Lunes, 02 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Aspecto religioso de la Defensa del Alcázar de Toledo

Aspecto religioso de la Defensa del Alcázar de Toledo

En este suplemento de Historia en Libertad, publicamos varios artículos dedicados a la gesta del Alcázar de Toledo al cumplirse el 75 Aniversario de su liberación

Angel David Martín Rubio

Texto de la conferencia pronunciada en el ciclo conmemorativo del 75 Aniversario de la Hermandad de Nuestra Señora Santa María del Alcázar. Madrid, 1 de junio y Toledo, 15 de septiembre de 2011.

Excmo. Sr. Gral. Piñar
Excmos. Sres., jefes, oficiales y suboficiales
Señoras y señores
 
Quiero comenzar dando las gracias más sinceras a la Hermandad de Nuestra Señora Santa María del Alcázar y a su Hermano Mayor, General de Infantería D. Blas Piñar Gutiérrez por la invitación a participar en este ciclo de conferencias conmemorativo del 75 Aniversario de la defensa del Alcázar de Toledo y de la propia constitución de la Hermandad.
 
Como nieto de uno de los defensores y caído por Dios y por España en otro de los asedios más gloriosos de nuestra guerra, el de Belchite, me siento particularmente vinculado a este otro episodio, el de la fortaleza toledana, en el que se manifestaron las mismas virtudes de patriotismo y religiosidad que llevaron a definir al citado pueblo aragonés como alcázar de adobe, evocando así una idea importante. Fueron los pechos de sus defensores y de la población civil que colaboró con ellos los que convirtieron los sillares de cantería granítica de Toledo o las humildes paredes de tapial de Belchite y tantos otros lugares de España en baluartes capaces de resistir hasta lo inverosímil.
 
Son aplicables a este respecto las palabras de Judas Macabeo recogidas por el autor sagrado en el Antiguo Testamento:
 
«Es fácil que muchos caigan en manos de pocos, pues al Cielo lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos; la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. Ellos vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad, para aniquilarnos y saquearnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, mientras que nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. El Señor los aplastará ante nosotros. No les temáis» (1 Mac 3, 18-22).
 
*
 
«Fue un miliciano quien dijo una de las verdades más crudas sobre la guerra española, a través de una emisora que incitaba a la rendición a los héroes del Alcázar. En aquel combate verbal, tan frecuente como meridional y pintoresco, entre dos posiciones de nuestros frentes, después de unos días de silencio, se oyó de nuevo la voz zafia del miliciano que dejó caer estas conocidas palabras, merecedoras, por venir sin duda desde lo más hondo de nuestra alma popular de grabarse en oro de la mejor ley: “Vosotros por creer en Dios, y nosotros por no creer en Él, en menudo “fregao” nos hemos metido”»[1].
 
Sirva esta anécdota aducida por Vicente Marrero en el prólogo a La guerra española y el trust de cerebros para situarnos en el escenario de nuestra intervención, el asedio y defensa del Alcázar, y en la perspectiva desde la que vamos a ocuparnos de él: el aspecto religioso. 
Aspecto religioso que junto a matices muy variados resulta imprescindible para caracterizar a la contienda española de 1936 como venía ocurriendo en nuestras más significativas guerras intestinas desde el siglo XIX. La guerra española fue, sobre todo, una guerra entre los que querían conservar su fe cristiana y los sin Dios. Fue una guerra eminentemente espiritual que resultó Cruzada por los valores que en ella se atacaron y defendieron. Y el Alcázar de Toledo fue «punto culminante de dicha guerra», en palabras del Cardenal Gomá, por eso tiene pleno sentido hablar de los aspectos religiosos de su defensa que van mucho más allá de la particular vida de piedad de los asediados.
 
El primero de los prelados españoles en usar la palabra “Cruzada” en un documento oficial, fue el Arzobispo de Zaragoza D.Rigoberto Domenech en una circular de 29 de agosto de 1936 en la que se afirmaba: «Ha transcurrido poco más de un mes desde que nuestro glorioso Ejército, secundado por el pueblo español, emprendió la presente cruzada en defensa de la patria y la religión»[3]. El 30 de septiembre del mismo año, un día después de la visita del general Franco a las ruinas del Alcázar y un día antes de su proclamación como jefe del Estado, el obispo de Salamanca D. Enrique Pla y Deniel, fundamentaba teológicamente la cuestión en su pastoral Las dos ciudades que contiene afirmaciones tan rotundas como ésta: «La explicación plenísima nos la da el carácter de la actual lucha que convierte a España en espectáculo para el mundo entero. Reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada»[4].

