido.
Estos son los cuatro grandes genios del cristianismo que fueron discípulos unos de otros. En el siglo XIII hubo de nuevo una fructífera relación entre dos grandes pensadores, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, pero es bueno saber que hay otra gran saga de grandes pensadores cristianos todavía más duradera.