Domingo, 19 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Un caso de eutanasia que es un asesinato


Lo que en realidad pidieron los hijos es que acabaran ya con la vida de su madre, porque consideraban que la enfermedad ya no tenía vuelta atrás, y por tanto, su vida no merecía la pena vivirse.

por Agustín Losada

Opinión

Les resumo el caso, ocurrido en diciembre del año pasado, y que ha salido a la luz pública al publicarlo El País el pasado día 16 de mayo. La noticia la resume así el periódico:

María Antonia Liébana Ríos estaba «sin posibilidad de recuperación ni tratamiento». Comatosa, apenas respondía a los estímulos. Un infarto cerebral masivo la llevó el pasado 25 de noviembre al hospital público Infanta Leonor, en Madrid. María Antonia estuvo así días, sin apenas reaccionar, con los ojos abiertos pero sin hablar ni moverse. Tenía demencia senil y otras complicaciones. Su médico no le daba esperanzas de mejoría, pero insistió, en contra de la voluntad de la familia, en alimentarla artificialmente. Y la justicia se puso de parte del hospital. Finalmente, la familia se la llevó a casa donde Luis Montes y otro médico la sedaron y falleció horas después.

Así explicado, parece un caso evidente de encarnizamiento terapéutico por parte de los médicos, que no dejaron a la pobre mujer morirse en paz. Sin embargo, no es tan sencillo. Trataré de explicarlo, para aportar algunas reflexiones.

Un día el marido encuentra a su mujer inmóvil en el sillón de casa. Había sufrido otro infarto cerebral. Trasladada al hospital, la familia pidió que no trataran a su madre, que la dejaran morir en paz, porque no querían que estuviera llena de vías y cables. De acuerdo con sus deseos, el hospital instauró un tratamiento conservador, es decir, suero para mantener la hidratación y poca medicación. Pero los días pasaban y María Antonia seguía viva, porque su proceso se había estabilizado. Si no se la alimentaba, la mujer moriría de inanición. Recordemos que alimentar a una persona no es un cuidado desproporcionado, sino un cuidado vital básico.

Así que el hospital insistió en ponerle una sonda nasogástrica para alimentarla con una papilla. Y aquí es donde la familia se negó, alegando que como la enferma era incapaz de expresar su voluntad, les correspondía a ellos tomar una decisión. Y que la Ley de Autonomía del Paciente les permitía rechazar el tratamiento. Me resulta curioso que el argumento que utilizaron los familiares fue que María Antonia «era de familia republicana y no tenía creencias religiosas», y por tanto, si hubiera podido escoger, habría pedido morir en paz, no apurar su existencia en un estado comatoso. Como si el ser o no ser religioso influyera en cómo afronta uno la muerte con dignidad. Tal vez los hijos, con una evidente incultura religiosa, piensan que ser religioso exige sufrir espantosas agonías en el trance final de la vida.

Seguramente no han entendido lo del «valle de lágrimas» y piensan que Dios exige de los hombres sufrimientos, como los dioses de las culturas primitivas.
Comenzó entonces una disputa entre la familia y el hospital: Los primeros, porque querían que no se alimentara a María Antonia, sino que se le diera una sedación terminal. O sea, que la mataran de una vez. El hospital, porque consideraba que eso no es ético y que en las circunstancias en las que estaba, tenía que recibir cuidados básicos (alimentación). Como la familia no lo aceptaba, el hospital se acogió al artículo 21 de la Ley de Autonomía del Paciente: «En caso de no aceptar el tratamiento prescrito, se propondrá al paciente o usuario la firma del alta voluntaria». Dado que la familia se opuso físicamente a que le conectaran la sonda, les concedieron finalmente el alta voluntaria y los hijos se la llevaron a casa.

Una vez en su casa, llamaron a Fernando Marín, médico y presidente de DMD en Madrid. Y con él vino el famoso doctor Montes (el llamado «doctor muerte» del Hospital de Leganés, donde los enfermos morían como chinches en urgencias). Los dos la sedaron con morfina (un analgésico), dormicum (un sedante) y un poco de buscapina (un relajante muscular). Sobre las seis de la mañana falleció. El certificado médico refleja que la causa del fallecimiento fue una parada cardiorespiratoria tras un accidente cerebrovascular extenso.
El médico que le administró la sedación se cubre las espaldas de esta manera:

«Esto no es eutanasia porque la enferma no pidió morir. Ni ella ni los hijos, que lo que pidieron es que no sufriera. Se utilizó una sedación protocolizada que recomienda la Junta de Andalucía, que es paulatina y hace que la enferma entre en un sueño profundo. Y durante ese sueño su enfermedad le causa la muerte. No importa si la sedación le aceleró la muerte. Para esta mujer no había otro tratamiento disponible».

Pues si pidieron que no sufriera, y estaba en coma, no lo entiendo. En coma no hay conciencia, y por tanto no se sufre. Por lo que no es necesaria la sedación. Lo que en realidad pidieron es que acabaran ya con su vida, porque consideraban que su enfermedad ya no tenía vuelta atrás, y por tanto, su vida en tales circunstancias no merecía la pena vivirse más tiempo. Y a los «doctores» Marín y Montes les pareció muy bien. Y la sedaron para que se muriera de una vez. Ahora encima pretenden vendernos su muerte como un acto humanitario.

Por si queda alguna duda, esto es lo que opina el señor Marín sobre la eutanasia, según publica él mismo en su blog:

«El asesinato (también denominado homicidio cualificado) es un delito contra la vida humana, de carácter muy específico, que consiste en matar a una persona concurriendo ciertas circunstancias, tales como: alevosía, precio, recompensa o promesa remuneratoria y ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor del ofendido.

La sedación nunca provoca la muerte, atenúa los síntomas de la agonía mientras el paciente muere a consecuencia de su enfermedad, supeditando un hipotético e inevitable adelantamiento de la muerte al objetivo de aliviar el sufrimiento.

La eutanasia, en mi opinión una forma de ejercer el derecho a disponer de la propia vida, provoca la muerte de una forma rápida e indolora, pero tampoco es un asesinato, porque no se puede arrebatar la vida (matar) a quien desea morir voluntariamente. Considerar la eutanasia como homicidio es como confundir lo voluntario con lo forzado, el amor con la violación, el regalo con el robo.

Nadie puede obligar a un paciente a ser sedado. Los fundamentalistas de la sacralidad de la vida disponen de esta opción, su problema es que desean imponer este valor a todos los demás, llamando asesinos a los profesionales que sedan a pacientes que desean morir dormidos. Sólo hay una razón para oponerse a la sedación: la vida no es disponible porque está en manos de dios. Se reconozca públicamente o no, es una motivación religiosa. Perfecto, pues no disponga usted de su vida, pero déjenos a los demás decidir en libertad de acuerdo a la legalidad vigente».

¿Y a ustedes, qué les parece?

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