Martes, 16 de abril de 2024

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Mártires españoles (III)

por Jorge López Teulón

MUERTE, NO TORTURA
Empavorece el alma la lectura de los tormentos que acarrearon la muerte a multitud de mártires. Nerón puso toda su perfidia en seleccionar crueldades. “Los condenados -refiere Tácito- fueron cubiertos con pieles de animales, para que los devoraran los perros; a otros los crucificaron; a muchos se les revistió de una túnica impregnada en pez o resina para que, atados a unos postes, sirviesen de antorchas vivientes en los festivales nocturnos”.
La Historia de Eusebio describe las formas de tortura usadas en la Tebaida. Laceración con garfios de acero hasta provocar la muerte; desgarramiento de miembros producidos por la separación violenta de copas de árboles, unidas violentamente con maromas.
Tal impresión han causado estos tormentos en la mentalidad y en el sentimiento de las épocas posteriores, que han ampliado el volumen cristiano de la palabra “martirio”, dándole como nueva acepción, casi exclusiva, la de tortura, etc., sígase o no la muerte.
Mas históricamente ni es ni debe ser así. Tan mártir es el que exhala su último suspiro entre los dientes de los leones, que ponen fin a una cadena de tormentos, como aquel cuya cabeza rueda, porque un golpe de espada ha interrumpido la ceremonia litúrgica de los cristianos, que han sido descubiertos en su escondite. Lo esencial, lo específico del martirio es la muerte ocasionada por el odio al nombre cristiano, venga esta muerte de una o de otra forma.
 
MUERTE VOLUNTARIA
El martirio es un acto de fortaleza. La virtud de la fortaleza puede dejar de serlo por convertirse en temeridad. Jamás a los mártires cristianos, que se ocultan a las pesquisas de quienes los buscan, puede tachárseles de temerarios, como nunca se les podrá tildar de fanatismo religioso. La soberbia, la arrogancia, la violencia agresiva y la tenacidad irracional, que caracterizan al fanático, nunca podrán conciliarse con la mansedumbre, la humildad y la caridad de los que mueren orando por quienes los matan.
San Cipriano, en una carta normativa dirigida a sus diocesanos unos días antes del propio martirio, recomienda paz y tranquilidad, ¡que ninguno se presente por propio impulso a los perseguidores! Si se les encuentra y se les interroga, entonces sí deben hablar, porque Dios en aquel momento dentro de ellos será el que hable.
La voluntariedad del martirio se cifra en el hecho de elegir la muerte por ser cristiano y en renunciar libremente a la libertad y a la vida por no dejar de serlo. La misma profesión voluntaria de una vida que engendra una posición definida, es testimonio irrecusable y constante de la propia ideología implica ya de sí la aceptación, al menos tácita, de los efectos que de ella pueden derivarse, sin que se quiera un testimonio, explícito y actual, distinto. “No es el tormento el que hace los mártires, sino la causa por que se padecen. Si el tormento los hiciera, todos los deportados serían mártires, mártires aherrojarían todas las cadenas de las cárceles, y todos los ajusticiados podrían ceñirse la coronad el martirio” (San Agustín).
 
EFECTOS DEL MARTIRIO
Al que me confiese delante de los hombres –proclamó Jesucristo- yo le confesaré delante de mi Padre. Esto es, diré que es de los míos, que me pertenece, que tiene un puesto a mi lado, en el cielo. Esta es la creencia constante de los mártires. “Hoy estaremos en el cielo”, claman jubilosos los del Escila tan pronto como tiene noticia de su sentencia condenatoria.
Orígenes habla de los diversos modos por que el pecado se perdona. “El primero, es por el bautismo. El segundo, por el martirio, el séptimo por la penitencia, cuando el pecador contrito no se avergüenza de declarar a los pies del confesor su pecado y de buscar allí la medicina”.
Por lo tanto, en el mismo grado que el bautismo y la penitencia, el martirio limpia al alma de toda clase de pecados. Los textos de los Santos Padres no dejan lugar a duda.
 
CAUSAS DE LA PERSECUCIÓN
El Derecho Penal Romano no tenía, con anterioridad a la era de los mártires, prescripción alguna por la que el cristianismo pudiera ser extirpado ni castigado. Fue necesaria una legislación posterior, directamente promulgada contra él.
Este cuerpo legal no nació esporádicamente. Tuvo como progenitor un odio concentrado contra el nombre cristiano. La legislación en el disfraz del odio, fomentado con las acusaciones más descabelladas.
Tertuliano nos ha transmitido algunas de estas falsas imputaciones hechas a los cristianos. “Si el Tiber se desborda o si el Nilo no fecunda con sus inundaciones los campos; si el cielo niega las lluvias, si la tierra es sacudida por terremotos, si hay hambres, si pestes, en seguida se clama “Cristianos a las fieras”… pretextando siempre, para encubrir su odio, la vacuidad de que son los cristianos los causantes de las calamidades públicas y de todo malestar del pueblo”.
A las mil calumnias que se divulgan entre el pueblo sembrando odios y anhelos de exterminio en el fondo siempre está el odio a Cristo y a los suyos. Por medio de todas estas falsedades la opinión toma forma y toda la campaña de difamación florece con espinas lacerantes en los decretos de persecución. Mientras las calumnias corren de boca en boca, los cristianos piden que se les escuche. Que no se les condene sin oírles.
EN RESUMEN…
Martirio es la muerte, decretada por el odio a la verdad y moral cristiana y aceptada por los que libremente hacen de ella profesión, renunciando a la vida por amor de Cristo. Tal es el “glorioso y sagrado significado de la palabra”, con que Pío XI, un 14 de septiembre de 1936, a menos de dos meses de iniciada la Guerra Civil califica la muerte de sacerdotes españoles y que ha sido necesario analizar en los textos clásicos de la era de los mártires.
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