Viernes, 29 de marzo de 2024

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por Creo, Señor, aumenta mi fe

LITURGIA DE LA PALABRA
Nos encontramos ante una de las partes fundamentales de la Eucaristía. El conjunto de la celebración de la Palabra proporciona a los creyentes una formación cristiana de primer orden, tanto en la ilustración como en la vivencia de la fe.
   La liturgia de la Palabra comprende las lecturas de la Sagrada Escritura, con el Salmo Responsorial y cánticos que se intercalan; la Homilía, la profesión de fe y la Oración de los fieles la desarrollan y la concluyen.
   “No es del todo exacto atribuir a la liturgia de la Palabra solo la proclamación, mientras que la salvadora la tendría la segunda, la eucarística… porque el Espíritu Santo, el <>, el mismo que actuó como protagonista en en la encarnación, en la resurrección de Cristo y en Pentecostés sobre la Comunidad, es que ahora, en la celebración, no solo actúa sobre los dones eucarísticos o sobre la comunidad que participa en ellos, sino que ya en la proclamación de la Palabra. Es el que hace realdad la palabra y abre el corazón de los fieles a su acogida, con un tono que sobrepasa el límite de la plegaria eucarística y da vida a toda la celebración” (Aldazábal)
   Esta experiencia la tuvo San Antonio Abad en la celebración de la Eucaristía y también San Antonio María Claret. Ambos encontraron su vocación en unas palabras del Evangelio. Solo la experiencia del Espíritu en la Palabra proclamada puede realzar una transformación semejante.
   En las lecturas que son explicadas en la homilía, Dios habla a su pueblo, se descubre el misterio de la salvación y redención y se ofrece alimento espiritual al pueblo de Dios. El mismo Cristo se hace presente. El pueblo la hace suya en el silencio, salmo y cánticos, por el Credo. Luego ora por la Iglesia y las necesidades de presentes y ausentes.
  En este momento de la Eucaristía, se recalca mucho el silencio. La palabra hay que celebrarla de manera que favorezca la meditación, evitando toda precipitación. Los momentos de silencio pueden ser: antes de iniciar las lecturas sagradas, después de cada una de las lecturas y después de la homilía.
   Las lecturas bíblicas no pueden sustituir por otros textos no bíblicos. Se proclaman desde el ambón. El evangelio en la Eucaristía lo hace siempre el Ministro ordenado (sacerdote o diácono), las demás no pertenecen a quien preside. Las lecturas deben proclamarse. No pueden adormecernos. Despacio y según los distintos estilos. Conviene prepararlas antes.
   El salmo responsorial es importante como respuesta meditada a la primera lectura. Contiene, con frecuencia, mensajes concretos que nos pueden servir de jaculatoria para el resto del día.
   Excepto en Cuaresma, el aleluya que precede al Evangelio, se canta, si no puede omitirse.
   La lectura del Evangelio constituye la culminación de la Palabra de Dios. Se le debe tributar especial honor, tanto por parte de quien lo proclama como de de parte de los fieles que se disponen a la escucha mediante las aclamaciones. Es Cristo quién nos habla. Se escucha de pie, haciendo tres veces la señal de la cruz. Para estar atentos en la frente; en el pecho, para guardarla en el corazón; en la boca para testimoniarla en nuestro ambiente.
   La homilía es propia del Ministro ordenado. Es muy recomendada como alimento de los fieles cristianos especialmente en Adviento, Cuaresma y Pascua. Sin causa grave no debe omitirse en los domingos y fiestas de precepto. Su importancia implica la correspondiente preparación.
   Con el Credo respondemos a la Palabra de Dios anunciada. Se puede recitar según distintos modos.
   Con la oración universal el pueblo de Dios ruega por las necesidades de todos. No deben faltar: la Iglesia, los gobernantes, los pobres y necesitados y la Comunidad local. En circunstancias especiales como el matrimonio, o funerales, se puede también añadir alguna especial y breve.  
 
 
 
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