Jueves, 12 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El concepto de España viene de lejos


por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

No voy a referirme al topónimo Hispania de los romanos y los visigodos, sino al nombre concreto de España, derivado del anterior, que adquiere en nuestros días más sentido que nunca. Siempre se ha dicho, y se ha dicho bien, que los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y León, y Fernando II de Aragón, al contraer matrimonio (Valladolid, 19 de octubre de 1469) y juntar sus respectivos reinos, crearon la unidad de España (“Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”). Prueba de que ese concepto ya había prendido en la mente de ciertos sectores de aquella época lo encontramos en la Crónica de los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragón, escrita por su cronista Hernando del Pulgar.

A la muerte de Juan II de Aragón el Grande, el 20 de enero de 1479, a la edad de 80 años (nació el 29 de junio de 1398), después de un largo reinado de 54 años como rey consorte de Navarra y 21 años como rey soberano de Aragón dejando un batallón de hijos bastardos –así se llamaban oficialmente entonces– habidos con señoras varias, heredó el trono aragonés con todas sus posesiones, su hijo primogénito Fernando II. Hernando del Pulgar dice a este respecto en el Capítulo LXXXVI de su crónica:

 “Platicóse asImesmo en el Consejo del Rey é de la Reyna, como se debían intitular: é como quiera que “algunos de su consejo eran en voto, que se intitulasen Reyes de España, pues sucediendo en aquellos

“Reynos y señoríos de Aragon, eran señores de la mayor parte della: pero determináron de lo no facer, é “intituláronse en todas sus cartas en esta manera:

 “Don Fernando e Doña Isabel, por la gracia de Dios, Rey é Reyna de Castilla, de Leon, de Aragon, de “Sicilia, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, “de Murcia, de Jaen, del Algarve, de Algecira, de Gibraltar, Conde, e Condesa de Barcelona, Señores de “Vizcaya é de Molina, Duques de Aténas é de Neopatria, Condes de Ruisellon. é de Cerdania, Marqueses “de Oristan, é de Gociano, &c.”

Observe el lector algunas digamos curiosidades de esta larga lista de posesiones que ambos cónyuges aportaron a la formación del nuevo reino unitario. En esa lista falta todavía la incorporación del reino nazarí de Granada, que no sería conquistado hasta 1492 como remate el larguísimo proceso de la Reconquista, ni los nuevos territorios americanos descubiertos ese mismo año. No figura tampoco el nombre de Cataluña, que entonces no existía con entidad política propia, sino como condado de Barcelona. En cambio se incluye el Rosellón, actualmente territorio francés, los ducados de Atenas y Neopatria, en las tierras ribereñas del mar Egeo, conquistas efímeras de los Almogábares al imperio Bizantino y cuyos títulos de duques todavía conservan nominalmente los reyes de España.

Ese nombre ancestral de España, que ahora los siniestros, quiero decir, los izquierdosos y sus compañeros de viaje, los separatistas, no lo pronuncian por si les quema la boca. Para ellos, en estas calendas no existe España, sino el estado español, las organizaciones estatales, etc. Eso tiene sin embargo una ventaja, ya que de ese modo es muy fácil separar el trigo de la cebada, distinguir las churras de las merinas. Así que si un sindicato profesional o una asociación de cualquier tipo, se presenta bajo el adjetivo estatal, no les quepa duda: son lo que son.

Lo nacional queda limitado, según estos maestros de la guerra semántica, a ciertos trozos del territorio patrio en que dividen el solar común, como si hubiesen resucitado los reinos de taifas, que así les fue a los reyezuelos del turbante. Y así nos irá a nosotros, si el mesías de la coleta consigue imponer su idea del Estado español. Troceado el pastel en porciones, será más fácil zamparse un trozo tras otro, pero España desaparecerá del mapa. 

En definitiva, todos aquellos que repudian el término España son, sin duda, sus enemigos, y la supresión de este término de su bla-bla-bla habitual nos permite saber de qué trinchera nos disparan, no sólo por ser españoles, sino por ser además católicos, excepto en Cataluña, donde gran parte de la clerecía y las mesnadas que les siguen se han pasado al moro.

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