Jueves, 28 de marzo de 2024

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La Iglesia verdadera y el nerviosismo que provoca

La Iglesia verdadera y el nerviosismo que provoca

por Duc in altum!

Hay que partir del hecho de que somos parte de una sociedad heterogénea, diversa. Basta con echar un vistazo a la variedad de posturas religiosas que se tienen en espacios pequeños como un aula de la universidad. Es una de las características de nuestro tiempo y la respuesta pasa siempre por el respeto y la mutua cooperación en favor de la paz y del desarrollo social; sin embargo, hay que subrayar que no se puede dialogar con la diversidad negando o disimulando la propia identidad. Muchos católicos se sienten incómodos cuando escuchan que están en la Iglesia verdadera. De inmediato salta lo políticamente correcto y se genera un cierto malestar, pues consideran que, al afirmarlo o sostenerlo en público, se vuelven cerrados y excluyentes con el conjunto que piensa diferente. Entonces, mal interpretando el sentido original (objetivo) de los textos del Concilio Vaticano II, deciden romper con lo que siempre se supo: que Jesús fundó en Pedro y sus sucesores una sola Iglesia[1]. No se trata de una reflexión de tipo académica, reservada a las disertaciones, sino de una afirmación que genera identidad, vinculación entre los bautizados. Si la Iglesia duda de su origen verdadero, ¿cómo puede avanzar en medio de la incertidumbre? Ahora bien, ¿no es demasiado autorreferencial decir que estamos en la verdadera? En realidad no, ya que lejos de ponernos en el centro, hablando desde el “yo”, nos referimos a la persona de Jesús. Hay una proyección y, como tal, remite hacia alguien externo. En este caso, Cristo que vino y se hizo visible. Si afirmáramos que somos la verdad, entonces, habría un error de forma y fondo, pero la estamos remitiendo a Jesús; es decir, a las decisiones que tomó al constituir la primera comunidad cristiana. En otras palabras, “yo no soy la verdad, pero él, en efecto, lo es”. Negar la veracidad histórica de la Iglesia Católica, garantizada en la sucesión apostólica (el paso interrumpido de un papa a otro), no es un progreso, tampoco la maduración del pensamiento, sino un rezago que confunde y lleva necesariamente a la contradicción. ¿Pero acaso no impide el diálogo ecuménico? Precisamente porque su origen, como comunidad eclesial, parte de Cristo, tenemos la obligación de acercarnos a los que, en algún punto, se han ido separando, quizá después de haber sufrido alguna injusticia o situación difícil de sobrellevar. Justamente por afirmar que la Iglesia Católica es el tronco común, es posible el ecumenismo. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría asumir la responsabilidad de trabajar en primera línea por la unidad? Se busca unir, porque subyace una verdad que compromete a llevarlo a cabo. ¿Solo los católicos se salvan? Esto ya ha sido explicado por el magisterio y puede resumirse en que la verdad plena está en la fe cristiana dentro de la Iglesia Católica, pero que toda proyección o elementos verdaderos que se encuentren en las demás creencias, propias del hecho religioso, son elementos objetivos que, de practicarse, permiten llegar a la vida eterna. Claro que esto no debe tomarse como un pretexto para dejar de dar a conocer el Evangelio, porque como ya dijo el papa Pablo VI, “la Iglesia entera es misionera”[2].   

Otra postura, bienintencionada, pero carente de sentido, es la de aceptar que la Iglesia Católica es la verdadera, pero no decirlo nunca. Ni siquiera, ante preguntas de personas que anden en búsqueda. Se disimula para evitar incomodar. De ahí todas las contestaciones que recibió la declaración “Dominus Iesus” (2000); sin embargo, fue un documento valiente, capaz de dialogar sin ocultar las partes complicadas. Eso es síntoma de transparencia.

La Iglesia busca al que se ha ido. No espera que las diferencias caigan en una aburrida homogeneidad. Antes bien, como sucedió en los ordinariatos anglicanos, incluye los diferentes ritos y tradiciones. ¿Acaso no es condenar y situarnos por encima de los que están en otras Iglesias? Es verdad que como católicos, al igual que el resto de los creyentes, podemos caer en el vicio de la superioridad, pero cualquiera que conoce el Catecismo se da cuenta que el nombre “católico” no salva por sí solo, como tampoco incita a imponer o hacer menos al que no lo sea. En vez de eso, habla de propuesta y dicha proposición implica tener identidad. De ahí la necesidad de saber cuáles son los puntos básicos de la fe y su relación con la Iglesia de la que formamos parte.
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[1] Mateo 16:1318
[2] Evangelii nuntiandi, VI, 59. 
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