Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

La función del cuerpo en mi personalidad


Aunque a Jesús le interesaba sobre todo la dimensión espiritual y transcendente del hombre, muchos de sus milagros son curaciones que nos indican que la restauración de la salud y de la integridad corporal es una de las señales de la llegada del Reino de Dios.

por Pedro Trevijano

Opinión

“La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre el espíritu y la materia forman una única naturaleza” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, nº 69). “El cuerpo es bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día”(Gaudium et Spes nº 14). La corporeidad abarca más que la sexualidad, porque se extiende a toda la estructura humana del varón y de la mujer, pero la sexualidad es un elemento esencial suyo. El cuerpo sexuado participa de la condición creadora de Dios y expresa la vocación de la persona al amor, no siendo posible una actitud adecuada hacia el cuerpo y la corporeidad, sin una vivencia positiva de la sexualidad. El cuerpo es parte constitutiva de la personalidad y en él descubre el ser humano sus limitaciones pero también sus posibilidades. “La fe cristiana ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual, espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo” (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, nº 5).

En relación también con el cuerpo, está la figura corporal, que es la visión que tenemos de nuestra propia presencia personal físicamente percibida. Cuando esta percepción es positiva nos es fácil aceptarnos y querernos, pero si es negativa puede ser fuente, especialmente en la adolescencia, de problemas y complejos serios y graves, por lo que hay que saber aceptar sus deficiencias.

Nuestra relación con el cuerpo es a la vez simple y compleja. Por una parte, me distingo de mi cuerpo, pero, por otra, el cuerpo que vivo en primera persona no es algo que simplemente poseo, sino que soy yo mismo, mi modo específico de existir y obrar, expresándome y actuando a través suyo, porque el cuerpo manifiesta mi persona, y sus gestos son mis gestos, si estoy de verdad comprometido en ellos. Por ello participa plenamente en mi realización personal, y es condición necesaria e indispensable para poder relacionarme y vivir mi propia vida en el mundo, pues toda comunicación entre personas e incluso con Dios se realiza por medio del cuerpo, que es quien nos sitúa en el espacio y en el tiempo. El lenguaje corporal, con sus movimientos, gestos y posturas, es un medio fundamental de transmisión de mensajes y de comunicación entre seres humanos. No es desde luego un mudo espectador de lo que nos acontece, sino un importante protagonista, hasta el punto de que, a través suyo, expresamos el amor. No sólo la mente, sino cualquier actividad humana, aún la más espiritual, necesita del cuerpo y de sus gestos expresivos. Es además sede de la memoria, guardando en él las huellas de todo lo que ha vivido y experimentado. Los seres humanos somos personas corporeizadas, pero somos más que cuerpo, representando el cuerpo el modo específico de existir del espíritu humano y participando plenamente de la dignidad personal.

Por ello hay que cuidarlo dándole el conveniente descanso, alimento y ejercicio, y, en la medida de lo posible, procurar que permanezca atractivo, pero sin exageraciones y sin que la belleza física sea un fin en sí misma, pues su valor es muy relativo, ya que lo importante no es cómo aparecemos, sino nuestra interioridad, es decir cómo construimos nuestra personalidad, cuál es nuestra escala de valores y por tanto quiénes somos realmente. El cuerpo sirve para decirle al otro: te quiero, me gustas, te necesito, siendo capaz de expresar el cuerpo con sus besos, caricias, abrazos, intimidad física, el amor personal que se compromete y entrega, así como también generar vida y disfrutar en la relación sexual con todo él, con la mente y los cinco sentidos. Hasta la piel es importante, con sus millones de poros y terminaciones nerviosas. Es a través del lenguaje del cuerpo como nos abrimos a la experiencia, pues todo lo que conocemos sobre el mundo nos llega a través suyo por los sentidos, que nos comunican y relacionan con los demás, y es por él como el hombre y la mujer se dan y se acogen, pues está hecho para poder darse conyugalmente, siendo por todo ello un elemento muy importante en mi personalidad, por lo que no debo despersonalizarlo ni cosificarlo.

La visión cristiana reconoce al cuerpo una particular función y dignidad, puesto que contribuye a revelar el sentido de la vida y de la vocación humana, llegando a afirmar de él que es objeto de inhabitación divina y templo del Espíritu Santo (1 Cor 6,19), recibiendo en el sacramento de la Eucaristía el Cuerpo de Cristo y la semilla de la vida eterna, siendo su destino final la resurrección y la gloria, por lo que hemos de tratarlo con gran respeto. “Creo en la resurrección de la carne”, afirmamos en el Credo. La corporeidad es el modo específico de existir y de obrar del espíritu humano, por lo que es radicalmente distinto de la corporeidad animal. La llamada al amor que resuena en el corazón del hombre no es tampoco meramente espiritual, pues para ello está el cuerpo, mi dimensión carnal. Por el amor, el cuerpo es capaz de expresar a la persona. Una relación interpersonal que no implica el respeto al cuerpo y la lealtad propia del amor supone el pecado y no es digna de los cristianos.

Aunque a Jesús le interesaba sobre todo la dimensión espiritual y transcendente del hombre, muchos de sus milagros son curaciones que nos indican que la restauración de la salud y de la integridad corporal es una de las señales de la llegada del Reino de Dios. El amor a uno mismo, sin el cual no es posible amar a los demás, se fundamenta en el respeto a la propia corporeidad. Mi cuerpo es mi manera concreta de estar en el mundo, y aunque cambia con el tiempo, conserva memoria de sus transformaciones. Mi riqueza interior, mi vida espiritual, mi pensar y querer, mi encuentro con el mundo exterior se realiza gracias a mi situación corporal a través de mis reflexiones, gestos y palabras, lo que hace que yo sea una realidad específicamente humana, un sujeto responsable, capaz de tener juicios de valor y de hacer el bien o el mal. En pocas palabras, soy mi cuerpo, pero soy más que mi cuerpo, porque aunque es mi expresión visible, manifiesta y expresa la realidad interior e invisible de mi persona.
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