A estas alturas en que nos encontramos, 75 años después de aquellos sucesos, en un momento en que la palabra y el concepto mismo de “cruzada” resultan ante los ojos de todo el mundo civilizado como un anacronismo medieval o, todo lo más, como bandera bajo la que se esconden intereses más turbios de dominio territorial o económico cabe preguntarse: ¿Conviene este término “Cruzada” al resurgimiento y primacía de lo espiritual que reclamaron “in extremis” los españoles en 1936-1939? ¿Existió ese resurgimiento y primacía de lo espiritual? ¿O tienen razón los que han querido despojar a nuestra guerra de su carácter de Cruzada, ya sean los marxistas, los liberales, los partidarios de la tercera España o los sedicentes católicos defensores de la libertad religiosa y del Estado neutro?

Volvamos al escenario del Alcázar toledano para encontrar respuesta a estas preguntas. Y lo haremos centrando nuestra atención en tres perspectivas:
  • La vida religiosa de los defensores del Alcázar
  • La visita del Canónigo Vázquez Camarasa a los sitiados
  • Toledo, ciudad mártir
La vida religiosa de los defensores del Alcázar

Como es bien sabido, el primer libro sobre el asedio del Alcázar lo publicó el jesuita Alberto Risco en los primeros meses del año 1937 con el título La epopeya del Alcázar de Toledo. Junto con el folleto titulado Rezábamos en el Alcázar, escrito por Andrés Marín y Martín y fechado el 15 de octubre de 1936, son dos de las fuentes principales para conocer las manifestaciones de la vida religiosa de los defensores del Alcázar. Espigamos algunas noticias tomadas de estas fuentes y en primer lugar las frases recogidas por el padre Risco de labios del propio General Moscardó:
 

«Lo primero que le digo es que en el Alcázar todo fue un milagro. La Providencia de Dios en todo momento sobre nosotros […] Le repito que todo en el Alcázar ha sido obra de la Providencia de Dios; continuo milagro. Milagro, el que encontrásemos en unos depósitos del Banco mil sacos de trigo y que en varias salidas nocturnas los pudiésemos transportar al Alcázar. Milagro, el que, nos viésemos obligados a trasvasar el agua del aljibe para cerciorarnos que no nos faltaría. Milagro, el que, en medio de aquel ambiente saturado de trilita y de minas, todas las mujeres y niños hayan salido sanos y salvos. Milagro, el que, hallándome un día reunido con mi Estado Mayor en mi despacho, nos tiraron con el 15,5, quedase destrozado el gabinete y nosotros resultásemos ilesos. En fin, todo un continuo llover milagros sobre nosotros»[5].

No menos explícito era el teniente coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Toledo, Pedro Romero Basart: «Nos sostenía la fe; estábamos convencidos todos de que contábamos con la Providencia de Dios, que Dios estaba con nosotros y podía salvarnos, y nos salvaría cuando Él quisiera»[6].
Referencias explícitas a la Providencia divina se encuentran también en el periódico El Alcázar editado desde el 26 de julio por los mismos defensores y en cuyo número correspondiente al 8 de agosto aparecieron los estatutos de la Hermandad de Santa María del Alcázar que «tendrá por misión espiritual el mantener vivos y fuertes los lazos tan estrechamente anudados en el sufrimiento»[7].

El ya citado Andrés Marín, junto al Capitán de Caballería José Sanz de Diego y el Comandante de Infantería Víctor Martínez Simancas, se convierten en organizadores de la vida piadosa litúrgica del Alcázar. Función especialmente necesaria pues no quedó ningún sacerdote entre los asediados. Sí hubo cinco religiosas, hijas de la Caridad, pertenecientes a la comunidad religiosa que estaban al cuidado de la Enfermería del Alcázar desde hacía veinticinco años y que allí prestaron inestimables servicios sanitarios y espirituales: Sor Josefa Barbel (superiora), Sor Toribia Navarro, Sor Emilia Rodríguez, Sor Inés Berdaguer y Sor Clotilde Gobar. Aunque fueron invitadas por la superiora del Hospital de Toledo a unirse a ellas, las cinco decidieron quedarse en el Alcázar. El 21 de julio se dijo en la capilla de las Hermanas la Misa de costumbre, que iba a ser la última hasta que celebrase otra el canónigo Vázquez Camarasa en las circunstancias que expondremos más adelante. Celebró el Arcediano de la Catedral D.Rafael Martínez Vega, asesinado el 30 de julio[8]. También se hicieron presentes varios sacerdotes que confesaron a los primeros grupos de jóvenes concentrados en la explanada del Alcázar. Ninguno de estos sacerdotes permaneció en la fortaleza porque acudieron solícitamente a desempeñar sus ministerios en la ciudad pensando que les iba a ser posible y porque nadie podía prever un desarrollo de los acontecimientos como el que iba a tener lugar.
 
