Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

La fe de los mexicanos y sus cuatro pilares


Las pruebas, las marginaciones y hasta las persecuciones, que han sido numerosas, también contribuyeron a reforzar la cohesión de la Iglesia.

por

Opinión

Cuando llegué a México en junio del 2007, los obispos regresaban de la v Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe (mayo 2007). Ahí, ellos presentaron a su Iglesia, bien conocida por su vitalidad religiosa, una fuerte proporción de católicos (84.9%) que la coloca en el segundo lugar mundial con 92 millones de miembros (según el censo de 2010), una práctica religiosa importante particularmente en las zonas centrales del país, una religiosidad popular multifacética que ha impregnado fuertemente la cultura, una abundancia de vocaciones que llenan los seminarios de las 91 diócesis y de las congregaciones religiosas masculinas, y más aún, de los noviciados de los institutos femeninos, un laicado católico comprometido en todos los sectores de la sociedad, muchísimas familias que viven valores tradicionales y que son el orgullo y solidez de esta cultura.

Sin embargo, también habían dado una mirada a la realidad marcada por grandes cambios que, como lo relevaron en el documento conclusivo en Aparecida, «se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja» (da 36). La crisis de sentido que detectaron en esa sociedad, afecta a lo que está en el corazón de la cultura, es decir, la transmisión de los valores y de la experiencia religiosa.

Como el Santo Padre dijo en Aparecida, era urgente dar a esta Iglesia un nuevo inicio. Dos direcciones se impusieron y resultaron ser la palabra de orden de esta Iglesia: «recomenzar desde Cristo» (da 41), es decir, permitir un verdadero encuentro con Cristo vivo en su Iglesia y suscitar un nuevo empuje misionero, de modo que el Hijo de Dios sea conocido, amado y recibido como el Salvador y que la fe tenga incidencia real en la vida y en la sociedad.

La Misión continental suscitada por Aparecida ha dado una orientación firme a la Iglesia de México. Basta leer los Planes pastorales de la mayoría de las diócesis para constatar que recogieron la exigencia de un mejor conocimiento del misterio de Dios, de Cristo y de la Iglesia, a partir de un anuncio carismático más dinámico, de una catequesis más estructural y de una formación permanente de los sacerdotes y laicos en un contexto de rápida secularización. Además, a pesar de una práctica religiosa todavía fuerte que permite a las iglesias llenarse de fieles, las orientaciones pastorales invitan a ir al encuentro de los muchos que viven ya fuera: jóvenes, pobres y necesitados, particularmente en las zonas urbanas que crecen rápidamente y de modo desordenado, pero también de los privilegiados o miembros de una clase media emergente.

La Iglesia en México es rica en recursos humanos y espirituales. Sin embargo, no puede cerrar los ojos a la baja proporcional del 6,5% que se ha dado entre 1990 y el 2010. La secularización, una erosión de la tradición (da 38), una debilitación de los valores y de la familia (da 40), una evasión más rápida de fieles a los nuevos grupos religiosos que se multiplican a favor del pluralismo imperante, son desafíos a los que los pastores y fieles deben responder. Los obispos, sin embargo, subrayan que la nueva evangelización no se podrá hacer si no planta sus raíces en lo mejor de la tradición religiosa mexicana.

El dinamismo misionero que anima a esta Iglesia la ha llevado a interesarse con precisión y rigor por la realidad cultural y social que la interpela fuertemente.

La celebración del bicentenario de la independencia (1810) y del centenario de la Revolución (19101917) han provocado una reflexión eclesial intensa que ha desembocado en una Carta pastoral3, que propone la nueva lectura de una historia mal conocida y mal interpretada, y permanentemente marcada por relaciones difíciles entre religión y sociedad, Iglesia y Estado.

Los obispos reafirman su orgullo de ser mexicanos y se dicen interpelados por la situación actual de su país. Vale la pena citar sus significativas palabras: «Los católicos tenemos el compromiso de colaborar en la construcción de esta gran nación mexicana; no queremos ser excluidos, ni mucho menos pretendemos autoexcluirnos; al contrario, nos sabemos identificados con este pueblo y esta cultura tan nítidamente expresada en el rostro mestizo de Santa María de Guadalupe. Por ello la Iglesia quiere ofrecer, con humildad y convicción, su servicio y su aporte en el camino de la reconciliación y el desarrollo, como lo hemos expresado, entre otros, en nuestro más reciente documento colegial que ofrece propuestas para la construcción de la paz y la vida digna del pueblo mexicano» (n. 133).

