Sábado, 12 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Inteligencia artificial y sabiduría del corazón

Muñeco transparente con forma humana que asemeja un robot.
Siempre habrá una forma de sabiduría exclusivamente humana que las máquinas no podrán imitar. Foto: Tara Winstead / Pexels.

por Albert Cortina

Opinión

En un extraordinario ejercicio de armonización entre fe y razón, los cristianos católicos nos preguntamos por la evolución de los sistemas de la denominada “inteligencia artificial” que está modificando radicalmente los fundamentos de la civilización humana. La aceleración en el desarrollo de dichos sistemas nos sitúa frente a preguntas fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es su especificidad y cuál será el futuro de nuestra especie llamada homo sapiens, en la era de las inteligencias artificiales? ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural y civilizatorio en curso? 

Época rica en tecnología y pobre en humanidad

En el mensaje del Papa Francisco para la 58ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, de 24 de enero de 2024, la Iglesia católica muestra una posición realista ante la irrupción de los sistemas de inteligencia artificial en nuestras vidas, alejada de lecturas extremadamente catastrofistas.

Citando al pensador católico Romano Guardini, en su reflexión sobre la tecnología, el hombre y el mundo nuevo, Francisco destaca una de sus conclusiones: “Es cierto que se trata de problemas técnicos, científicos y políticos; pero es preciso resolverlos planteándolos desde el punto de vista humano. Es preciso que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas”.

El Papa, advirtiendo que esta época corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en humanidad, expresa que “sólo dotándonos de una mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo y redescubrir el camino de una comunicación plenamente humana. El corazón, bíblicamente entendido como la sede de la libertad y de las decisiones más importantes de la vida, es símbolo de integridad, de unidad, a la vez que evoca afectos, deseos, sueños, y es sobre todo el lugar interior del encuentro con Dios. La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros”.

La sabiduría del corazón es un don del Espíritu Santo, que permite ver las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido. No podemos esperar esta sabiduría del aprendizaje automático de las máquinas, que, no obstante, podrán cada vez más ayudar al pensamiento humano pero jamás adquirirán la inteligencia espiritual de la que goza el ser humano.

En el mensaje de Francisco a los responsables de la comunicación social se afirma que “según la orientación del corazón, todo lo que está en manos del hombre se convierte en una oportunidad o en un peligro. Su propio, cuerpo creado para ser lugar de comunicación y comunión, puede convertirse en un medio de agresión. Del mismo modo, toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil”.

Es por ello que en el mensaje para la celebración de la 57ª Jornada Mundial de la Paz, de 1 de enero de 2024, el Papa Francisco exhortaba a “la comunidad de las naciones a trabajar unida para adoptar un tratado internacional vinculante, que regule el desarrollo y uso de la inteligencia artificial en sus múltiples formas”. Sin embargo, como en cualquier ámbito humano, creemos que la sola reglamentación no es suficiente. Estamos llamados a crecer juntos, en humanidad y como humanidad.

Tenemos pues ante nosotros “grandes posibilidades de bien que acompañan al riesgo de que todo se transforme en un cálculo abstracto, que reduzca las personas a meros datos, el pensamiento a un esquema, la experiencia a un caso, el bien a un beneficio, y sobre todo que acabemos negando la unicidad de cada persona y de su historia, disolviendo la concreción de la realidad a una serie de estadísticas”.

Por una parte, se cierne el espectro de una nueva esclavitud, por la otra, una conquista de la libertad; por un lado, la posibilidad de que unos pocos condicionen el pensamiento de todos, por otro, la posibilidad de que todos participen en la elaboración del pensamiento.

De ahí que “la respuesta no está escrita, depende de nosotros. Corresponde al hombre decidir si se convierte en alimento de algoritmos o en cambio si alimenta su corazón con la libertad, ese corazón sin el cual no creceríamos en sabiduría. Esta sabiduría madura sacando provecho del tiempo y comprendiendo las debilidades”.

El Papa nos exhorta a que, para no perder nuestra humanidad, para crecer en humanidad, “busquemos la Sabiduría que es anterior a todas las cosas, la que pasando por los corazones puros nos hace amigos de Dios. Ella nos ayudará también a orientar los sistemas de inteligencia artificial a una comunicación plenamente humana”. 

Ciencia y tecnología como resultado de la inteligencia humana

Desde la cosmovisión cristiana siempre se ha afirmado que el progreso de la ciencia y de la técnica, en la medida en que contribuye a un mejor orden de la sociedad humana y a acrecentar la libertad y la comunión fraterna, lleva al perfeccionamiento del hombre y de su proyecto humano, así como a la transformación del mundo.

La Sagrada Escritura atestigua que Dios ha dado a los hombres y mujeres su Espíritu para que tengamos “habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda clase de trabajos” (Éx 35, 31). La inteligencia es expresión de la dignidad que nos ha dado el Creador al hacernos a su imagen y semejanza y nos ha hecho capaces de responder a su amor a través de la libertad y del conocimiento. La ciencia y la tecnología manifiestan de modo particular esta cualidad fundamentalmente relacional de la inteligencia humana, ya que ambas son producto extraordinario de su potencial creativo.

En el mensaje para la celebración de la 57ª Jornada Mundial de la Paz, Francisco nos recuerda que las investigaciones científicas y las innovaciones tecnológicas no están desencarnadas de la realidad, ni son “neutrales”, sino que están sujetas a las influencias culturales. Estas, precisamente en cuanto fruto de planteamientos específicamente humanos hacia el mundo circundante, tienen siempre una dimensión ética, estrictamente ligada a las decisiones de quien proyecta la experimentación y enfoca la producción hacia objetivos particulares.