En lo que a la vida religiosa de los sitiados se refiere, escribe Andrés Marín:

«Nos preocupamos desde el primer momento y siempre con la aquiescencia y la satisfacción del mando, en organizar cultos colectivos que elevaran el espíritu de los asediados al levantar su corazón a Dios y al cifrar su esperanza en la protección maternal de la Santísima Virgen.
Desde los primeros días del asedio se rezaba a diario el Santo Rosario en dos turnos; los miércoles y viernes se hacía el Vía Crucis por las actuales necesidades de España, empleando el que compuso D.Emiliano Segura, después de introducir en él ligeras modificaciones para adaptarlo a nuestra situación; se hicieron “Rosarios perpetuos” turnos de media hora, de día y de noche, con motivo de la festividad de la Asunción de la Santísima Virgen, de su Natividad y en la fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona de la Redención de Cautivos; y se sucedían las novenas a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, a la Santísima Virgen del Sagrario, Patrona de Toledo, al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen de la Medalla Milagrosa, al Amor Misericordioso y a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro […]
En grupo reducido se hacían a diario la meditación del año Cristiano del P.Croisset, y se rezaban el Rosario de las Llagas y las Oraciones de San Gregorio, en sufragio de nuestros difuntos»[9].

En cuanto al lugar para la oración común, pronto hubo que abandonar la capilla y trasladarse a un sótano dedicado entonces a almacén. Allí se improvisó un altar presidido por la imagen de la Inmaculada y ornamentado con tapices de la Academia de Infantería. Junto a ella, una magnífica oleografía que manos femeninas adornaron con una bandera bicolor y una corona imperial. La amenaza de la mina con la que los sitiadores pretendían volar el Alcázar, hizo que poco antes de la liberación, la capilla fuera traslada a la antigua enfermería que también había tenido que ser evacuada.
A partir de la explosión del 18 de septiembre, ya no hubo realmente ninguna dependencia destinada a capilla y, entre los escombros, entre los muros derrumbados del primitivo botiquín, colocaban a las horas del rezo colectivo, el crucifijo de la capilla y unas estampas de la Virgen y allí rezaban las devociones acostumbradas.



Ya hemos aludido a la imagen de la Virgen Inmaculada que la devoción de los sitiados empezó a llamar Nuestra Señora del Alcázar. De ella dijo más tarde el Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo:
 
«¿La clave secreta de tanto heroísmo? Nos la revelan los mismos héroes. La Señora del Alcázar. Era la Señora de sus pensamientos, la inspiradora de su gesta, la Madre próvida en cuyas manos se habían entregado como hace cada hijo con la suya. “Bella como la luna”, “radiante como el sol”, “terrible como ejército dispuesto para el combate”, la Madre de Dios del Alcázar, “la Virgen del Alcázar” —porque así la conocerá la historia— era como el soporte de aquella máquina espiritual que no querrá rendirse ante las fuerzas conjugadas de todas las máquinas de guerra modernas. La Virgen del Alcázar, que tenía en sus manos el pensamiento y el corazón de aquel puñado de bravos, triunfó de todo y de todos»[10].
 
Tras la explosión de la mina, la imagen fue recogida bajo los escombros sólo con ligeras rozaduras y algunos desperfectos en los angelitos que la rodean. Desde entonces quedó reservada en una de las habitaciones relativamente seguras que quedaban en el Alcázar de donde la sacaron el 28 de septiembre para llevarla a su altar, instalado en una de las galerías de los subterráneos, y ante Ella se celebró la primera Misa tras la liberación. Desde entonces, Nuestra Señora del Alcázar recibe culto en la Catedral toledana a la que fue inmediatamente trasladada.
 
