Sábado, 20 de abril de 2024

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No es sencillo ser comunidad cristiana. San Agustín

No es sencillo ser comunidad cristiana. San Agustín

por La divina proporción

Los cristianos sabemos que nuestra fe no se puede vivir de forma aislada, necesitamos una comunidad. Incluso los eremitas necesitan de una comunidad espiritual y personas que se relacionen con ellos de forma regular. Cristo eligió una comunidad para vivir los tres años de su ministerio público, aunque también buscase momentos y periodos de soledad.


Pero vivir en comunidad no es sencillo; es complicado. Supone saber qué compartimos en común y cómo tratar todo lo que no es común. Ser comunidad implica un compromiso de hacer común una serie de dones y no utilizar lo que no es común como herramienta de separación. Se es comunidad cuando se comparten una parte sustancial de nuestras vidas y nos comprometemos de forma libre y profunda con todos los que forman la comunidad.

Los católicos solemos llamar comunidad a estructuras sociales que no lo son realmente. Llamar de forma errónea a algo, nos lleva a confusiones y frustraciones. Muchas veces sólo llegamos a ser un grupo. Pensemos en una comunidad parroquial que sólo englobe a las personas que hayan sido bautizadas y asisten a misa en dicha parroquia. Estar bautizado e ir a misa no supone ser parte de una comunidad, sino de un grupo definido por estas dos circunstancias.

A veces tenemos a un grupo de personas que se sienten unidas por un hecho común, como puede ser la devoción a un santo o realizar una peregrinación a determinado santuario. Tendríamos un colectivo de personas que se reúnen por tener una realidad vivida como nexo de unión.

Cuando hay actividades que realizar y un grupo de personas trabajan unidos con un objetivo operativo común, tenemos un equipo. Los equipos comparten objetivos claros y un compromiso limitado en tiempo y forma. Nadie puede decir los componentes de un equipo de futbol tengan que compartir actividades sociales más allá de los entrenamientos y los partidos. Un equipo pastoral no es una comunidad por el hecho de trabajar juntos con un objetivo común.

Cuanto más se comparte y existe mayor compromiso, es más complicado convivir. Esto lo tenía claro San Agustín, que nos habla de la comunidad que fundó en torno a la regla escrita por él.

[San Agustín exhorta a vivir en comunidad y pobreza a sus hermanos…] Pero, si no quieren, si es que hay alguno, yo he sido quien estableció, como sabéis, que no ordenaría de clérigo [monje] a nadie más que a quien quisiera permanecer conmigo, de forma que, si deseara abandonar su propósito, le quitaría el clericato, puesto que desertaría de la santa comunidad y de la compañía en que había comenzado a vivir; mas ved que, ante la presencia de Dios y vuestra, cambio de parecer: quienes quieren poseer algo como propio, aquellos a quienes no basta Dios y su Iglesia, permanezcan donde quieran y donde puedan, que no les quitaré el clericato. No quiero tener hipócritas. Mala cosa es — ¿quién lo ignora? —, mala cosa es dejar de hacer un propósito, pero peor es simularlo. Mirad lo que digo: cae quien abandona la sociedad de la vida común ya abrazada, que es alabada en los Hechos de los Apóstoles; cae de su voto, cae de la profesión santa. Mire al juez; pero a Dios, no a mí. Yo no le quito el clericato. He puesto ante sus ojos el peligro en que se halla: haga lo que quiera. Sé, en efecto, que, si quiero degradar a alguien que se comporte así, no le faltarán abogados, no le faltarán defensores, e incluso entre los obispos, que digan: « ¿Qué mal ha hecho? No puede tolerar esa vida contigo; quiere permanecer fuera de la casa del obispo, vivir de lo suyo. ¿Por eso ha de perder el clericato? » Yo sé cuán malo es profesar algo santo y no cumplirlo. Prometed, dijo, al Señor vuestro Dios y cumplidlo; y: Mejor es no prometer que prometer y no cumplir (San Agustín, Sermón 335, 6)

Cuando intentamos ser una comunidad nos encontramos con problemas considerables. Como dice San Agustín: “mala cosa es dejar de hacer un propósito, pero peor es simularlo”. La postmodernidad da gran valor a lo que aparentamos y desprecia lo que somos. Simular es tan cotidiano que a veces no sabemos si una propuesta que hagamos es realmente bien recibida o no. La simulación suele terminar en simulacro. Es decir, mantener las apariencias cuando su significado se ha perdido o no nos importa. Aparentamos ser una comunidad, pero en realidad cada cual va por su lado. Aquí tenemos una de las consecuencias directas de la hipocresía y del verdadero fariseísmo. Muchos creen que el fariseísmo es cumplir con rigor la ley. Cristo fue el primer cumplidor y lo dejó claro muchas veces. Lo que el Señor afeaba de los fariseos es ser “sepulcros blanqueados”, es decir hipócritas que simulan y crean simulacros a su alrededor.

La falta de compromiso real genera hipocresía. Querer aparentar lo que no se desea realmente. Cuando estamos simulando una pertenencia, aparecen comportamientos que degradan la comunidad. Algunos de ellos son:

  • Atizar a los demás con la cruz personal que Dios nos ha dado. Nos fastidia que los demás no den valor a lo que para nosotros es tan importante. Si utilizamos la cruz personal para señalar a los demás y condenarlos, no podremos vivir en comunidad. Si una persona tiene necesidad de oración constante es porque necesita sentir a Dios en su vida cotidiana. A lo mejor otras personas sienten a Dios de forma más natural y no necesitan estar siempre arrodillados orando. El problema de la oración no es de los demás, sino de quien la necesita. No podemos estar señalando a los demás cuando nosotros somos los que necesitamos tener la oración constante.

  • Utilizar lo que nos diferencia como factor de separación. Cada persona tiene sus carismas, dones o talentos. Si escondemos los talentos o nos dedicamos a utilizarlos para generar problemas, la comunidad terminará por desaparecer. Si tenemos algo que nos diferencia, intentemos que sea un factor de mejora de la comunidad. Si no es posible, no señalemos a los demás por no estar en la misma sintonía que nosotros. Cuando la sintonía se pierde totalmente, es mejor dejar la comunidad que envenenarla lentamente.
Ser auténticos, vivir el compromiso sinceramente, ayudarse a llevar la cruz personal y negarse a sí mismos, son las claves para estar más cerca de ser una verdadera comunidad Cristiana.

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