Miércoles, 24 de abril de 2024

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Mariapi, el cáncer y el Padre Pío

por Guillermo Urbizu


Es una de mis cuñadas. Mariapi es una mujer con más virtudes que defectos. Una mujer joven, con esa elegancia innata que sólo da el alma que procura estar en gracia. Lleva seis años luchando contra el cáncer. Es luchadora, sufrida, sensible. Y guapa. Es una mujer víctima. Víctima del amor de Dios, que siempre ha querido tenerla muy cerca de Su Cruz. Quizá la voluntad de Mariapi no sea fuerte, pero sí lo es su amor, que suple lo que fuere y que ha ido creciendo exponencialmente. Debo reconocer que me llevo bien con ella, y que me instruye. Su vida no ha sido fácil (una vida cada vez más interior), y todo ese dolor la ha ido curtiendo, afinando, santificando. Yo la admiro por los detalles. Y por su silencio. El cáncer le carcome el cuerpo, es cierto, pero es como si no importara demasiado, porque le acrece el alma. La mirada cansada, pero no vencida, ni triste. La mirada pendiente de los demás y del rostro de Cristo. Mariapi ha ido aprendiendo a profundizar en la altura. Por eso le sale el Cielo de dentro, y si estás atento ves en ella una luz distinta o quizá una sonrisa.
 
Cuesta aceptar el querer de Dios. Cuesta remontar la cuesta del Calvario y no quejarse. Cuesta sufrir y sobre todo pensar que puedes morir en cualquier momento. Ya sé, ya sé que todos vivimos en una continua despedida -y con no pocas zozobras-, pero así, de esta forma, es distinto. El cáncer es una constante agonía en lo que tiene de condena. Ay, esos médicos que sajan, que prueban, que indagan, que quisieran, que no saben. Y vuelta a empezar de nuevo. Esa familia que no se acostumbra y llora (unos más a escondidas que otros) y reza más hondo. Cuesta una tortura así. Pero si Dios es mi Padre, pero si Dios es Amor, pero si Dios es Dios, ¿qué pretende? Y aprendes a vivir de fe. Mariapi lo hace. Puede que se trate de un obsequio muy especial. Es seguro -para una persona de fe- que el dolor es un don que hay que aprovechar. El dolor es asociarse al dolor infinito de Cristo. El dolor, vivido en cristiano, es comulgar místicamente el Cuerpo de Cristo. Y redimir con Él y en Él al mundo, redimirlo del pecado y de la pose. Un don para todos, si lo sabemos aprovechar con visión sobrenatural.

Los que queremos a Mariapi sufrimos. ¿Cómo no hacerlo? Aún no te lo puedes creer. Es imposible que esté pasando esto. No a ella, no a nosotros. En algún momento cunde la rebelión y la desazón, y cuesta rezar y permanecer con el alma erguida, firmes, y piensas que la ciencia puede curar, que no ha dicho su última palabra todavía. Pero si ya, en situación de normalidad, percibes que cada día es un favor de Dios, en esta situación, con el cáncer apretando el gaznate, te das más cuenta de la precariedad que es la vida. La vida… Mariapi quiere vivir, quiere seguir ayudando a sus hijos y a su madre. Vivir para servir. Aunque esté limitada por el trastorno que suponen sus circunstancias. Aunque vivir le duela horrores. Vivir para seguir arrimando el hombro a esa Cruz que comparte con Cristo. Vivir por amor, enamorada hagas lo que hagas y pase lo que pase y cueste lo que cueste.
 
Y yo no me resigno a lo inevitable. Dios es Dios. Dios lo puede todo en nuestra nada. Y los milagros están a la orden del día. Quiero que Mariapi se cure, por completo. Y hago pública esta petición para que alguien me ayude en el envite a Dios. Mi fe no es nada del otro mundo, pero Dios sabe de mi corazón. Y se lo voy a pedir con el corazón. Y se lo voy a suplicar por intercesión del Padre Pío, como al menos en una ocasión hizo Juan Pablo II, siendo cardenal. Resulta que estando en las jornadas del concilio Vaticano II, el cardenal Karol Józef Wojtyla, le escribió al Padre Pío dos misivas consecutivas pidiendo sin rodeos la curación de una madre de familia polaca de 40 años, médico de profesión. La buena mujer estaba en las últimas. Y Wojtyla no se anduvo por las ramas, como en él era característico. Directo. Tan directo que el Padre Pío, casi ciego por aquel entonces, le dijo a su ayudante: “A algo así no se puede decir que no”. Y la mujer curó por completo. Bueno, pues yo, con más osadía que otra cosa, y con todo el amor del que soy capaz, le voy a pedir desde estas líneas al Padre Pío que haga lo que sea ante el Trono del Altísimo para que Mariapi, mi querida cuñada, sane del cáncer y cuide de su madre e hijos unos cuantos años más. La situación es urgente. Por favor.

Padre Pío, reconozco que prácticamente nos acabamos de conocer, que usted es capuchino y yo miembro del Opus Dei, que puede parecer esto que hago un poco raro. Pero no lo es. En corto espacio de tiempo le he cogido un gran cariño. No tanto por los estigmas y demás dones extraordinarios como por su absoluta confianza y abandono en la Providencia de Dios. Le siento cercano. Y por eso acudo a usted con esta petición tan concreta, tan confiada y tan audaz. Que Mariapi quede limpia de todo cáncer. Y que yo sea un digno hijo de Dios. Y de María.
 
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