Ejemplo y símbolo de la vida religiosa de los asediados fue Antonio Rivera Ramírez, presidente de la Juventud de Acción Católica de Toledo, el Ángel del Alcázar, quien merecería sobradamente el tiempo de toda esta intervención para hablar de su vida y virtudes antes, durante y después del asedio de la fortaleza toledana y de quien únicamente nos vemos obligados a hacer una breve reseña[11].
 
A los dieciséis años fue presidente de la Federación de Estudiantes Católicos, y poco después es nombrado presidente de la Juventud de Acción Católica de Toledo. En tres años fundó treinta centros con tres mil afiliados. Antonio tiene en su vida dos notas peculiares que le hacen ejemplar para los jóvenes de hoy: su condición seglar y su vocación por la tensión y la lucha como camino de santidad.


Antonio Rivera, el ángel del Alcázar
 
Con ocasión del Alzamiento Nacional y de la revolución en julio de 1936 se incorporó al Alcázar como voluntario y por su extremado valor y caridad heroica mereció el apelativo de Ángel del Alcázar. Si hasta ahora había sido modelo de la Juventud de Acción Católica por su alegría, afán apostólico y vida de piedad ahora demostró serlo también de patriotismo, espíritu de sacrificio («La Patria no admite regateos»), confianza en el triunfo («Dios nunca fracasa, acatando su voluntad se triunfa» y valentía («Valiente, valiente ese muchacho», dijo de él el Coronel Moscardó).
 
«Siguió como siempre: apóstol, pero además soldado. Un buen soldado. Pasaba horas y horas frente a la mirilla de su puesto de centinela, el mosquetón cargado, las bombas a la mano, el oído y la vista fijos en el enemigo. […] Su heroísmo era cristiano sublimado por el precepto divino del amor a los enemigos. Era opinión suya, tenazmente defendida y propagada entre sus amigos y compañeros de armas, que la guerra lejos de borrar la caridad, había de aumentarla. Concebía que se podía atacar y combatir sin que la hiel del odio invadiera el alma.
— “Tirad, pero tirad sin odio”, repetía con insistencia a sus compañeros de parapeto»[12].

El 18 de septiembre intentó rescatar una ametralladora y le volaron el brazo izquierdo que tuvo que serle amputado. Al liberarse el Alcázar pudo volver a su casa en estado gravísimo («Estoy muy contento. Ahora puedo decir como Jesucristo: no hay parte de mi cuerpo que no me duela») y entregó su alma a Dios el 20 de noviembre de 1936. Al igual que los mártires dio la vida por Cristo pero de otra manera muy distinta a la que en sus deseos se había forjado. «Joven de Acción Católica: Mírate como en espejo en la vida y en la muerte de este héroe. Aprende en ellas las lecciones de la vida cristiana de verdad», dijo el Cardenal Gomá.
 
A partir de su muerte los reconocimientos a su obra fueron constantes; además de numerosos homenajes, de la publicación de varias biografías y de la dedicatoria de diversas instituciones con su nombre, su estatua figura entre los representantes de la España cristiana que se encuentran a los pies de la imagen del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles. La ejemplaridad de su vida y de su muerte llevó a la Jerarquía Eclesiástica a abrir su proceso de beatificación el 10 de enero de 1962.

La visita del canónigo Vázquez Camarasa a los sitiados
Pasamos a ocuparnos a continuación, de uno de los episodios que ha sido objeto de discusiones y juicios contradictorios: la visita del Canónigo Vázquez Camarasa a los sitiados. Para que cada uno pueda sacar su propia conclusión, trataremos de exponer los hechos de la manera más objetiva posible a partir de los testimonios disponibles[13].

El 8 de septiembre se hizo saber a los defensores que el comandante Vicente Rojo solicitaba de parte del Gobierno de Madrid la celebración de una entrevista con el Coronel Moscardó que tuvo lugar al día siguiente. El jefe de los defensores aprovechó la ocasión para pedir el envío de un sacerdote para la asistencia religiosa de los combatientes, heridos y familiares. El Gobierno accedió, enviando al canónigo de Madrid Enrique Vázquez Camarasa (Almendralejo, 1880 - Burdeos, 1946) que según manifestó él mismo a un periodista: «no estaba preso cuando el Gobierno de Madrid le confió la misión que había de llevarle al Alcázar, ni lo había estado antes. Su designación fue debida a la notoriedad de que disfrutaba como orador y a la conveniencia de que el enviado fuese conocido de los sitiados»[14].