El Papa Francisco señala que esto vale también para las formas de inteligencia artificial, para la cual, hasta hoy, no existe una definición unívoca en el mundo de la ciencia y de la tecnología. El término mismo, que ha entrado ya en el lenguaje común, abraza una variedad de ciencias, teorías y técnicas dirigidas a hacer que las máquinas reproduzcan o imiten, en su funcionamiento, las capacidades cognitivas de los seres humanos. Hablar en plural de “formas de inteligencia artificial” puede ayudar a subrayar sobre todo la brecha infranqueable que existe entre estos sistemas y la persona humana, por más sorprendentes y potentes que sean. Estos son, a fin de cuentas, “fragmentarios”, en el sentido de que sólo pueden imitar o reproducir algunas funciones de la inteligencia humana. El uso del plural pone en evidencia además que estos dispositivos, muy distintos entre sí, se deben considerar siempre como “sistemas socio-técnicos”. En efecto, su impacto, independientemente de la tecnología de base, no sólo depende del proyecto, sino también de los objetivos y de los intereses del que los posee y del que los desarrolla, así como de las situaciones en las que se usan.

Es por ello que Francisco señala que la inteligencia artificial debe ser entendida como una galaxia de realidades distintas y no podemos presumir a priori que su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos: “Tal resultado positivo sólo será posible si somos capaces de actuar de forma responsable y de respetar los valores humanos fundamentales como la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad, la privacidad y la responsabilidad”.

En este sentido, “tenemos el deber de ensanchar la mirada y de orientar la búsqueda técnico-científica hacia la consecución de la paz y del bien común, al servicio del desarrollo integral del hombre y de la comunidad”, tal y como queda expresado en el mensaje de enero de 2018 del Papa Francisco al presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial que habitualmente se celebra en Davos.

Formas de inteligencia artificial al servicio del mejor potencial humano

La dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que nos vincula como miembros de una única familia humana deben estar en la base del desarrollo de las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles para valorarlas antes de su uso, de modo que el progreso digital pueda realizarse en el respeto de la justicia y contribuir a la causa de la paz. 

Así se nos comunicó a los que tuvimos el honor de participar en el seminario sobre El bien común en la era digital celebrado en la Ciudad del Vaticano el mes de septiembre de 2019.

En el mensaje final de dicho encuentro, el Papa afirmó que “los desarrollos tecnológicos que no llevan a una mejora de la calidad de vida de toda la humanidad, sino que, por el contrario, agravan las desigualdades y los conflictos, no podrán ser considerados un verdadero progreso”. 

La inteligencia artificial será cada vez más importante. Los desafíos que plantea no son sólo técnicos, sino también antropológicos, educativos, sociales, políticos y espirituales. Es necesario ser conscientes de las rápidas transformaciones que están ocurriendo y gestionarlas de modo que se puedan salvaguardar los derechos humanos fundamentales, respetando las instituciones y las leyes que promueven el desarrollo humano integral.

La inteligencia artificial en sus múltiples formas, bien aquella basada en técnicas de aprendizaje automático (machine learning) o, en un futuro no muy lejano, aquella derivada del aprendizaje profundo (deep learning), debería estar al servicio de un mejor potencial humano y de nuestras más altas aspiraciones, no en competencia con ellas. 

Deber ético y moral de hacer que las formas de inteligencia artificial sean utilizadas para promover el desarrollo humano integral

Las máquinas inteligentes pueden efectuar las tareas que se les asignan cada vez con mayor eficiencia, pero el fin y el significado de sus operaciones continuarán siendo determinadas o habilitadas por seres humanos que tienen un propio universo de valores, creencias y convicciones.

El Papa Francisco, al referirse en su encíclica Laudato Si’ al paradigma tecnocrático que impera en nuestras sociedades avanzadas del siglo XXI, denuncia la ausencia del sentido del límite en dicho paradigma, y advierte que “el riesgo es que los criterios que están en la base de ciertas decisiones se vuelvan menos trasparentes, que la responsabilidad decisional se oculte y que los productores puedan eludir la obligación de actuar por el bien de la comunidad. En cierto sentido, esto es favorecido por el sistema tecnocrático, que alía la economía con la tecnología y privilegia el criterio de la eficiencia, tendiendo a ignorar todo aquello que no está vinculado con sus intereses inmediatos”.

Y es que no todo puede ser pronosticado, no todo puede ser calculado; al final, “la realidad es superior a la idea”, como se afirma en la exhortación apostólica Evangelii gaudium.

En un contexto de paradigma tecnocrático, animado por una prometeica presunción de autosuficiencia, “las desigualdades podrían crecer de forma desmesurada, y el conocimiento y la riqueza acumularse en las manos de unos pocos, con graves riesgos para las sociedades democráticas y la coexistencia pacífica”. Tal es la afirmación que realizó el Papa Francisco a los participantes en la sesión plenaria de 28 de febrero de 2020 de la Pontificia Academia para la Vida.

El respeto fundamental por la dignidad humana postula rechazar que la singularidad de la persona sea identificada con un conjunto de datos. No debemos permitir que los algoritmos determinen el modo en el que entendemos los derechos humanos, que dejen a un lado los valores esenciales de la compasión, la misericordia y el perdón o que eliminen la posibilidad de que un individuo cambie y deje atrás su pasado. En el desarrollo ético de los algoritmos - la algorética- y en la ética de la planificación, nos jugamos, en parte, nuestro futuro como civilización.

Tenemos pues el deber ético y moral de hacer que las formas de inteligencia artificial sean utilizadas para promover el desarrollo humano integral, así como la libertad, la dignidad de la persona, la fraternidad humana, la justicia y la paz. El modo en que usemos los sistemas de inteligencia artificial para incluir a los últimos, es decir, a los más débiles, a los empobrecidos de la Tierra, y a los más necesitados, será la medida que revelará nuestra humanidad en las próximas décadas.

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