Martes, 30 de abril de 2024

Religión en Libertad

La ciencia, la fe y el Big Bang

El sacerdote Georges Lemaître (1894-1966), creador de la teoría del Big Bang, entre dos Premios Nobel de Física, Robert Millikan (1868-1953) y Albert Einstein (1879-1955), en una foto de 1933 en el California Institute of Technology.
El sacerdote Georges Lemaître (1894-1966), creador de la teoría del Big Bang, entre dos colegas Premios Nobel de Física, Robert Millikan (1868-1953) y Albert Einstein (1879-1955), en una foto de 1933 en el California Institute of Technology.

por Ángel Vicente Valiente Sánchez

Opinión

La última conferencia de Pablo Domínguez tuvo lugar en la Parroquia de María Virgen Madre, de Madrid, en 2009. Los que no tuvimos la suerte de poder asistir a ella podemos verla de nuevo en You Tube. Su título fue La crisis de la razón; un título que de antemano nos parece abstracto y extraño.

La última conferencia de Pablo Domínguez Prieto (1966-2009), sacerdote a quien Juan Manuel Cotelo consagró la película 'La última cima' (2010).

Pablo Domínguez trató de explicar en esa charla algunos de los procesos más importantes que ha experimentado el pensamiento humano en los últimos siglos. Habló de sistemas, de lógica, de matemáticas, de cosmología y también de las relaciones entre ciencia, razón y fe.

Podríamos pensar que el público asistente, que llenaba la sala, no habría entendido nada y se habría aburrido soberanamente. Pero, para nuestra sorpresa, de allí no se movió nadie. Todo el mundo escuchó expectante al orador, con cara de asombro y una sonrisa. Sedujo al auditorio la enorme capacidad del conferenciante para explicar en palabras sencillas asuntos complejísimos y todo ello con un gran sentido del humor. También le mantuvo interesado, pienso yo, el deseo de encontrar razonabilidad en su fe.

Es conveniente, a mi parecer, que los cristianos seamos conscientes de la gran importancia de la ciencia, pero sin considerarla una enemiga de la fe. En ocasiones algunos filósofos han azuzado la ciencia como un arma contra la fe, tratando de hacer a ésta incompatible con las conclusiones de la ciencia. Pero la realidad ha demostrado que las cosas son más complejas.

Don Juan Arana ha defendido la idea de que los filósofos de la Ilustración, no los científicos, manejaron hábilmente la ciencia contra la fe cristiana. Es decir, elaboraron una propaganda francamente hostil al cristianismo, haciendo uso sobre todo de los resortes del poder; prohibiendo o modificando, por ejemplo, algunas obras de física o química si tenían alguna referencia a las creencias religiosas.

El análisis del doctor Juan Arana sobre la actitud de los científicos ante la fe.

Pero -aquí está lo más interesante- si se estudia el asunto con detenimiento, se observa que durante el siglo XVIII la gran mayoría de los grandes científicos no solo eran cristianos, sino que su obra científica era un modo de responder a su fe. Los filósofos ilustrados optaron, pues, por una postura anticristiana sin base real en la ciencia de su tiempo. Es decir, con un escaso conocimiento de la ciencia, si exceptuamos a algunos científicos de gran competencia.

En la actualidad también hay filósofos y científicos que esgrimen algunas teorías elaboradas por la ciencia como prueba de la inexistencia de Dios, continuando con la labor de los ilustrados. Por otra parte, algunos creyentes intentan también hacer uso de la ciencia para demostrar su existencia. Pero la cosa , por lo que parece, es más compleja.

Un ejemplo de ello es la famosa teoría del Big Bang, que vino a transformar la idea que se tenía del universo como una realidad estática en una realidad en evolución, en expansión. La teoría del Big Bang, que es hoy día la que explica de modo más plausible el origen del universo, puede ser utilizada a favor de la idea de Creación, porque se establece un comienzo del universo (hace unos 13.800 millones de años) a partir de un átomo primigenio. Es decir, según esta teoría el universo tiene una historia, no es eterno.

Sin embargo conviene ser cautos, porque la teoría no ha conseguido explicar suficientemente el primer momento del Big Bang y muchos aspectos permanecen borrosos, cuando no completamente oscuros. Además se puede plantear la posibilidad (muy improbable) de que el universo procediera de otro universo anterior o incluso (cosa más improbable aún) que hubiera muchos universos simultáneos. Las teorías cosmológicas, dicho sea de paso, se van pareciendo cada vez más a la literatura fantástica.

Ahora bien, lo que produce en nosotros la teoría del Big Bang, más allá de las polémicas, es un gran asombro. En primer lugar, asombro por el número de mentes privilegiadas que se han centrado en la elaboración de la teoría: Albert Einstein, George Lemaître, Alexander Friedmann, George Gamow, Edwin Hubble, etc. En segundo lugar, asombro por las características de dicha teoría, que parece desafiar las propias leyes de la física. Asombro también por la inmensidad y belleza del universo que se desprende de esta teoría. Pero, sobre todo, asombro por el enorme esfuerzo de los físicos y matemáticos por encontrar la verdad.

Es precisamente la búsqueda de la verdad la que caracteriza en el fondo al ser humano, como sabiamente recordó Pablo Domínguez en su conferencia. No nos resulta indiferente que las cosas sean de un modo u otro. Muy al contrario, queremos conocer la verdad en la medida en que nos sea posible. Pero el modo de acceder a la verdad no es el mismo dependiendo de las preguntas. Así, hay preguntas que no tienen respuesta en la ciencia. Por eso contamos con dos instrumentos: la razón y la fe. Ambas con un mismo origen, pero encaminadas a ver la misma verdad desde puntos de vista distintos y complementarios. Ambas han sido entregadas por Dios a los hombres para conocer la Verdad, el Bien y la Belleza.

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