Vázquez Camarasa entró en el Alcázar el 11 de septiembre a las nueve de la mañana. Disponía de tres horas para cumplir su misión y los hechos, en sustancia, se desarrollaron así.
 
Desde la puerta de Carros, le conducen al despacho del Coronel Moscardó donde hay un intercambio de preguntas y respuestas por ambas partes. Más tarde, celebra la Santa Misa a la que asiste el personal franco de servicio y los no combatientes. Las palabras que les dirige, revistieron la tremenda solemnidad de una excitación a bien morir a aquellos que se esperaba iban a perecer bajo la mina preparada en los cimientos del Alcázar. Por la imposibilidad absoluta de confesar a todos dio la absolución general y, después, distribuyó la Sagrada Comunión, según precisa el propio Moscardó «amí, a mis Ayudantes, a algunos Jefes y Oficiales, Hermanas de la Caridad y algunas señoras»[15].
 
A continuación se organiza la procesión con el Santísimo para llevar la comunión a la enfermería. Momento que todos los testigos coinciden en describir como de los más emocionantes, verdadera reacción del espíritu que sostenía a aquellos héroes expresado entre cantos eucarísticos, lágrimas y el fervor de los heridos
Finalmente, de regreso al despacho del Coronel, se reproduce la conversación. Allí, la hija del teniente coronel Romero confirma la voluntad de permanecer con los defensores y de correr la misma suerte que había decretado para ellos el Gobierno republicano: morir sepultados bajo los escombros del edificio antes que rendirse:
 
«¿Coaccionadas nosotras? ¡No! He hablado de este asunto con todas las mujeres del Alcázar y todas piensan como yo. O salir libres con nuestros esposos y con nuestros hijos, o morir abrazadas a ellos entre las ruinas; pero solas… ¡nunca!»[16].

Con las mismas formalidades, le acompañan a la salida y es devuelto en compañía de los sitiadores.
El periódico de los sitiados, El Alcázar del 11 de septiembre recoge la impresión producida por la visita de Camarasa, lamentando que el sacerdote no hubiera permanecido entre los sitiados:
 
«Con motivo de la estancia del último parlamentario que visitó nuestro glorioso Alcázar, nuestro Coronel indicó que desearía al igual que el resto de las fuerzas de nuestro glorioso ejército, tuviésemos la debida asistencia religiosa y que si había algún sacerdote que quisiera ejercerla viniese para ser nuestro Capellán, el Gobierno de Madrid dejó que por espacio de tres horas pudiéramos disponer de un sacerdote y aun cuando esta no era la aspiración del mando puesto que ella significaba lo que era y será con nuestro triunfo tradición en nuestro Ejército de disponer entre sus servicios de religioso [sic], ello nos ha permitido hoy tener unos actos alegres y consoladores…».
 
Pero la nota concluye insistiendo únicamente en los aspectos positivos para la moral de los sitiados:
 
«Una alegría inmensa y un aliento más para reforzar el de nuestros ideales y una fraternidad más estrecha entre todos para unirnos con los lazos más sólido: los de la fe y el patriotismo. Terminó el acto con la nota de alegría de dos bautizos. Un día de los muchos que vivirán perennes en nuestro recuerdo y un acrecentamiento en nuestra gratitud para esa amorosa providencia de Dios, que tantas veces se nos muestra a través de nuestros esfuerzos y luchas por los intereses de Dios y de España»[17].

Para la mayoría de los historiadores, la presencia del Canónigo Vázquez Camarasa —sin olvidar la importancia espiritual de la misión que llevó a cabo— se sitúa en el contexto de las acciones psicológicas y morales emprendidas para intentar la sumisión de los defensores: la conversación telefónica con Moscardó el 23 de julio y la amenaza de muerte a su hijo, asesinado después el 23 de agosto, la visita del comandante Vicente Rojo, las gestiones diplomáticas de Núñez Morgado y el mensaje del Gobierno a través de la Cruz Roja. «Cinco tentativas que no sirvieron sino para demostrar la incapacidad de los sitiadores para el asalto directo y que, de manera refleja, levantaron la moral de los sitiados al percatarse de la importancia de su resistencia»[18].

