Martes, 30 de abril de 2024

Religión en Libertad

¡Todos a Estrasburgo!


Si han reaccionado con esta rotundidad frente a la presencia silenciosa de un crucifijo, ¿qué no harán frente a las evidencias, rotundas y sonoras, que van a mostrar los padres?

por Marisa Pérez Toribio

Opinión

¡Todos a Estrasburgo!
 
Hace un par de años, al entrar a un instituto me encontré con un cartel en el pasillo. Era un tablero de ajedrez, en el que se distinguían varias piezas; me llamó la atención y entonces leí la frase: «El preservativo, una pieza más de tu juego». Me fijé mejor en la foto y descubrí que uno de los peones era, efectivamente, un preservativo colocado de tal forma que parecía un peón de ajedrez. El mensaje me resultó aterrador. Niños que a partir de los doce años empiezan a convivir, día tras día, con esos mensajes. Aunque en casa tratemos de mantenerles ajenos a la realidad falseada y perniciosa que les llega a través de programas y series de televisión, como por ejemplo Física y Química, al llegar al instituto o al colegio se encuentran con mensajes de ese tipo: El sexo es un juego...así que simplemente preocúpate de tener esa pieza más y… ¡A jugar!, como en aquel famoso programa de televisión.
 
En esa imagen hay un mensaje; mejor dicho dos: la prevención, que sin duda es la parte a la que se agarrarían para justificar el cartel… y el fomento de la promiscuidad, como un juego, en niños entre 12 y 17 años, algo que sin duda negarían, pero que es evidente.
 
Por supuesto, uno no puede llegar y colgar cualquier cartel en el pasillo de un instituto. Aquel había sido cuidadosamente elegido para hacer llegar ese mensaje concreto a los niños. Precisamente yo había entrado ese día en aquel centro para colocar un cartel informativo de unas jornadas sobre Educación para la Ciudadanía (EpC). Allí se quedó, en espera de que el director autorizara o no la colocación del mismo. Nunca supe si finalmente se había colocado. Al salir me quedé de nuevo mirando un rato aquel tablero de ajedrez, pensando...niños de doce años, recibiendo día tras día ese mensaje, y asumiéndolo como algo normal.
 
Apuesto a que ningún padre protestó por la presencia de aquel cartel que lanzaba esa idea a sus hijos. Si lo hubieran hecho, a lo mejor había sido retirado, pero ningún padre se tomó siquiera la molestia de protestar, estoy segura.
 
En el año 2002, en cambio, Soile Lautsi,  una ciudadana italiana de origen finlandés se fijó en los crucifijos que había en las aulas del instituto público Vittorino da Feltre, de Abano Terme (Padua), donde estudiaban sus dos hijos, y pidió que fueran retirados. Los mismos crucifijos que, sin duda, ve constantemente en esa ciudad de Italia, cada día, en tantas iglesias, en tantos sitios. Tras la negativa del centro, Lautsi acudió a los tribunales y ahora acabamos de conocer la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que le da la razón al determinar que la presencia de crucifijos en las aulas constituye «una violación del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones» y «una violación de la libertad religiosa de los alumnos».
 
Esta madre, al parecer, planteó su denuncia defendiendo la idea de que «el crucifijo tiene detrás muchísimos significados negativos». No he leído aún el texto de dicha sentencia; tengo mucho interés en hacerlo, para ver la argumentación planteada por el abogado de Lautsi. Si la simple presencia del crucifijo en el aula se entiende como una violación del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones… ¡Qué dirán los mismos magistrados cuando les lleguen miles de recursos de padres españoles contra EpC! No parece que a las hijas de esta señora les hicieran asumir como propios los valores cristianos e incorporarlos a su comportamiento para siempre. Era la simple presencia del crucifijo la que vulneraba sus derechos. A mí que me lo expliquen, porque los razonamientos que he leído hasta ahora, sinceramente, no me convencen. En cualquier caso, lo que está claro es que con el razonamiento de estos magistrados, que han sido incapaces de ver siquiera lo que tiene de tradición cultural europea el crucifijo, será interesante ver el palo que le van a meter al novedoso proyecto ideológico de este Gobierno que pretende la reconstrucción del sistema de valores morales de los niños, en forma de asignatura obligatoria y evaluable; un invento que, indudablemente, viola el derecho de los padres.
 
Por fin los padres objetores pueden estar tranquilos; ya tenemos la certeza de que esto es cuestión de tiempo: más le vale al Gobierno recapacitar y retirar su proyecto ideológico, porque, si no, dentro de unos años, el tribunal de Estrasburgo le sacará los colores. ¿Acaso alguien lo duda?
 
Si han reaccionado con esta rotundidad frente a la presencia silenciosa de un crucifijo, ¿qué no harán frente a las evidencias, rotundas y sonoras, que van a mostrar los padres? ¿Qué no habrían hecho si algún padre se hubiera decidido a denunciar la presencia de aquel tablero de ajedrez en el instituto de sus hijos? ¿Qué haría el Tribunal de Estrasburgo si miles de padres denunciaran el convenio de colaboración entre CEAPA y la FELGTB para imponer la visión del lobby gay a los niños en los colegios? Visto lo que ha hecho con los crucifijos, es evidente que tendrá que ser implacable con el resto. La solución, pues, está en nuestras manos. ¡Todos a Estrasburgo!
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