Viernes, 19 de abril de 2024

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De la Lumen Gentium y la salvación de los no cristianos

por En cuerpo y alma

 
Pablo VI (19631978)
            La Lumen gentium es una de las cuatro constituciones promulgadas por el Concilio Vaticano II, y junto con la Dei Verbum, la única dogmática (referida al dogma).

            Su título, traducible como “Luz de las gentes”, o probablemente más correcto, “Luz de las naciones”, lo recibe, como todos los documentos papales, por las dos primeras palabras de su texto (Lumen gentium cum sit Christus […]). Aprobada el 19 de noviembre de 1964, fue promulgado el 21 de noviembre del mismo año por el Papa Pablo VI.
 
            Pues bien, su capítulo II, titulado “El pueblo de Dios” y más concretamente sus apartados 1117, se refiere al tema de la salvación de los seres humanos, tema que trata en estos términos.
 
            Para empezar establece el principio de la salvación universal: “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados […] por el Señor, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre”, aclarando que lo hace “cada uno por su camino”. Se ratifica en esa doctrina cuando añade: “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios” (aptdo. 13).
 
            Hecha esta declaración inicial, entra en el detalle de las distintas situaciones. Primero naturalmente, los que se hallan dentro de la Iglesia Católica:
 
            “El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. […] A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo” (aptdo. 14)
 
            Pasa después a considerar la situación de las diferentes confesiones del cristianismo:
 
            “La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro. Pues hay muchos que honran la Sagrada Escritura como norma de fe y vida, muestran un sincero celo religioso, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en Cristo, Hijo de Dios Salvador; están sellados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan y reciben otros sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades eclesiásticas”. (aptdo. 15).
 
            Y luego las de las demás religiones: “Por último, quienes todavía no recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras” (aptdo. 16). Concretando los siguientes casos:
 
            “En primer lugar, aquel pueblo que recibió los testamentos y las promesas y del que Cristo nació según la carne [los judíos] (cf. Rm 9,4-5). Por causa de los padres es un pueblo amadísimo en razón de la elección, pues Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación (cf. Rm 11, 28-29)” (aptdo. 16).
 
            Luego los musulmanes:
 
            “Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero” (aptdo. 16).
 
            Y finalmente, todos los demás:
 
            “Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios” (aptdo. 16)”.
 
            Terminando con esta conclusión:
 
            “Así, pues, la Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre todo honor y gloria” (aptdo. 17).
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
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