Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Primavera árabe: guerras inacabadas


El radicalismo islamista empuja en los todos los países árabes sin excepción alguna. El objetivo principal es influenciar la composición de los futuros gobiernos, dominar el discurso político y establecer las bases de la legislación nacional fundadas solamente en el Islam

por Justo Lacunza Balda

Opinión

El presidente francés, Nicolás Sarkozy y el primer ministro británico, David Cameron, han sido recibidos como grandes héroes en Trípoli y Bengasi. Una acogida multitudinaria en medio de grandes medidas de seguridad.

No han faltado a la cita, como era de esperar, los líderes del Consejo Transitorio Nacional (CTN), Mustafa Abdel Jalil (presidente) y Mahmoud Jibril (jefe del ejecutivo). De momento los dos principales exponentes del CTN tienen serias dificultades para proseguir en la búsqueda de un gobierno sólido. Un ejecutivo que garantice la seguridad ciudadana, modele las instituciones políticas y haga frente al gran desafío de construir una sociedad civil en la que se respeten las libertades civiles, se defiendan los derechos humanos y se avance en los procesos democráticos...

Fue un viaje relámpago el de Sarkozy y Cameron. Tenía todo el aspecto de haberse decidido en la última hora para adelantarse a la llegada del primer ministro turco, Recep Tayyib Erdogan en la última etapa de su periplo por tierras medio orientales: Gaza, Egipto y Túnez.

Después de su enfrentamiento político, económico y militar con Israel, Erdogan ha cosechado grandes aplausos y escuchado continuas ovaciones. El motivo ha sido la enfebrecida defensa del pueblo palestino, pero también, y sobre todo, por sus acerbas críticas al Estado de Israel. Pero no han faltado las opiniones amenazantes de líderes religiosos musulmanes en Egipto contra la ambición otomanista de Erdogan, al que han advertido de que no pretenda convertirse en el gallardo paladín del Oriente Medio. Se remueven sin cesar las cenizas del Imperio Otomano, colonizador de territorios árabes e inspirador del erróneamente llamado “islam laico”.

De hecho al primer ministro turco le han mostrado una mezquita de origen otomano en Trípoli y le han acompañado al culto musulmán del viernes en plena Plaza de los Mártires, llamada hasta hace unos meses la Plaza Verde. En el espacio público, no en el lugar ritual de la oración musulmana, es decir en la mezquita.

Pero ese “islam soft”, de que se hace tanto alarde, parece que se va descartando en los países árabes por el empuje aguerrido de los islamistas. Al menos esto es lo que parece, al menos en Libia, a juzgar por las sorprendentes declaraciones del presidente del CTN, Jalil, que en varias ocasiones ha declarado que “la ley islámica (shari‘a) será la única fuente de la legislación en Libia”. Si esto es así la discriminación social, las libertades civiles y los derechos de las mujeres están seriamente comprometidos. Es el inevitable reto frontal del nacionalismo islamista, que se ha asomado al espacio público en Túnez, Egipto y Libia, reivindicando el poder estatal. Y el radicalismo islamista empuja en los todos los países árabes sin excepción alguna. El objetivo principal es influenciar la composición de los futuros gobiernos, dominar el discurso político y establecer las bases de la legislación nacional fundadas solamente en el Islam.

En su visita a Libia Cameron dijo: “El conflicto no se ha acabado todavía. Os ayudaremos a detener a Gadafi”. De hecho el coronel errante se ha convertido en el fugitivo más buscado. Sus incondicionales seguidores están dispuestos a defender al jefe y a inmolarse por él. Lo demostraron el lunes 12 de septiembre cuando atacaron la principal refinería del país en Ras Lanuf, causando la muerte de una veintena de personas.

Los enfrentamientos en Sirte, la ciudad predilecta de Gadafi, y los bombardeos de la OTAN han dejado muertos y heridos, destrucción y llanto. A nadie le coge por sorpresa sabiendo que una guerra no acaba después de las arengas, discursos y aplausos de los vencedores. Como está ocurriendo en Libia donde son muchos los interrogantes y las preguntas sin respuesta. El portavoz de Gadafi, Moussa Ibrahim, ha declarado que “Gadafi continua en Libia, dirige las operaciones, comunica, enseña, vencerá”. Es cierto que muchos de los depósitos de armas en Libia se han vaciado, yendo a parar a grupos terroristas que militan en la constelación Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

Las huestes enfebrecidas del coronel piensan en la enorme pérdida del botín, que el dictador había vilmente acumulado a lo largo de sus 42 años de maldita e ininterrumpida tiranía. Porque detrás de la llamada “Primavera Árabe” está también el ajedrez económico, político y estratégico. Para los grandes consorcios energéticos es como “jugar al bingo”, viendo la lucha fratricida de las nuevas clases dirigentes que buscan a toda costa la cosecha económica de las revoluciones actuales en las sociedades árabes.

Mientras tanto los líderes libios Mustafa Abdel Jalil y Mahmoud Jibril no han querido faltar a la cita de la ONU en Nueva York, dejando atrás la sinfonía fúnebre de una latente guerra inacabada que tiene muchos frentes. 
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