HEMEROTECA José Manuel Horcajo es párroco de San Ramón Nonato de Vallecas (Madrid)
Puertas abiertas de par en par y milagros diarios: fenómeno evangelizador de esta humilde parroquia
Una carga policial, contenedores ardiendo y jóvenes encapuchados corriendo. Este fue el panorama que encontró el sacerdote José Manuel Horcajo al llegar al que iba a ser su nuevo barrio, Puente de Vallecas, zona obrera y una de las más pobres de Madrid. El horizonte que se presentaba no era halagüeño por la mala fama de Vallecas, pero tampoco ayudó el que una feligresa anciana le diera como primer regalo de bienvenida una navaja advirtiéndole de que la necesitaría. De aquello han pasado 10 años y ahora la parroquia de San Ramón Nonato se ha convertido en una de las más punteras de Madrid.
El incansable trabajo de este párroco ha conseguido convertir este templo en toda una institución social en Vallecas, con un comedor que da más de 300 comidas diarias y con 40 proyectos que incluyen residencias para mujeres con problemas, familias pobres, para hombres en dificultad, de ayuda a personas discapacitadas, mujeres embarazadas, otras que viven el síndrome post-aborto y así un largo etcétera. Una auténtica obra social que atiende a miles de personas con sus más de 300 voluntarios, de los que la mitad son los propios pobres, que además va totalmente unida a la evangelización. En la parroquia se han producido numerosas e impresionantes conversiones. Vagabundos, drogadictos, ludópatas, prostitutas que llegaron pidiendo auxilio, y que ahora son ellos los que evangelizan a través de los numerosos grupos de evangelización.
Entran pobres y salen santos. La historia de la parroquia San Ramón Nonato y la ejemplar conjunción entre la ayuda material y la espiritual la cuenta José Manuel Horcajo en el libro Al cruzar el puente (Palabra), donde muestra cómo el Espíritu actúa a través de numerosos testimonios concretos de personas del barrio. En esta entrevista con Religión en Libertad habla de esta maravillosa obra que se está desarrollando en Vallecas:
- El día que llegó a la parroquia se encontró atrapado por cargas policiales y contenedores ardiendo, el primer regalo que recibió de sus feligreses fue una navaja y el párroco saliente le dijo: ‘Prepárate para la que te espera’. Con este panorama, ¿cómo entró en el barrio?
- Guiado por el Espíritu santo y por el Cura de Ars, que para mí siempre ha sido un referente, él que iba dispuesto a dejarse llevar por Dios. En ese momento tuve un gran impulso del Espíritu Santo para tomarme un poco a broma o con un espíritu sobrenatural todo lo que sucedía. Pero visto con el tiempo no sé cómo tuve tantas ganas. Dios me iba haciendo descubrir cosas. Entonces uno no se da cuenta del drama que hay. El Señor te da una fuerza especial: ‘Estoy aquí a tu lado’. Hay una fama de Vallecas que luego no es así, pero es verdad que hay momentos dramáticos, cosas que te duelen, como ver que los jóvenes están en pandillas, a uno que le dan un tiro en la nuca, a otro que le cortan el brazo…
La parroquia San Ramón Nonato está situada en el barrio de Puente de Vallecas, una de las zonas de Madrid con mayor pobreza, tasa de inmigración e inseguridad.
- La parroquia está en un barrio obrero y tradicionalmente de izquierdas. ¿Cómo le perciben en el barrio a usted, que va siempre con alzacuellos, y a la parroquia en general?
- La gran mayoría muy positivamente. Aquí no hace falta poner carteles, la gente ve dónde van los pobres, dónde acuden las personas con necesidad, a qué puerta llaman. La misma gente del barrio, cuando ve que alguien, por necesidad, no tiene casa o qué comer le dice: ‘Ve a la parroquia’. Para mí esa es la mejor publicidad. Los vecinos no les dicen que vayan al Ayuntamiento o a los servicios sociales, sino a la parroquia. Esto es signo de que la gente sabe dónde se ayuda.
Este es el mejor cartel de la caridad, ese mirad cómo se quieren. Saben que aquí se quiere a la gente. No tenemos muchos recursos, pero tenemos mucho cariño. Damos apoyo, escucha, amistad, y eso es ya mucho para estas personas. Saben que les van a escuchar, acoger, buscar soluciones, y esto mismo el barrio lo sabe. Ayer mismo por la tarde vino una madre con su hija, porque se quedaban sin casa y vimos qué podemos poner en marcha. Nos han enviado personas de Segovia, Alcalá, Getafe, Villaverde.
- En el libro cuenta que una de las primeras cosas que hizo fue abrir la parroquia todo el día y que las puertas estuvieran bien abiertas, también los portones. ¿Por qué es tan importante?
- No solo hay que abrir el templo, sino parecerlo. El primer punto de la pastoral misionera es abrir la iglesia todo el día. Nosotros lo hacemos de 7.30 a 21.30 y los jueves hasta las 00.00 y además que se vea bien visible, con las grandes puertas abiertas.
