Jueves, 02 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Una Europa no farisaica


Los estados europeos proclaman ahora un sistema de seguridad fuerte, que sea compartido, pero no confiesan la superficialidad con la cual han dejado a Arabia Saudita, a Qatar y a otros países financiar a sus predicadores, imanes y mezquitas, dejando predicar en árabe, y así dejando crecer la ideología yihadista.

por Samir Khalil Samir

Opinión

Los trágicos atentados de Bruselas han producido en Europa dos actitudes: una más combativa y otra más sentimental. Los terroristas que perpetraron los atentados era conocidísimos por la policía y los servicios secretos, y sin embargo hicieron lo que quisieron. Ahora, nuestra gente se ha vuelto “combativa”: implementar un sistema de seguridad más preciso, controlar las fronteras, rechazar a todos los inmigrantes, maldecir toda propuesta de integración.

Pero luego tenemos a la gente común. Por ejemplo, algunos jóvenes que sólo piden tranquilidad y delegan la defensa en un Estado que ya se ha vuelto frágil. Ellos no se sienten responsables de nada.

De hecho, está muy difundido el miedo a que el terrorismo nos robe nuestro modo de vivir, tan despreocupado y “libre”. Muchos periódicos subrayan además “la guerra” en Europa. Pero hace tiempo que Europa está en guerra contra el yihadismo.

También es verdad que hay ahora una escalada. La fiebre islamista está en todas partes, o no sólo en un país o una zona concretos. Los yihadistas actúan en cualquier parte: en las calles, en los restaurantes, en el aeropuerto, en el subterráneo metropolitano. Parece que ya no hay escapatoria.

Los terroristas aprovechan cualquier situación para que todo estalle: Pakistán, Bangladesh, Nigeria, Kenia, Libia… Quizás no son las mismas personas o el mismo grupo, pero toda esta violencia tiene un origen, que es el salafismo.

Existe una ramificación del pensamiento islámico que intenta globalizar el terror.

El profesor Pierre Vermeren hablaba el pasado miércoles en Le Monde sobre la historia de estos grupos marroquíes a los que pertenecen los terroristas de París y Bruselas. Ellos o sus padres llegaron a Europa con el boom de las industrias mineras y del acero; con la crisis se convirtieron en desocupados; tras la desocupación se convirtieron en delincuentes, traficando con hachís. Pero llegado este punto, también debido a un extraño pacto económico con el mundo saudita, comenzaron a llegar decenas de predicadores wahabitas, construyendo mezquita tras mezquita. Y ese fundamentalismo los tomó para sí y los convirtió en terroristas.

Un hecho similar sucedió también en Francia. Pero Bélgica y Francia, con gobiernos laicos, desinteresados por la religión, no se ocuparon de este aspecto y los han dejado crecer hasta hoy. Los Estados pensaban poder controlar la situación de una manera política y sociológica. El fenómeno, sin embargo, les estalló en la cara.

En Bélgica existen barrios donde la policía ya no entra. En Molenbeek [el barrio de Salah Abdeslam, el terrorista arrestado en Bélgica, responsable de la masacre de París], pero también en otros barrios, cuando la policía llega hombres barbudos les paran o les bloquean el paso diciendo que esa es “su casa” y que las fuerzas del orden no deben introducirse allí.

Son zonas que ya no son controlables. En Francia la situación es similar, con barrios donde la delincuencia juvenil hace lo que quiere. Aunque sus padres, con mayor edad, no estén de acuerdo, los jóvenes se comportan como dueños del lugar y ellos son la ley.

Por otra parte, los precios y los alquileres en el centro de la ciudad son muy altos, y esta gente tiene que ir a vivir a la periferia, convertida en ciudades con justicia propia.

El wahabismo se difunde por todas partes: con el dinero, con las mezquitas, con los imanes pagados por el extranjero. Y este es el resultado.

La enfermedad islámica
Los estados europeos reclaman ahora un sistema de seguridad fuerte y compartido, pero no confiesan la superficialidad con la cual dejaron que Arabia Saudita, Qatar y otros países financiasen a sus predicadores, imanes y mezquitas, permitiendo que predicasen en árabe y creciese la ideología yihadista.

