Jueves, 25 de abril de 2024

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¿Nuevos datos para fijar la fecha de la crucifixión de Cristo?

por En cuerpo y alma

 
            La datación de la muerte de Jesús a partir de los datos proporcionados por los evangelios es uno de esos temas apasionantes que producen ríos de tinta y que nunca dejarán de producirlos.
 
            La mera lectura de los cuatro evangelios y el intento de sintonizarlos, por así decir, ha producido sobre el tema en cuestión dos hipótesis que sobresalen sobre todas las demás. Una primera según la cual, Jesús habría sido crucificado el día 3 de abril del año 33 d. C.. Y una segunda según la cual, Jesús habría sido crucificado el día 7 de abril del año 30. El día 3 de abril de 2010, en este mismo medio, expresaba yo mi opinión a favor de esta última en un artículo que titulé “Del año en que Jesús fue crucificado, que no fue el 33 sino el 30”.
 
            Los argumentos eran de tipo histórico, teológico y antropológico, lo que no quiere decir que no puedan existir otros enfoques de la cuestión que un buen día, quién sabe, no aporten algún nuevo dato definitivo para precisar la cuestión. Al fin y al cabo, relativamente pronto, en menos de dos décadas, la Iglesia se verá ante la tesitura de conmemorar el segundo milenio de la crucifixión de su fundador, y la pregunta es: ¿celebrará dicha efemérides en el año 2030, en el año 2033, en los dos o en ninguno?
 
Tembló la tierra y las rocas se hendieron (Mt. 27, 51).
Gustave Doré para su ilustración de la Biblia (1865).
            Enfoques novedosos existen a miles. En el ámbito del nacimiento de Jesús, por ejemplo, tenemos el que llamaríamos “enfoque astronómico”, que pretende obtener alguna información a partir del fenómeno sideral que dio lugar a la estrella de Belén. Pues bien, sobre el tema que aquí nos ocupa, la fecha de la crucifixión de Jesús, la prestigiosa revista International Geology Review, que se viene publicando desde el año 1959, presenta estos días el que podríamos llamar “el enfoque geológico”, centrado en la parte del capítulo 27 del Evangelio de Mateo que dice:
 
            “En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron” (Mt. 27, 51)
 
            ¿Es un terremoto lo que Mateo describe? Si sí como si no, el terremoto en cuestión sólo lo recoge Mateo, ningún otro de sus colegas evangelistas.
 
            Pues bien, a partir de la información que brinda el primero de los evangelistas, los geólogos Jeffeson Williams, del Supersonic Geophysical, y Markus Schwab y Achim Brauer del Centro de Investigación alemán de Geociencias, han analizado la actividad sísmica palestina en el subsuelo de la playa de Ein Gedi, en la orilla oeste del Mar Muerto. Las conclusiones de su estudio han revelado que en la época, al menos dos grandes terremotos afectaron a sus distintas capas: uno ocurrido el 31 a.C. que naturalmente poco nos importa a los efectos, y un segundo producido en algún momento entre el 26 y el 36 d. C..
 
            Algo es algo desde luego, pero mientras la ciencia no esté en estado de precisar un poco más algunas de sus conclusiones, que el terremoto haya tenido lugar en algún momento entre los años 26 y 36 nada nuevo aporta al estado de la cuestión, la crucifixión de Jesús, suficientemente acotada ya en esas mismas fechas mediante el personaje histórico de Poncio Pilatos, cuyo mandato en Palestina tenemos bien calculado gracias al historiador judío Josefo y otros testimonios, entre esas mismas fechas.
 
            En suma, un buen intento, meritorio, pero desde este punto de vista poco más. Salvo una cosa, eso sí: que lo señalado por Mateo en su Evangelio tiene, gracias a este estudio, un plus de credibilidad, y nos habla de hechos que, efectivamente, podrían haberse producido, y no de meras exageraciones, metáforas o sensaciones.
 
            Señala el artículo también, que los mismos arqueólogos pretenden estudiar si quedan indicios de otro fenómeno atmosférico señalado en el relato evangélico aportado también por Mateo:
 
            Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” (Mt. 27, 45).
 
            Una oscuridad que en este caso sí, viene corroborada por otros dos relatos evangélicos: Marcos (“llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” Mc. 15, 33), y Lucas (“era ya cerca de la hora sexta cuando al eclipsarse el sol hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” Lc. 23, 44). Y que podrían apuntar, o al menos en ese campo se mueven los investigadores, a una tormenta de polvo en la región.
 
            Y aunque en principio poco es lo que cabe esperar de esa vía exegética, una vez más, vale la pena conocer las conclusiones que arroje el estudio, quien sabe si lleva aparejada alguna sorpresa como tantas que acostumbran a darnos la arqueología, la geología, la medicina forense y tantas otras ciencias cuando trabajan junto a la exégesis bíblica.
 
 
            Dedicado a mi hermano Gonzalo, uno más de los muchos amigos que tiene esta columna, que me ha puesto sobre la pista de la noticia.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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