Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

El mejor de los posibles


por Yago de la Cierva

Opinión

Es difícil hacerse cargo del proceso mental que lleva a cada cardenal a elegir a quién votará en el Cónclave. Porque ésta es la clave de interpretación: los candidatos mediáticos son sólo buenos deseos (o no tan buenos). La estricta obligación del secreto en el voto se extiende a todo lo relacionado con el proceso, y los purpurados son muy reacios a hablar con extraños. No temen presiones de los poderes fácticos: los vetos de reyes y emperadores son cosa del pasado. El peligro son las campañas de desprestigio hacia algún cardenal, utilizando alguna expresión susceptible de ser malinterpretada; y que no dé tiempo a aclarar la verdad.

Por eso, lo más seguro es callar en Sede Vacante y evitar interferencias. Sin embargo, en tiempo de bonanza, cuando el Papa goza de buena salud y el tema no es noticia, los cardenales siguen respetando el secreto pero hablan de cómo se llega a una decisión. La regla principal podría resumirse así: votan al mejor candidato de los posibles.

El primer criterio, por tanto, es descartar a los imposibles. Las razones son de diverso género: sin duda, la edad y la salud, por la afirmación de Benedicto XVI de que la Iglesia necesita un pastor lleno de vigor. A cierta edad el deterioro puede ser rápido y no compensa el riesgo.

Después, que en la trayectoria vital no haya nada que arroje dudas sobre el futuro. Cardenales que hayan sido menos ejemplares en algunas decisiones, se caen de la lista. En el Cónclave de 2005 era imposible que saliera un norteamericano, porque la Iglesia en aquel país estaba inmersa en la crisis de abusos de clérigos. El hecho de que tres semanas antes del Cónclave el americano Dolan declarase ante un juez (como testigo) puede asustar a algunos.

También influyen motivos geoestratégicos. Por muchas cualidades que tenga al cardenal Hon Tong, raro será que le elijan Papa, por las consecuencias sobre la relación con China, vital para millones de católicos en la superpotencia. Algo parecido se podría decir del cardenal Ranjith, de Sri Lanka, que cuando trabajó en la Curia pidió a Benedicto XVI regresar a su país en guerra. Son indispensables donde están.

El último criterio para descartar sería el país de origen. La nacionalidad no cuenta, pero sería improbable otro Papa alemán o polaco. Los precedentes fueron demasiado altos.

Descartados los imposibles, se empieza a pensar en los posibles. Aquí entra el segundo principio: no asumir riesgos. Para que un cardenal vote por otro tiene que estar seguro de que es un buen obispo. No basta lo que diga sobre su seminario, sino que de hecho su seminario funcione. Y lo mismo vale de sus escritos, de la gestión económica de su diócesis, de su valentía para defender la doctrina, etc. Razones que harían pensar, por ejemplo, en el francés Barbarin.

Estos datos no están disponibles en ningún sitio, ni se pueden preguntar a la cara. Por eso se hace imprescindible la figura de los grandes electores, de prestigio y predicamento (como el español Herranz) que pueden avalar a otros menos conocidos.

También es importante que cuente con el respaldo de los cardenales que más le han tratado. Y un aval de suma importancia es el papal. El nombramiento de prefecto de congregación (ministro) por Benedicto XVI, como el canadiense Ouellet, o moderador general de un sínodo como Wuerl, refleja enorme confianza.

Por último, consenso implica ausencia de confrontaciones. Quienes han discutido en público (como el austriaco Schönborn con algunos cardenales de Curia, por ejemplo) podrían dar la impresión de no saber arreglar en privado las diferencias.

Con este bagaje, los cardenales entran en el Cónclave. La primera votación es la más abierta y libre. Pero a continuación se impone el realismo: los cardenales votan al que consideran mejor de los que tienen posibilidades.

Si en la siguiente votación su candidato recibe menos preferencias, se cambia el voto hacia uno de los que aumenta. Y si algún candidato se estanca, señal de que ha llegado a su techo y no será elegido: no es el mejor de los posibles. Entonces se apoya a otro, a un plan B.

La elección será prudente: habrá cambio pero no revolución, la Iglesia procede por pasos medidos, no con saltos al vacío. A no ser que suceda como en el segundo Cónclave de 1978, en que el Espíritu Santo eligió al mejor de los imposibles.

Yago de la Cierva es profesor de Comunicación de la Iglesia de la Santa Cruz de Roma y fue director ejecutivo de la JMJ de Madrid de 2011.

© El Mundo

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