Punto dos. El Señor hará el resto. Esto es verdad. Si abres la iglesia, la gente entra para llorar, para desahogarse, para rezar, para cargar el móvil o para descansar, porque pueden estar tranquilos. Muchos duermen en terrazas, en el sofá del comedor, o no pueden estar en casa porque hay peleas, y aquí en la iglesia están tranquilos. Se sienten muy contentos. Además, la gente de la parroquia está acostumbrada a ir a hablar con aquellos que ven tristes o llorando y así hablan, se desahogan y todo esto se acaba convirtiendo en una evangelización en el mismo templo. Hay que abrir la iglesia y luego Dios hará el resto.
La labor del padre Horcajo y de la parroquia de San Ramón Nonato fue reconocida con el galardón de "Caridad en Acción" en la I Edición de los Premios Religión en Libertad.
- Para los políticos y organismos la pobreza son sobre todo datos y estadísticas, pero en su parroquia son rostros e historias concretas. En el libro aparecen numerosos casos...
- Uno muy concreto es Ángel. Dormía en el callejón entre cartones, los jóvenes le orinaban, pero el hombre no quería venir al comedor, y eso que estaba a 20 metros. Estaba tan desesperado que no quería ni comer, solo morirse. Esta pobreza no aparece en las estadísticas. Es una pobreza espiritual y humana. Al final confió en una voluntaria y vino al comedor. Entró en contacto con una familia, veía amistad, comía bien, se sentía útil, valorado, y él, que era un perro tirado, empezó a ser una persona. Esto le animó a resolver sus problemas personales, y de ahí experimentó una conversión grandísima a la fe. Ahora trabaja, paga su alquiler, está contento y nos ayuda mucho. Esto no se puede valorar económicamente.
- Detrás de muchos de estos casos hay heridas muy profundas del pasado. ¿Cómo ayudáis a curarlas?
- Una mujer que sale en el libro consideraba que la prostitución, el abuso de los hombres sobre ella era lo normal, siempre lo había vivido así. Una persona que ve esto en su vida como normal y que es una semiesclava es una persona que tiene una herida profunda que hasta que no sane da igual que le des un trabajo o un piso. En el fondo, su oscuridad interna le impide tener una luz para vivir.
Hay que empezar con ese tema. Y esa herida profunda no se cura en dos sesiones, ni con una sola persona que la ayude, sino con una familia que la envuelve, que la protege, le da un cimiento, una raíz, y le da una ilusión de vivir. Para asumir la propia dignidad hace falta un recorrido, una comunidad que te lo haga creer. Porque estas heridas son las que provocan los desastres humanos y económicos. Debajo de su falta de estabilidad humana están sus heridas del pasado, que son las que hay que solucionar.
- Entonces, ¿la mera ayuda económica no es suficiente?
Hoy en día se dice en las instituciones sociales: ‘Da a los pobres, pero no les pidas nada a cambio’. En parte es cierto, porque la ayuda es gratis, pero esto encierra una mentira. Lo que hay que dar al pobre es responsabilidad. Si no se hace responsable de su vida, los bienes que le des los perderá y acabará todavía peor.
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- Pero, ¿cómo se le da esa responsabilidad?
- Haciéndoles responsables de una tarea. Y para mí la mejor terapia para un pobre es hacerle voluntario. Él se siente responsable, útil porque puede ayudar a los demás. Así está sanando y construyendo su responsabilidad, saliendo adelante. Esto es un bien espiritual, es la capacidad de ayudar a los demás, y esta es precisamente la mejor ayuda social que se le pueda dar. ¿Hay que dar bienes a los pobres? Sí, pero también responsabilidad para que puedan seguir adelante, y esto no se trata de dinero.
- En la parroquia hay ahora numerosos proyectos sociales unidos a los de evangelización. ¿Cómo ha logrado transformar esta parroquia en apenas 10 años y convertirla en un pulmón para el barrio en todos los aspectos?
- Por la iniciativa de la gente. La gente tiene grandes ideas, concretamente de los buenos cristianos que vienen a la parroquia. Se notan que no son suyas, sino del Espíritu Santo. Si alguna iniciativa pastoral tengo, es decir que sí a todo. Luego ya veremos.
Por ejemplo, te cuento una exclusiva. Hace dos semanas ha nacido el proyecto María Magdalena de atención a personas víctimas de la explotación sexual. A mí no se me hubiera ocurrido nunca meterme en esto. Dos voluntarios plantearon el proyecto, veremos dónde llegamos… Los proyectos, unos 40, han surgido casi todos por iniciativa de las personas que en su oración ven que Dios les pide algo más: programas para niños discapacitados, para los que no tienen piso, los que no tienen para comer… Y así han ido surgiendo iniciativas. Yo tengo la responsabilidad de no cortar las alas al Espíritu Santo.
- A grandes rasgos, ¿cómo conseguís compaginar tanto proyecto social y de atención familiar con la evangelización, y que además sea tan exitoso?