Toledo, ciudad mártir
Mientras en el Alcázar se escribía una epopeya incomparable, la ciudad y la diócesis entera de Toledo era presa de tragedia horrenda. Una parte de las milicias estaba constituida por hombres de los partidos del Frente Popular locales y provinciales e incluso de otras provincias. Formaban grupos pequeños y sanguinarios que ostentaban nombres rimbombantes y que se caracterizaron por su cobardía frente al enemigo y su crueldad en la retaguardia[19].
 
El historiador norteamericano Cecil D. Eby afirma que desde el 23 de julio bandas de milicianos recorrían las calles cogiendo “fascistas” y curas. Los primeros eran encerrados para interrogarles y los segundos asesinados donde se les encontraba. «Los hombres de unidades tales como “Batallón Exterminio” y “Grupo Venganza” parecían guiados por reglas simples. La principal era: “Matar a cualquiera que vistiese sotana, los frailes primero”»[20]. Los propios jefes de Estado Mayor de la “Columna Toledo” dejan ver este clima de terror en sus informes.
 
El más sonado de los fusilamientos practicados en Toledo mientras se atacaba el Alcázar tendría lugar la noche del 22 al 23 de agosto. Un avión nacional había logrado situarse a escasa altura sobre el patio central del Alcázar y dejado caer con éxito un saco de víveres y un mensaje alentador. En cambio, un intento de la aviación gubernamental para bombardear la fortaleza tuvo fatales resultados para los sitiadores, varios de los cuales murieron al caer las bombas extramuros de la fortaleza. Aquella misma noche era asaltada la cárcel por turbas de milicianos que se hicieron cargo de las listas y fueron nombrando hasta 70 presos:
 
«Atados de dos en dos, la fila se iba alargando; una vez terminada la operación preliminar, se descorrieron los cerrojos carcelarios, y entre las sombras de la noche, en procesión dantesca que rezaba el rosario y cantaba himnos religiosos, fueron llevados los detenidos por el paseo del Tránsito y San Juan de los Reyes hasta la puerta del Cambrón. Aquí se dividió el grupo. Unos quedaban en la parte exterior de la puerta, los otros son apostados en la Fuente del Salobre. Frente a los grupos hay unas ametralladoras preparadas y varios automóviles, con cuya luz se ilumina macabramente aquella escena. No cabe duda a las víctimas del fin que se les acerca. Se redoblan los sentimientos religiosos y patrióticos; unos a otros los sacerdotes dan y reciben la absolución, la última de su vida.
El jefe de los grupos ha dispuesto ya al que ha de ametrallar que se coloque en su sitio, y entonces D. José Polo Benito, que va junto a Luis Moscardó, después de alentar a éste para el trance difícil, hace oír su voz a los verdugos: Dios es testigo del crimen colectivo que van a consumar, Dios les pedirá cuentas, él en nombre de todos les perdona.
Se da la voz de fuego y la ametralladora va segando vidas, que se desploman sobre arroyos de sangre. Setenta almas selectas penetran en el cielo en procesión triunfante; abajo, en la tierra, los cuerpos se confunden con la última contorsión de la muerte»[21]
 
Perecieron allí numerosas personas civiles, entre ellas el citado Luis Moscardó, hijo del jefe de los defensor del Alcázar y amenazado de muerte si su padre no hacía entrega de la fortaleza, once hermanos maristas y once sacerdotes, entre ellos el deán de la catedral primada, José Polo Benito, beatificado en el grupo de 498 mártires que subieron a los altares el 28 de octubre de 2007.
 
Polo Benito es todo un símbolo del clero español que sufrió la persecución desencadenada por republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas que en poco más estaban de acuerdo que en el deseo de exterminar a la Iglesia. Nació en Salamanca en 1879. Se formó en el seminario de la ciudad y allí se ordenó en 1904. A partir de 1911 trabajó activamente por la comarca extremeña de Las Hurdes,donde desempeñó una importante labor previa a la célebre visita de Alfonso XIII a la zona. En su propio hogar estableció unas cocinas de caridad, con las que socorría a cientos de familias necesitadas. En 1923 fue nombrado deán de la catedral de Toledo. Hombre al mismo tiempo de letras y de piedad intensa, el martirio no fue sino la coronación de toda una vida. Por su parte, al Coronel Moscardó le habían amenazado con fusilar a su hijo si no entregaba el Alcázar. Su respuesta no pudo ser más elocuente. En España se volvía a luchar con acentos de Cruzada y, como en tiempos de la Reconquista seguía vivo el espíritu de Guzmán el Bueno. Junto a Polo Benito, Luis Moscardó cayó bajo el plomo en la Puerta de Cambrón.