Pocos países han dado reglas precisas, como Austria y Suecia: no se aceptan proyectos de mezquitas financiadas desde el extranjero; las prédicas deben realizarse en la lengua del país anfitrión; los imanes deben ser formados en el país. En Austria, por ejemplo, se ensayó una escuela teológica islámica local dentro de la universidad, con programas académicos: quien quiere ser un imán reconocido, debe estudiar allí.

Son necesarias un mínimo de reglas: por ejemplo, no se debe rezar bloqueando las calles, una especie de chantaje muy difundido. Una vez sucedió algo así en Milán; en París aún sucede ahora; en Marsella... ¡hay barrios enteros secuestrados para la oración!

Los Estados no entienden nada de religión y menos aún de la religión islámica, y dejan hacer lo que quieran. Tal vez a los católicos si les impongan prohibiciones, pero hacia los musulmanes muestran condescendencia.

Francia, por ejemplo, es a menudo anti-católica en su gobierno y hace de todo para frenar a los católicos, pero facilita las cosas a los musulmanes para ganar sus  votos. Quizás lo mismo sucede en Italia.

En Francia, el entonces presidente Sarkozy rescató una ley del siglo XIX por la cual pagando un franco al año es posible alquilar por “motivos culturales” un terreno... ¡para 99 años! Él alentó a todos los intendentes a que alquilasen los terrenos a los musulmanes y no a los cristianos.

Y esto fue sólo por motivos políticos y económicos, para conquistar votos e inversiones por parte de Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes.

Qatar y Arabia Saudita son oficialmente wahabitas. En Europa nadie los acusa de terrorismo, pero en la prensa árabe todos lo dicen, porque son ellos los que ayudan a los yihadistas. Son ellos quienes financian el Estado Islámico. Las armas compradas por ellos pasan a través de Turquía y terminan en manos de los yihadistas a quienes después encontramos en Europa.

Turquía hace un doble juego: se muestra “europea” y al mismo tiempo deja pasar libremente a los "combatientes extranjeros" al territorio de Siria. Y sin embargo, nadie critica a estos países. Desde hace casi un año, Riad está bombardeando en Yemen las regiones donde están los chiíes: ataca hospitales y plazas o mercados llenos de civiles y nadie protesta.

Resulta obvio pensar que hay acuerdos económicos al más alto nivel. El año pasado, Francia vendió a Qatar 24 aviones de guerra Rafale por 3500 millones de dólares. Así son acalladas las violaciones de los derechos humanos. Riad ayuda también a Egipto, y a cambio nuestro país [Samir Khalil Samir, jesuita, es egipcio, n.n.] debe dejar un poco de espacio para los Hermanos Musulmanes.

Resumiendo: en la lucha contra el terrorismo y en las denuncias de Occidente hay mucho de fariseísmo.

También el acuerdo de la UE con Turquía para la repatriación de los refugiados padece de gran ambigüedad. Parece hecho a toda prisa y superficialmente. ¿Cómo se puede hacer regresar a Turquía a un refugiado que pagó cinco mil euros para embarcarse, arriesgando su vida, para llegar a Europa? Más que basado en los derechos humanos, ¿no parece más bien cuadrar con los intereses de los traficantes de personas?

Hay una plaga, una enfermedad islámica dentro del islam, y todas las luchas internas al islam son para definir cuál es la verdadera religión. Una parte de esta lucha es financiada por estos países, que quieren que triunfe el islam wahabita.

En Al-Azhar, la universidad más importante del mundo sunita, no son wahabitas, pero como resulta que es Arabia Saudita quien la sostiene, enseñan este islam fundamentalista. Ellos dicen: "¡No, no, estamos cambiando!" Pero no es verdad. Los libros son siempre los mismos: se mofan de las demás religiones y de los los kuffar (los paganos). Hace un mes algunos grandes pensadores egipcios acusaban a Al-Azhar en la televisión: “No podremos hacer nada", decían, "hasta que esta universidad no cambie sus programas de enseñanaza”.