Su diagnóstico, hecho a partir de su fe, va al corazón de los principales desafíos de esta nación, los cuales se transforman en prioridades de acción para mayor justicia y solidaridad: «a) Queremos un México en el que todos sus habitantes tengan acceso equitativo a los bienes de la tierra. Un México en el que se promueva la superación y crecimiento de todos en la justicia y la solidaridad; por lo que necesitamos entrar decididamente en un combate frontal a la pobreza. b) Queremos un México que crezca en su cultura y preparación con una mayor conciencia de su dignidad y mejores elementos para su desarrollo, con una educación integral y de calidad para todos. c) Queremos un México que viva reconciliado, alcanzando una mayor armonía e integración en sus distintos componentes sociales y con sus diferentes orientaciones políticas, pero unificado en el bien común y en el respeto de unos y otros» (n. 117).

El combate contra la pobreza que afecta a una buena proporción de los mexicanos, la necesidad de una educación integral y de calidad para todos, y la reconciliación nacional, son tareas que la Iglesia estima necesarias para tratar de resolver el problema de la violencia que actualmente estremece a esta sociedad.
Y precisamente en su importante exhortación pastoral: «Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna», los obispos ofrecen su contribución para el análisis, la reflexión y la acción concerniente a las múltiples facetas de la violencia que ellos caracterizan con la significativa palabra: «escalada del crimen organizado». Con valentía y lucidez, examinan los factores de tal fenómeno en la vida económica, política, social y cultural, afirmando que conviene intervenir para acabar con la crisis de la legalidad, para dar a esta sociedad normas sociales que ayuden a reforzar el tejido social, y sobre todo, ofrecer valores que capaciten para superar la crisis actual de moralidad.

La Iglesia es consciente que, en tal contexto, tiene un papel importante. Considera que puede indicar un camino de salvación en dos direcciones: el primero ha sido objeto de la reflexión de la asamblea plenaria de la Conferencia episcopal de noviembre de 2011 sobre «La educación»; el segundo, sobre «La familia», estará en el centro de los debates de la próxima asamblea plenaria, de abril de 2012.

Auguramos también que el debate electoral que llevará a las elecciones presidencial y legislativa de julio de 2012, pueda ofrecer elementos de reflexión y de solución en estos temas tan cruciales para el futuro de esta sociedad.
El México que encontrará Benedicto XVI es una nación en transición social, cultural, política y también religiosa, que suscita incertidumbres, afectando tanto a la sociedad civil como a la religiosa, a su presente y a su futuro.

Las cinco visitas de Juan Pablo II, de 1979 a 2002, ayudaron al pueblo mexicano a conservar la confianza en sus valores tradicionales que han sido su riqueza y permanecer fiel. Así lo repetía Juan Pablo II en una célebre frase: «México siempre fiel».

México aguarda del Papa Benedicto XVI una palabra de esperanza que lo ayude a vivir en un mundo que corre el riesgo de perder sus referencias tradicionales y a caer en el relativismo. La presencia del Santo Padre celebrando la Eucaristía al pie de la estatua de Cristo Rey de la montaña del Cubilete, en presencia de la réplica de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, tendrá un inmenso valor simbólico. De hecho, la Iglesia de México y la fe de los mexicanos siempre se han apoyado sobre estos cuatro pilares: Jesucristo, María de Guadalupe, la Eucaristía y el Papa. Las pruebas, las marginaciones y hasta las persecuciones, que han sido numerosas, también contribuyeron a reforzar la cohesión de la Iglesia y la fidelidad que ha generado numerosos mártires y santos, algunos de los cuales canonizados.
El desafío actual para esta Iglesia es no perder este ardor en un mundo que se seculariza, y permitir a sus miembros ser verdaderos testigos de Cristo a través de una vida en coherencia con su fe y deseosos de anunciar los valores del Evangelio. Esta fue la invitación de Aparecida: ser discípulos y misioneros de Jesucristo.

Christophe Pierre, Nuncio apostólico en México
L`Osservatore Romano
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