Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

La confesión de los jóvenes


Para una buena evolución de nuestros jóvenes se requiere una educación de la mente y voluntad que suponga una postura de apertura hacia los valores espirituales y cristianos.

por Pedro Trevijano

Opinión

Con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud gente de todas las edades, entre ellos muchos jóvenes, han aprovechado la ocasión para acercarse al sacramento de la Penitencia, que por otra parte es uno de los frutos que pretenden alcanzar las JMJ, el redescubrimiento de los inmensos valores espirituales que tiene este sacramento. Ello nos lleva a plantearnos la cuestión de los jóvenes ante este sacramento, problema difícil de tratar  sin caer en generalidades, pues se dan entre ellos muchos grados de fe y una gran variedad de tipos humanos.

Hoy hay entre los adolescentes y jóvenes, incluso entre aquéllos que permanecen cercanos a los movimientos y asociaciones de la Iglesia, una crisis muy extendida sobre la confesión. Salvo raras excepciones, los jóvenes no tienen nada claro lo que es el pecado, al que ven como una infracción de normas o leyes éticas, y no como un no amar y un rechazo práctico de Dios.

Tampoco sus ideas morales tienen mucho que ver con la Moral cristiana, asombrándonos, y a veces irritándonos, su increíble ignorancia de prácticas y creencias corrientes en nuestros años jóvenes, por lo que no sólo apenas se confiesan, sino que además, cuando por alguna circunstancia como recibir la Confirmación o el Matrimonio, comprenden que tienen que hacerlo, se encuentran con el problema de que no saben cómo, lo que les lleva a prescindir del sacramento de la penitencia en sus vidas. Es necesaria por ello una pastoral juvenil, que devuelva a los jóvenes el sentido del pecado y de la alegre certeza del perdón de Dios.

Por ello el sacerdote, cuando confiesa a algún joven, si ve que hace bastante tiempo que no se ha confesado, debe normalmente asumir las riendas de ella y hacerle ver que la confesión es no sólo un pedir perdón por los pecados, sino sobre todo intentar enfocar la vida al servicio del amor y del bien, tratando de acercar a los jóvenes a Cristo y a su Iglesia,  pues aunque estén bautizados, en su inmensa mayoría no han descubierto a Cristo y mucho menos a su Iglesia, intentando hacerles comprender también que el auténtico sentido de la vida está en el amor hacia Dios y hacia el prójimo.

Deben mostrarles la importancia de los pequeños sacrificios a la hora de fortificar su voluntad, que vean  las dudas de fe como el instrumento providencial que tienen a su alcance para madurar simultáneamente en el campo humano y religioso, pues una de las principales causas del abandono de lo religioso suele ser el desfase entre ambas formaciones; ayudarles a asumir sus responsabilidades en el campo del estudio o del trabajo, haciéndoles ver que hay una tarea a realizar en el mundo para superar las alienaciones y esclavitudes y que consiste en que practiquen la parábola de los talentos (Mt 25,14-30) y se den cuenta que es necesario salir de sí mismo y preocuparse por los demás,  y sobre lo sexual hacerles descubrir que su sexualidad, como toda su persona, tiene que estar al servicio del amor.

Es también el momento de ayudarles a encontrar los aspectos positivos de la Moral Cristiana, que entienden con frecuencia tan solo como una moral de prohibiciones, infundiéndoles también la convicción que lo que nos aleja de Dios, y muy especialmente el pecado, no sirve para nuestra construcción personal.

Es importante presentarles una imagen positiva de la confesión y, en lo posible, que se habitúen a ella. Sería muy deseable que la confesión no sea para ellos sólo una práctica ocasional, sino mucho más un encuentro personal con Cristo. Con el arrepentimiento y el recibir la absolución, Dios nos perdona y renueva su ayuda para que vayamos llenando de esperanza y sentido nuestra vida, realizándonos como personas.

Está claro que para una buena evolución de nuestros jóvenes se requiere una educación de la mente y voluntad que suponga una postura de apertura hacia los valores espirituales y cristianos, que les ayude a superar su egocentrismo y les haga comprender que no somos perfectos, sino pecadores redimidos por el amor misericordioso de Jesús, en quien tienen que poner su confianza.

En cuanto a nosotros como sacerdotes hemos de recordar que actuamos en nombre de Cristo y de su Iglesia, y que por tanto tenemos que ser especialmente fieles al magisterio eclesiástico, fidelidad a la Iglesia que nos debe llevar a evitar las posturas extremistas, tanto rigoristas como excesivamente laxas, así como por el contrario infundirles un profundo amor a la Iglesia, de la que son miembros de pleno derecho, pero es sin embargo una de las realidades que menos sienten.
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