Miércoles, 09 de octubre de 2024

Religión en Libertad

La logofobia va al colegio

Patricio, amigo de Bob Esponja.
Las medidas del Gobierno para la enseñanza secundaria buscan formar una generación de "Patricios", a imagen del gran amigo de Bob Esponja: personas perezosas, de escasas entendederas y sumamente ignorantes. Carne de cañón para la manipulación por parte del poder.

por Leandro M. Gaitán

Opinión

El proyecto sobre la ESO [Enseñanza Secundaria Obligatoria] recientemente aprobado por el Consejo de Ministros es un síntoma más de la logofobia dominante en la élite política. Aquí emplearé la palabra logofobia como miedo, aversión, u odio a la razón. Resulta bastante sencillo trazar el itinerario que los logofóbicos han recorrido con su proyecto de transformación educativa.

Comenzaron con la imposición de programas de “educación sexual” en los que se enseña a los estudiantes, desde su más tierna infancia, a llevar una vida sexual sin límites, y a autodiseñarse conforme sus propios deseos (pudiendo autopercibirse varones por la mañana, mujeres por la tarde, y no binarios por la noche).

Luego se deshicieron de la religión, el mayor aporte de la tradición judeo-cristiana. Y con el reciente Real Decreto, se deshicieron de la filosofía, el mayor aporte de la cultura greco-latina, y de la ciencia, hija de las dos anteriores, que hoy se enseña con perspectiva de género.

Lo están dinamitando todo. En términos educativos (y no solo) están haciendo añicos los pilares de la civilización europeo-occidental, dejando a nuestros jóvenes sin raíces, sin un suelo firme donde pisar, sin un horizonte de sentido. El adanismo es su bandera, pues quieren hacer tabula rasa con todo y empezar de nuevo. Quieren “hacer nuevas todas las cosas”, con un detalle: ellos se consideran la medida de todas las cosas.

Los logofóbicos se deshicieron de la “religión” para la que “en el principio era el Logos”, y por el Logos “todo fue hecho” [Jn 1, 1-3]. Se deshicieron de la filosofía, que surge como instauración del logos en tanto que instancia superadora del mito, y como indispensable ejercicio de pensamiento crítico. Se están deshaciendo, aunque con mayor sutileza, de la ciencia, que surge como aplicación del logos al conocimiento de la realidad (la cual está también, constitutivamente, dotada de racionalidad). La logofobia es enemiga de la inteligencia. Y porque es enemiga de la inteligencia, es también enemiga de la verdad y la libertad.

Pero aquí no queda todo, los logofóbicos también han eliminado la historia cronológica. La historia, que vertebra y conecta a la religión, a la filosofía y a la ciencia (e intenta ofrecer un conocimiento totalizante y crítico del pasado), cumple la función (primordial, por cierto) de enriquecer la memoria de un pueblo, de afianzar su identidad, de brindar elementos para la comprensión del presente, e incluso de anticipar (aunque oscura e imprecisamente) el futuro.

Al eliminar la historia los logofóbicos eliminan también la memoria. A estas alturas uno podría afirmar, casi sin temor a equivocarse, que estos especialistas en demolición cultural han terminado su faena. Mala noticia, no lo han hecho. Con el nuevo Real Decreto también se han cargado el aprendizaje memorístico. En efecto, el decreto de marras impone, para los jóvenes de la ESO, un aprendizaje menos memorístico y más orientado a la práctica. Es decir, no solo se deshacen de la memoria histórica, sino que también apuntan sus cañones contra la memoria entendida como capacidad cognitiva, probablemente la más importante del ser humano, y eliminan su uso y ejercitación en un período de la vida que es clave para su desarrollo. En síntesis, la élite logofóbica ha aplicado toda su inventiva para diluir, tanto como sea posible, un componente fundamental para la definición de sus identidades. A estas alturas —debo corregirme—, parece ingenuo definir a los logofóbicos como meros especialistas en demolición cultural. Cabría definirlos, para ser más precisos, como especialistas en demolición antropológica.

“¿Demolición antropológica? ¿No te parece exagerado?”, podría preguntar algún lector escéptico. Respuesta breve: no. Los logofóbicos, no contentos con aplicar un plan de adoctrinamiento sexual hedonista en extremo, y no contentos con deshacerse de la religión, la filosofía, la ciencia, la historia, y la memoria, van a permitir que los estudiantes obtengan el título de la ESO sin límite de suspensos. En otras palabras, sin estudiar. Lo cual equivale a una legitimación del analfabetismo. Con esta decisión, igualarán para abajo en términos de adquisición de conocimientos, haciendo explosionar todo el sistema educativo, incluyendo el sistema universitario. Porque muchos de esos estudiantes luego querrán ir a la universidad a estudiar, por ejemplo, “Violojía” o “Siensias Sosiales”, y habrá que ver cómo se las arregla el sistema universitario para enmendar semejante desastre.

Los logofóbicos no quieren héroes, santos, o sabios como modelos para nuestros jóvenes, quieren a Patricio, el amigo de Bob Esponja. Patricio desciende del linaje del Rey Ameba y la Reina Mohosa, y se caracteriza por ser “lerdo, perezoso, inmaduro, olvidadizo, en ocasiones grosero, y generalmente ignorante” (según describe la omnisapiente Wikipedia). Esa es la mayor aspiración de la élite logofóbica, formar legiones de “Patricios”. Las políticas logofóbicas conducen al envilecimiento del hombre, lo hacen esclavo de sus pasiones, le inspiran sentimientos innobles, lo embotan mentalmente, lo vuelven amnésico, indiferente, anodino, zafio, lo convierten, en fin, en un despojo de humanidad.

Los contenidos manifiestamente anti-humanos del nuevo Real Decreto sobre la ESO nos impelen a reflexionar acerca del tipo de educación que queremos para nuestros niños y jóvenes, y a tomar medidas urgentes (¡a reaccionar!), para que la logofobia de nuestros gobernantes no les perjudique de por vida.

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