Luis Moscardó hijo del jefe de los defensores del Alcázar, asesinado junto al deán Polo Benito
 
Decir que aquellos mártires no tienen nada que ver con la Guerra Civil, ni con los Caídos de un bando ni con la España nacida de la Guerra suena a cobardía o a “lavado de cara”. Por eso es preferible evocar la historia tal y como fue. Porque la verdad es que, al mismo tiempo que Moscardó cumplía el último deseo de su padre: morir encomendando su alma a Dios y a los gritos de «¡Viva Cristo Rey!» y «¡Viva España!»; al tiempo que Polo Benito y sus compañeros subían al cielo, en el Alcázar un puñado de hombres, sostenidos por el mismo ideal, recibían la consigna que tantas veces les repitió Antonio Rivera: «Tirad, pero tirad sin odio».
 
De total de algo más de trescientos asesinatos cometidos durante el asedio del Alcázar que hemos identificado nominalmente, el grupo más numeroso estaba formado por los sacerdotes y religiosos que representan un 36,2% del total (114), prueba evidente de la dimensión alcanzada por la persecución religiosa en la capital toledana y su provincia, que fue magistralmente documentada por el Canónigo toledano Juan Francisco Rivera en su libro La persecución religiosa en la diócesis de Toledo. El resto de las víctimas pertenece a las más diversas extracciones sociales: profesionales liberales, especialmente los relacionados con la judicatura, industriales, empleados y modestos obreros de diversos oficios. 


Algunas de las muchas profanaciones llevadas a cabo en Toledo
 
Paralelamente se produjo la destrucción de los templos que habían sido cerrados inmediatamente al culto, saqueados; incendiadas o mutiladas las imágenes, quedando los edificios, después de despojados, incautados por los Comités y destinados a los usos profanos más diversos. El propio historiador norteamericano antes citado nos presenta al Gobernador Civil participando en una mascarada sacrílega, revestido de ornamentos de arzobispo y rodeado de otros hombres también disfrazados de sacerdotes[22].
 
Además, se apoderaron de la mayor parte del tesoro artístico de la Catedral, realizándose este saqueo el 4 de septiembre de 1936 por orden del entonces Presidente del Consejo de Ministros José Giral. La rápida liberación de Toledo impidió la pérdida de otras joyas valiosas, como la célebre Custodia de Enrique de Arfe, que ya estaba desmontada, estando también descolgados, para llevárselos, los cuadros que atesora la Catedral[23].
Podría pensarse que al afrontar la evocación de Toledo, la ciudad martirizada, nos hemos alejado de nuestro objeto de atención en esta tarde: la religiosidad de los sitiados en el Alcázar. Nada más lejos de la realidad porque como afirmó en su momento Fray Justo Pérez de Urbel, España procedió movida por las intenciones más profundamente religiosas y encendida el alma con los más puros fervores cuando salió a enfrentarse contra los martirizadores de cristianos, los asesinos de sacerdotes y los quemadores de iglesias[24].
 
De esta manera, nuestra inicial pregunta acerca del carácter de Cruzada de la guerra civil de 1936 recibe cumplida respuesta positiva desde las ruinas del Alcázar toledano y a la luz de esta consideración se puede captar el más hondo significado religioso del asedio.
«La preponderancia de los motivos religiosos, que fue la que dio carácter de “Cruzada” a nuestra guerra, se dio asimismo en los motivos de la persecución marxista. Los unos tomaron las armas para defender principalmente la religión, los otros encarcelaron y mataron principalmente para exterminarla. Si no se admite lo primero, con dificultad podrá probarse lo segundo»[25].
*
Queremos terminar evocando los versos de un poeta capaz de expresar esta íntima unión entre los héroes y los mártires. Se trata de Roy Campbell[26], nacido en Sudáfrica aunque cultivado en Oxford, convertido al catolicismo e intrépido defensor de la fe y de los valores del Movimiento Nacional. De gran trascendencia es el suceso ocurrido en la madrugada del 22 de julio, cuando varios carmelitas irrumpieron en su casa para que ocultara un baúl antiguo que contenía manuscritos de San Juan de la Cruz. Como ha puesto de relieve Emilio Domínguez Díaz, el Coronel Moscardó, los Guardias Civiles y algunos ciudadanos de Toledo quedaron reflejados en sus sonetos como los defensores de la España Antigua y de la Cristiandad; los que enarbolaron la bandera de la Guerra Santa contra los milicianos que insistían en el asedio del Alcázar, asesinando al tiempo a centenares de mártires.
 
