Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Jaime Mayor, modelo de católico metido a político


¿Tiene encaje un político de la talla moral de Jaime Mayor en el PP de nuestros días, manejado en cierta medida por feministas vergonzantes?

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Hace poco, el papa Francisco exhortaba a los católicos a que actuasen en política. Ciertamente los católicos no podemos vivir de espaldas al gobierno de la sociedad en cualquiera de sus niveles, sino que la misma fe que profesamos reclama nuestra presencia allí donde se decide el bien o el mal de las personas, nuestros hermanos.

Ahora bien, no podemos, por simple cuestión de eficacia, lanzarnos de cabeza a la piscina sin comprobar si tiene agua, al menos la suficiente para no estrellarnos contra el fondo. O sin prepararnos debidamente a fin de evitarnos fracasos dolorosos e innecesarios, sumándonos, a veces, a causas perdidas. Hablo por experiencia personal. En España, país antaño de profundas raíces religiosas, los católicos siempre estuvieron dispuestos a entrar en las refriegas políticas, incluso con las armas en la mano si venía al caso, pero tenemos amargos y trágicos procesos históricos que causaron grave daño a la Iglesia y a la fe, por emprender caminos políticos equivocados.

El fenómeno más notorio de la historia no tan lejana fue el carlismo, que confundió y mezcló el plano espiritual con el temporal, un pleito familiar por la herencia dinástica con los principios religiosos, ocasionando tres crueles guerras civiles que dañaron gravemente el buen nombre de la Iglesia. En todo caso, empuñar las armas no era la manera más efectiva de enfrentarse al liberalismo masónico de la época.

Canovas del Castillo, hombre de principios religiosos, vio claramente el problema, pero como era antes que nada monárquico, trató de llevar las aguas católicas a su molino alfonsino, dando origen a otro gran problema. Para sustraer a la jerarquía eclesiástica de la influencia carlista –que era tanto como quedar anclados en las formas del Antiguo Régimen-, logró manipular, mediante el privilegio real del derecho de presentación, el nombramiento de nuevos obispos, creando una Iglesia regalista enfeudada en la dinastía “liberal”. Así, cuando sobrevino la República cainita del 14 de abril de 1931, pilló a la jerarquía y a las “masas” católicas en chancletas. Tuvo que aparecer un hombre clarividente, el abogado del Estado Ángel Herrera Oria, secundado por su escudero José María Gil Robles, para enderezar la situación y parar los pies a los delirios jacobinos de Manuel Azaña, el gran resentido contra los españoles, porque pensaba que España no le habían hecho justicia al gran talento literario e intelectual que se concedía a sí mismo. Muchos de aquellos hombres generosos que se embarcaron en el partido católico de la CEDA, pagaron con la vida su dedicación política.

Luego vino Franco, y la Iglesia se volcó en apoyo de su régimen. Cierto que el general gallego evitó, con su victoria, el exterminio total de la Iglesia en España a manos de los “rojos”. Mas pasada la resaca de la guerra civil, donde tampoco brilló la clemencia exigible a todo buen cristiano, y los estertores posteriores a la guerra mundial, era una temeridad ligar el futuro de la Iglesia a la vida perecedera de un gobernante. Roma avizoró el peligro, y encargó al cardenal Enrique y Tarancón el penoso trabajo de soltar amarras y distanciarse de aquel régimen. Ello le granjeó la enemiga de aquellos sectores, algunos muy bien situados en el mundo político, más franquistas que buenos católicos –como Cánovas-, que no le perdonaron nunca su viraje estratégico, aunque fue providencial para el prestigio de la Iglesia española de cara al futuro. Alguna vez habrá que reparar la tremenda injusticia cometida con este gran cardenal de tiempos revueltos.

Durante la Transición, muchos católicos procedentes principalmente de los “propagandistas” y de Acción Católica, jugaron un papel decisivo, a través de UCD, en los gobiernos que asentaron la democracia en España. Unos pocos, confundidos, estuvieron también en el PSOE, donde casi todos fueron ninguneados. Hasta en el PCE aterrizó algún cura disparatado, como Enrique Castro o el padre Llanos, que eran exhibidos como piezas de caza mayor en las vitrinas ornamentales del carrillismo.

Desaparecida la UCD, parte de aquellos se retiraron, y otros, tras pasar por el PDP de Oscar Alzaga, terminaron en el PP heredero de Alianza Popular de Fraga. Entre ellos García Margallo, el actual ministro de Asuntos Exteriores, y Jaime Mayor Oreja, al que tengo por modelo de católico metido en política. Hombre de principios irrenunciables, fiel hijo de la Iglesia, honrado, leal a quienes confían en él, discreto, que expone sus opiniones sin estridencias ni pendencias. Ahora dice que se apea del tren de la elecciones europeas y se aparta a un lado, para no estorbar. ¿Está cansado del navajeo interno de los partidos –de todos los partidos- para escalar cotas de poder en lo que estoy seguro que no ha participado nunca? ¿Se excluye antes que lo excluyan? ¿Se aleja porque no está conforme con el pasteleo que se traen con los etarras, desdeñando a sus víctimas? ¿Tiene encaje un político de la talla moral de Jaime Mayor en el PP de nuestros días, manejado en cierta medida por feministas vergonzantes? No sé que ha podido pasar. Pero de lo que sí estoy convencido es que las alternativas que han aparecido frente al PP, no veo que aporten aire fresco. O lo que es lo mismo, los católicos lo vamos a tener bastante crudo en las próximas citas electorales.
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