Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Necesitamos curas que recen

por Guillermo Urbizu

 

 

A veces los comentarios que te hacen los lectores son chocantes y ocurrentes. Y los piropos abundan, válgame Dios. Pero no seré yo quien se haga el humilde, diciendo que son inmerecidos y demás, que esas pequeñas alegrías siempre vienen bien, y gustan, y se releen en momentos de desánimo. Y en ocasiones hay quien pone poemas, supongo que para que se perfeccione el estilo y la enjundia de los míos. Y eso es bueno, porque así me ponen en mi sitio o paso más desapercibido. Que sigan poniendo poemas mis lectores. De los Machado, de Juan Ramón, de Blas de Otero, de Lope, de Neruda, de Vallejo… Eso sí que es poesía. Pero bueno, esto de los comentarios venía a cuento de algo, y se me acaba de ir el santo al cielo. ¿Qué quería decir? Esta cabeza mía… Ah, ya recuerdo. Y es que uno de estos días he recibido un par de comentarios a uno de mis artículos que me han hecho pensar especialmente. Sobre todo uno de ellos, que firma “un feligrés cabreado”. El hombre anda quejoso del clero. Le indigna que los curas -como escribe él- presten atención a cualquier cosa que se mueva excepto a la atención espiritual de los suyos. Le indigna sobremanera que los clérigos no suelan prepararse a conciencia las homilías, que no pasen horas en los confesionarios, que ninguneen a sus obispos, etcétera. Y la verdad es que no le falta -dicho sea con toda la caridad del mundo- una buena parte de razón. No hace falta ser muy perspicaz ni haber estudiado teología para darse cuenta que muchos sacerdotes están acomodados a un dejarse llevar, a un mínimo de exigencia espiritual (no juzgo, que conste) que se evidencia en los feligreses en la apresurada misa del domingo como mucho, o ni en eso, si surge una buena excursión de fin de semana. Diría que son poco “profesionales” en lo suyo. Y lo suyo -y lo nuestro- es ayudar a ser santos a los demás. Pero si queremos ser santos necesitamos los curritos católicos de a pie sacerdotes santos. O nos vamos a pique (cada uno, no la Iglesia) y viviremos estancados en la tibieza del alma. Queremos saber de Dios, del Cristo, no de intranscendentes bobadas, más o menos sesudas o variopintas. Queremos que nos hablen de María a todas horas. Queremos que nos digan porqué es bueno utilizar el agua bendita, o llevar el escapulario del Carmen, o ganar indulgencias, o rezar en familia. Queremos reconocer a nuestros buenos curas por la calle, vestidos como deben, es decir, de cura. Queremos que nos indiquen el camino y nos confirmen en la gracia. Queremos que no se tomen a chufla la liturgia (lo de las glosas e imaginación está bien en literatura pero no al pie del altar). Queremos que nos digan con nitidez y santa gallardía que hay libros que un católico no debería leer y que hay unos cuantos cientos que deberíamos leer, para que nuestra creencia sea menos superficial. Queremos que se nos transmita fielmente lo que dice el Papa, que dice mucho, pero pasan semanas y ni una escuálida referencia, ni una palabra. ¿Qué ocurre? Y ni una mención al pecado y a la necesidad de confesarlos (que el cura no es el cura, que actúa in persona Christi). Flaca ayuda es no acabar de creerse tu propia fe, no ahondar en tu vida interior, y no ver el desarrollo de los acontecimientos del mundo con los ojos de Dios. Vana es nuestra fe si trapicheamos con el Resucitado en un cúmulo de fantasías y no salimos a la palestra con la fuerza que nos viene de la oración. Pregunta del millón: ¿nuestros curas rezan? Entiéndaseme bien. ¿Son hombres de oración perseverante, con lo que ello supone de vigor espiritual y de visión sobrenatural? Porque esa es la raíz de todo y para todos. La eficacia de un alma, de una parroquia o de una diócesis, o de cualquier otro entramado católico reside en la oración, en el trato personal con Cristo. Yo sé que hay sacerdotes muy santos, conozco a unos cuantos. Y son los que menos se hacen notar. Pero se les ve, se les escucha. Y esto es lo que los bautizados necesitamos. Curas que nos apremien a amar a Cristo, a entregarle nuestras vidas. Curas que mimen a Dios cuando lo tengan entre sus manos. Curas con brío, piadosos y obedientes al Papa y a su obispo. E insisto: con horas de confesionario.

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