- Después de observar lo que había, vimos que hay una primera fase social de atención a las necesidades más urgentes y visibles, como ropa, comida, trabajo, vivienda, cuidado de los niños. Luego hay una serie de proyectos que entraban más a fondo en las necesidades familiares, es decir, del amor. Es ahí donde surgen los talleres afectivo sexuales, la escuela de padres, grupos de matrimonios, jóvenes, niños con capacidades diferentes, el proyecto Raquel para el síndrome post aborto, el proyecto Ángel para la atención a mamás embarazadas… Y por último está la franja espiritual, que es la que está debajo de todo, como es la formación cristiana, peregrinaciones, los retiros espirituales, que son un elemento clave y un punto de inflexión, y luego están ya los grupos de neocatecumenales, carismáticos, Acción Católica, cursos Alpha...
Visita del cardenal Osoro a la parroquia de San Ramón Nonato.
Todo esto en conjunto da la estabilidad a esas personas que entran pidiendo un plato de comida, encuentran a Dios y se quedan en la comunidad cristiana sirviendo a los más pobres. Nuestro lema es el de ‘pobres que sirven a otros pobres’. Son personas que quieren servir, ayudar y evangelizar a otros.
- En la Iglesia cuesta ver casos como este. Hay parroquias o instituciones que hacen una labor social impresionante, pero no van más allá. En San Ramón Nonato, sin embargo, ha creado un puente entre lo social y lo espiritual…
- Así surgió la caridad. ¿Qué ha pasado hoy en día? Yo comprendo a las parroquias o voluntarios que dicen que si una persona va a pedirles comida cómo van a decirle que rece el Rosario. Es un salto mortal. Si llega con una necesidad material, ¿cómo llevarle a misa?
Esto en nuestra parroquia es algo natural gracias a la intermediación de la pastoral familiar. En muchas parroquias no hay pastoral familiar consolidada. Si hay una pastoral familiar seria, cuando una persona viene a pedir comida puedes preguntar con quién vive, cómo están tus hijos, su pareja. Entonces puedes invitarle al grupo de matrimonios, al niño llevarle a este otro grupo.... Se atiende familiarmente a la pareja, a los hijos, y de ahí naturalmente surge la atención espiritual. ¿Por qué se omite lo espiritual en muchos ámbitos de ayuda social? Porque falta la atención familiar.
-Uno de los aspectos más llamativos del libro es el retiro espiritual de fin de semana para los pobres. A muchos de los que acuden a pedir ayuda se les invita y van. ¿Cómo está funcionando?
- En todas las parroquias hay retiros espirituales una vez al año, que es lo que yo hacía. Pero nos dimos cuenta de que el formato clásico no estaba pensado para la gente necesitada y con problemas sociales. Entonces pensamos en hacer un cambio. Proponer a estas personas que vienen heridas no el clásico retiro sino una cosa muy afectiva, emotiva, de sanación y desahogo de sus graves problemas, que es lo que te cuentan en el despacho y se desmoronan.
El comedor San José da de comer a más de 300 personas al día, y en él colaboran numerosos voluntarios.
Esta gente necesita desahogarse y volcar lo que tiene dentro. Es algo sencillo y acogedor, y la primera vez que lo hicimos nos quedamos asombrados. Nos dimos cuenta de que era lo que la gente necesitaba. Llorando nos daban las gracias.
Eso es precisamente lo que estas personas sin saberlo estaban buscando. Cuando venían a la parroquia, detrás del problema económico en el fondo necesitaban que alguien les consolara, les diera esperanza. Todos los meses hay uno y se les invita a ir. Este retiro ha transformado muchísimas vidas. Bastantes se han confesado por primera vez en su vida o después de 30 años, otros han contado lo que nunca habían podido decir a nadie. Se han abierto a casarse, bautizarse, a incorporarse a la Iglesia. Las conversiones son la mayoría.
- ¿Cómo acogen los pobres la Palabra de Dios?
- Les consuela, les ilumina y les da una esperanza. Los pobres ven que se les van cerrando puertas, y cuando observan que Dios se la abre se encuentran muy bien porque se les quiere. Muchas veces la gente no tiene quien les quiera. A ellos les hace un gran bien. Todos necesitamos que nos amen. Y cuando un pobre ve que aquí le quieren se abren a la Palabra. Este es un primer paso. Hay más: ordenar su vida, la responsabilidad de la que hablábamos antes… Unos dan más pasos, otros menos, pero sentirse amados en la Iglesia es fundamental.
-En su libro habla del Cura de Ars y de San Juan Pablo II como referentes para usted en su misión. ¿En qué le ayudan concretamente?
- El Cura de Ars, por lo de salvar a las almas. Estaba ahí para salvar a las almas, y cualquier sacrificio era pequeño para salvar una más. Todos los sufrimientos eran para salvar a las almas y así aguantó todo lo que aguantó.
De Juan Pablo II es la fuerza del amor a cada uno. Toda la gente que se ha encontrado con él, aunque sea unos segundos, dice que les miraba como si fueran únicos y especiales. Tenía un magnetismo porque valoraba a cada uno como un hijo de Dios único y esto me ayuda para no tratar a las masas o a los pobres como cifras sino como alguien único.
Publicado originariamente en Religión en Libertad el 1 de marzo de 2019