Martes, 19 de marzo de 2024

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La familia de "Mil Hombres"

por Victor in vínculis

La obra del Padre Alberto Risco, de la Compañía de Jesús, a la que nos referíamos en los dos últimos artículos lleva por título “Mil Hombres” (rasgos biográficos del Excelentísimo Señor General de Brigada D. Francisco de Paula Romero y Palomeque). Fue publicada su segunda edición con las licencias necesarias en la Imprenta Blass y Cía en la Calle San Mateo, nº 1 de Madrid en 1920. El jesuita resume así su paso al ejército carlista:
Romero “cuando vio desfilar, uno tras otro, a sus amigos, pedir la absoluta, desaparecer y reaparecer más tarde afiliados a una bandera, cuyo lema era Dios, Patria y Rey” decidió, también combatir con el ejército carlista. En 1836 se incorporó a las filas carlistas. Lo hizo por los tres años que duró la guerra, en la que cumplió importantes misiones y en la que recibió, también, importantes ascensos y condecoraciones”.


Primera Guerra Carlista de Augusto Ferrer-Dalmau
 
Una apasionante carrera militar
Manuel Ibo Alfaro y Lafuente (18281885) en el tomo segundo de su obra “La corona de laurel” (1860) donde presenta una “colección de biografías de los generales que han tomado parte en la gloriosa campaña de África”, nos da a conocer la vida militar de Romero (páginas 349-354):
El 11 de diciembre de 1835 se alistó en las filas del infante D. Carlos. En 1838, organizó, como comando, el Escuadrón de Caballería Príncipe de Asturias. Al año siguiente, tras la firma del Convenio de Vergara, que daba el triunfo a Isabel II, se separó de este escuadrón y se dio de baja del ejército.
Años después, por real orden, puede incorporarse al ejército. En 1843, el jefe del ejército de operaciones en Andalucía, que luchaba contra Espartero, lo incorpora a sus tropas, desempeñando eficazmente el cargo de comandante militar de Ronda, desde 1844 hasta 1851, en cuyo tiempo fue protagonista de valor, arrojo y heroísmo.
En 1852, destinado en Sevilla, se le confía el recién creado Regimiento de Caballería nº 16.
Más tarde fue nombrado por S.M. la Reina para el mando de cuatro escuadrones de Lanceros, que formaban la segunda brigada de caballería del ejército de África. Estuvo constantemente al frente de su brigadier prestando el servicio que se le mandó, asistiendo particularmente a las acciones de los días 25 de diciembre y 23 de enero. La carga del 23 de enero de 1860, de la que fue protagonista, aparece narrada en el tomo tercero de la obra de Alfaro (págs. 438-439):
“Ya había estallado el combate del día 23 de enero de 1860: por todas partes, se escuchaba el imponente ruido de la fusilería, y el estampido horrísono del cañón. Nubes de espeso humo se alzaban por doquiera, y vértigos de relumbrante fuego surcaban aquellas nubes, cuando a eso de las doce, se dio la orden de montar a los dos escuadrones del regimiento de Farnesio que se hallaban en el campamento, y de trasladarse al lugar de la pelea.
A los pocos minutos, el citado regimiento con su brigadier Romero Palomeque a la cabeza, se encontraba en el campo de batalla, no lejos del general en jefe y frente a una de esas terribles lagunas, armas viles y crueles con que el ejército marroquí ha atacado más de una vez durante nuestra gloriosa campaña, al noble ejército español.

