Sábado, 20 de abril de 2024

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La Paz os dejo, mi Paz os doy. San Agustín

La Paz os dejo, mi Paz os doy. San Agustín

por La divina proporción

¿Podríamos decir que vivimos en un mundo en paz? Las continuas guerras, actos violentos, asesinatos, nos hacen ver que la paz es un don escaso que el mundo no es capaz de asimilar. La paz que nos ofrece el mundo es muy diferente a la que Cristo nos ofrece: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27). La Paz de Cristo nos permite que nuestro corazón no se turbe ni se acobarde, por lo tanto es muy diferente a la paz que nos ofrece el mundo.

El mundo nos ofrece la paz de la indiferencia y la ignorancia mutua. La paz que nos aleja para que no podamos hacernos violencia. Es una paz diabólica, porque no separa y nos invita a la ignorancia mutua. La paz del mundo es la paz que turba el corazón, porque teme y siente que puede ser castigado. La paz del mundo está basada en el miedo al rechazo social y el miedo a “otro” que se acerca a nosotros.

Y al proseguir el Señor: “No os la doy yo como la da el mundo”, ¿qué otra cosa es esto sino no como la dan los hombres que aman al mundo? Estos se conceden la paz a fin de gozar del mundo sin molestias; y cuando conceden la paz a los justos, de tal manera que dejan de perseguirlos, la paz no puede ser verdadera donde no hay verdadera concordia, porque sus corazones están muy separados.

Porque es la paz serenidad en el entendimiento, tranquilidad de ánimo, sencillez de corazón, vínculo de amor y consorcio de caridad, sin que pueda llegar a la heredad del Señor quien no quisiere observar el testamento de la paz, ni puede estar conforme con Cristo el que no lo esté con el cristiano. (San Agustín. De verb. Dom. serm., 59)

Por desgracia, la Iglesia ya no es un espacio común donde la Paz del Señor sea lo más habitual. En estos momentos existe desconfianza, temor e inseguridad. Muchas personas se sienten desconcertadas ante los mensajes contradictorios e incoherentes que escuchamos todos los días. Se pone en duda lo más sólidamente nos unía hasta ahora: los sacramentos. Los sacramentos se han convertido en apariencia de unidad social y por lo tanto, signos que se quedan en la superficie de lo que somos y sentimos. La Gracia resulta irrelevante frente a pertenencia social y a la integración en la comunidad.

Hoy en día es fácil ver y sufrir, como unos católicos echan a otros porque su fe ya no es común ni se comprende como fundamento de la comunidad. Ahora se promueve la pluralidad que nos separa en todo menos en la apariencia externa. Se acepta tolerar mientras que no reclames una verdadera unidad. A duras penas algunos grupos y sensibilidades consiguen hacer frente común en algunos temas con implicaciones sociales, como es el aborto o el matrimonio. Fuera de estos temas que reúnen parcialmente a los católicos, nos vemos muy alejados y confrontados constantemente.

Es triste ver cuantos esfuerzos se hacen por acercase a las iglesias y comunidades separadas, como son los luteranos, evangélicos, etc y el desprecio que se tiene con quienes, todavía dentro de la Iglesia, tienen un entendimiento tradicional y coherente de su fe. Se relatan las bondades del luteranismo, el calvinismo o husitas y mientras, se separa y persigue al católico tradicional. Para muchos la hermenéutica de la continuidad, propuesta por Benedicto XVI, sólo merece ser olvidada y enterrada.

El Concilio no ha sido una ruptura que ha dado vida a otra Iglesia sino una verdadera y profunda renovación y crecimiento de un único sujeto que se desarrolla” (Benedicto XVI, intervención en la apertura del Congreso Eclesial de la diócesis de Roma. 22/12/2005)

En estos momentos veo que la Iglesia Católica camina hacia una estructura similar a la iglesia Anglicana, con partidos o tendencias irreconciliables, pero que aceptan la paz del mundo. Es decir, aceptan gozar de independencia sin molestias mutuas. Partidos o tendencias que aceptan una denominación común, aunque no se sientan realmente la misma iglesia. El desprecio y la indiferencia mutua da lugar a una apariencia de concordia, pero esta apariencia es sólo una fachada que esconde lo que realmente hay detrás del escenario.

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