La integración con las reglas
Para cambiar la situación disponemos de pocos instrumentos. La única vía de salida sería que Europa fuese sumamente rigurosa en las normas, enseñando a todo inmigrante, incluyendo a los musulmanes, que aquí hay leyes muy claras y precisas en cuanto a las tradiciones culturales, y que son y deben ser respetadas. No es admisible ceder y dejar que se rece en las calles bloqueando el tráfico, por uno u otro motivo; no se puede aceptar que ellos se nieguen a ir a la escuela pero que después pidan el subsidio de desempleo.

Hace poco tiempo hice un seguimiento sobre refugiados musulmanes en las periferias de París. Y observé que las chicas estudiaban asiduamente: durante la noche estaban en sus casas repasando las lecciones. Los chicos, en cambio, iban al bar hasta medianoche, y así no terminaban bien la escuela. De este modo sólo encontraban trabajos temporales y precarios, o bien iban a refugiarse a la mezquita pidiendo ayuda. Las familias no logran contener a estos muchachos.

Es necesario educar en el respeto a las reglas de convivencia. Por ejemplo, en la ciudad alemana donde paso algunos meses al año, después de las diez de la noche no se puede hacer ruido. Haya o no fiesta, no se puede hacer ruido. La policía llega y advierte a los culpables. Después de advertirles dos veces, a los transgresores se los llevan a la cárcel unos días.

La integración es también esto. Y antes de dar a todos estos refugiados el permiso de residencia, es necesario un período de prueba, para ver si efectivamente ellos son capaces de integrarse.

En Alemania, a doscientos metros de la parroquia donde voy, hay un campo de refugiados que son en su mayoría musulmanes. Vienen de Siria, Líbano, Oriente Medio, África… y están contentísimos. Con ellos hablo en árabe, o en francés con los africanos. Y todos ellos dicen siempre a coro: ¡Dios bendiga a Alemania!

¿Qué hacen? Los hospedan, por ejemplo, en una escuela que no está en uso: cada familia en una habitación, todo es muy sobrio y no les dan dinero, pero sí unos bonos para comprar las cosas necesarias (comida, ropa, etc… no pueden comprar tabaco ni alcohol). Para los padres está la escuela de adultos, gestionada por voluntarios. Con estas reglas férreas, ellos dan las gracias al gobierno alemán.

De este modo, Europa puede mostrar su estilo de atento humanismo. Una familia libanesa de ese campo de refugiados, por ejemplo, quedó conmovida porque al padre se le costeó una operación muy delicada de corazón, incluyendo la rehabilitación. Me decían: "En nuestro país nadie habría aceptado ayudarlo".

La integración significa también trabajo. Se necesita una formación que dure alrededor de dos años; después, es necesario ponerlos a prueba; y si demuestran ser capaces de integrarse, recibirán el permiso de residencia. Luego, si alguno de ellos lo desea, puede también solicitar la nacionalidad.

En Alemania, usando este método, hay menos problemas, a pesar de que allí hay varios millones de refugiados.

Es necesario que nuestros políticos, junto a los musulmanes que entienden los problemas de Occidente, encuentren un camino para educar en la integración.

En Italia, en cambio, me he encontrado con problemas. Conocí a dos egipcios que se niegan a trabajar, rechazan integrarse y viven día a día. Lo único a lo que aspiran es a encontrar a alguna mujer italiana con quien casarse, para ponerse al día con la visa de entrada y así poder residir en Italia.

Lamentablemente hay mujeres que se dejan conquistar, y ahora lamentan cómo es posible que durante el noviazgo fueran tan gentiles, correctos y disponibles. Y que después de casarse hayan comenzado a mandar sobre sus mujeres como si estuvieran en Oriente Medio: no vayas allá, porque hay demasiados hombres; camina detrás de tu hombre y jamás a su lado, etc.

Integración significa comprender que aquí en Italia el hombre y la mujer tienen los mismos derechos y deberes, son perfectamente iguales. Es más, si hay que privilegiar a alguien, es a la mujer. Y esto es justamente lo contrario de lo que ocurre en la cultura medio-oriental.

[Samir Khalil Samir es un jesuita e islamólogo egipcio.]

Publicado en Asia News.

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