Bajo estas líneas, Farnesio en África del excelente pintor Augusto Ferrer-Dalmau.
Habiendo avanzado más de lo prudente el general Ríos en el campo enemigo, se vio de súbito atacado por inmensas fuerzas de caballería marroquí, cuyas fuerzas dejaron conocer desde luego un empeño decidido en derrotar aquellos batallones cristianos; pero aquellos batallones formaron cuadro a la voz de su general, que dentro del cuadro se cerró y con orgullo de nuestra Patria, manifestaron a la Europa que las bayonetas españolas, en el monte y en el llano, son superiores, no sólo a la infantería, sino a la caballería africana.
En el momento en que el fuego se desplegaba más nutrido, se comunicó al regimiento de Farnesio la orden de cargar contra el enemigo en defensa del heroico cuadro de Ríos: el intrépido brigadier Romero Palomeque dio las voces de mando con una energía fascinadora; y entusiasmados, aquellos aguerridos escuadrones se lanzaron a la laguna.
¡Qué horror!, la laguna era profunda y cenagosa; era insuperable para la caballería, iba a convertirse en la inmensa sepultura de cien y cien valientes campeones; pero a ellos… ¿qué les importa morir? Su General lo manda; la Patria lo necesita; la muerte terrenal es la vida de los héroes…
Esta gloriosa, esta inimitable carga, en que oficiales y soldados cubrieron sus frentes de laureles; se puede dividir en dos periodos, admirables ambos, aunque cada uno de distinto género: el primero abraza desde que se arrojaron a la laguna hasta que al otro lado, pisaron tierra firme; y el segundo, desde que en este terreno firme se reorganizaron y de nuevo, acometieron a la morisma, que arrollada, se internó en los espesos bosques, hasta que entonando el himno de victoria, regresaron a su campamento.
Pero desde que los lanceros de Farnesio pisaron tierra firme, hasta que a la voz de sus jefes volvieron a formar para dar una nueva carga, medió un espacio de un cuarto de hora, en que conforme iban saliendo los soldados de la laguna, diseminados e iracundos, cargaban furiosos contra los musulmanes; y en aquel cúmulo de luchas individuales, fue donde el intrépido Pedro del Castillo, tomó el estandarte de la caballería mora”.

           Romero y Palomeque permaneció en el frente hasta el 28 de enero en que, a consecuencia de unos fuertes dolores reumáticos en la rodilla izquierda, adquiridos en dicha campaña, se vio en la necesidad de dejar el ejército y pasar a la Península a restablecer su salud. Tenía recién estrenados los cincuenta años. El 1 de febrero de 1860 le fue entregada una Flor de Oro por haberse distinguido en un “hecho de armas”.
La reina Isabel II, tomando en consideración los brillantes rasgos de valor que, en la citada campaña, manifestó el brigadier Romero, se dignó concederle la Gran Cruz de Isabel la Católica. También obtuvo la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; fue condecorado con la Encomienda de Isabel la Católica; en dos ocasiones recibió la Real y Militar de San Fernando; y también la Cruz y Plata de San Hermenegildo; la Medalla de África; la Maestrante de la Real de Ronda; y fue Benemérito de la Patria.
Tras esta hazaña se retiró a Hinojosa del Duque (Córdoba), donde tiene una calle dedicada en Hinojosa, como puede verse bajo estas líneas.
 

La familia que alcanzó a Cristo
Los conocedores de la intrépida vida del brigadier Romero, afirman que su familia,  tras alcanzar la madurez humana, le hizo crecer espiritualmente, y no dudan en afirmar que se trata de una nueva “familia que alcanzó a Cristo”.
Cuenta Monseñor Alberto José González Chaves en su obra “Madre Teresa de Jesús Romero. Un fruto de la Inmaculada” (Madrid 2009) que en 1840 Francisco de Paula casó en Bilbao con Facunda Bolloqui de Laraudo, con quien tuvo dos hijos: Adolfo y Francisco, que en 1843 nació en Hinojosa del Duque (Córdoba), adonde se habían trasladado para restablecer la quebrantada salud de la madre, que moría el 20 de julio de 1847, con sólo veintisiete años.
Adolfo se enroló en la Marina de Guerra y murió como alférez de navío con veintidós años, a bordo de la goleta “África”, rumbo a Montevideo. Francisco escogió la carrera militar, casó con Cristina Castillejos y Gómez-Bravo (+1876) y al quedarse viudo, intento entrar en la Compañía de Jesús pero finalmente se ordenó sacerdote por la diócesis de Córdoba.
Tras diez años viudo, don Francisco contrajo segundas nupcias en Cabeza del Buey (Badajoz) con María de los Ángeles Balmaseda y Gómez-Bravo (+1867), con quien tuvo cuatro hijos. El primero, murió con dos años. Al segundo, le llamaron Pablo. Las últimas fueron dos gemelas, una nació muerta, la otra es la protagonista del próximo artículo: se trata de Jacinta, a la que conoceremos como Madre Teresa de Jesús Romero.

El brigadier Romero falleció el 15 de mayo de 1880.

          
Su hijo Pablo Romero y Balmaseda (+1884) casó con Francisca Fernández de Córdoba (+1895) cuyos hijos murieron muy jóvenes. Eran el Hermano Francisco de Paula, novicio de la Compañía de Jesús en 1900 y la Hermana Dulce Nombre de María, novicia de las Concepcionistas de Hinojosa del Duque (Córdoba) en 1901. Los dos habían cumplido los 16 años cuando les llegó la muerte.
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