Escuchemos como el mejor epílogo y homenaje a los héroes y mártires su poema El Alcázar minado, donde Roy Campbell canta a la fortaleza toledana como la roca sobre la que se había establecido la fe de todos los católicos, esa roca que la fe había inmortalizado a pesar del deterioro físico causado por los invasores:
 
Esta roca de fe, explotada por el trueno,
¡la eternidad la oirá levantarse
con aquellos que (sobreviviendo al mismísimo infierno)
a los cielos con ellos subirán!
Hasta que susurrado en las entrañas del Infierno
el censurado Milagro sea conocido,
y pasmados Demonios vuelvan a contar
cómo más crueles torturas que las suyas
por la fe viva fueron abatidas;
¡y cómo uno mortales, descarnados, con palidez cadavérica,
gangrenados y pudriéndose hasta los huesos,
con aladas almas de valor cristiano,
más allá del Olimpo y el Valhalla
pueden levantar diez mil toneladas de piedra!

Traducción de Jesús Isaías Gómez, profesor Universidad de Almería

[1] Vicente MARRERO, La guerra española y el trust de cerebros, Madrid: Punta Europa, 1961, p. 11.
[3] Cit.por Ricardo de la CIERVA, Historia actualizada de la Segunda República y la Guerra de España. 1931-1939, Madrid: Fénix, 2003, p. 886.
[4] Texto completo en: Antonio MONTERO MORENO, Historia de la persecución religiosa en España, Madrid, BAC, 1998, pp.608-788.
[5] Alberto RISCO, La epopeya del Alcázar de Toledo, Toledo: Hermandad de Defensores del Alcázar, 1992, p. 73.
[6]Alberto RISCO, ob.cit., p. 74.
[7] El Alcázar (Toledo) (8 de agosto de 1936) p. 1. Colección completa de 63 números editada por la Hermandad de Ntra.Sra. Santa María del Alcázar, s.a., s.l.
[8] Cfr. Alberto RISCO, ob.cit., pp. 25-26.
[9] Andrés MARÍN y MARTÍN, Rezábamos en el Alcázar, cit.por Luis MORENO NIETO, Los caballeros de la fe, Toledo: 1999, p. 20-22.
[10] Isidro GOMÁ, “La madre en las horas trágica de Toledo”, El Alcázar (Toledo) (15 de agosto de 1938), cit.por Luis MORENO NIETO, ob.cit., p. 17.
[11] Cfr. María de PABLOS RAMÍREZ DE ARELLANO, El Angel del Alcázar. Biografía de Antonio Rivera y su ambiente, Madrid: Hermandad Nacional Universitaria-Secretariado Ángel del Alcázar, 1987.
[12] Luis MORENO NIETO, Toledo 1931-1936. Memorias de un periodista, Toledo: 1996, pp. 180-181.
[13] Seguimos en lo sustancial los relatos de Juan Francisco Rivera y Casas de la Vega que han utilizado todas las fuentes previas disponibles: Juan Francisco RIVERA, La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo (1936-1939), Toledo: 1995, pp. 221-225; Rafael CASAS DE LA VEGA, El Alcázar, Madrid: G. del Toro, 1976, p. 232-241. También resulta indispensable la declaración del propio Moscardó ante la “Causa General”, en La dominación roja en España, Madrid: s.a., p. 329-332.
[14] Cit.por Juan Francisco RIVERA, ob.cit., p. 222.
[15] La dominación roja…, ob.cit., p. 330-331.
[16] Cit.por Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 240.
[17] El Alcázar (Toledo) (11 de septiembre de 1936), p. 4.
[18] Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 247.
[19] Cfr. Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 146-150.
[20] Cit.por Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 147.
[21] Juan Francisco RIVERA, ob.cit., pp. 214-215.
[22] Cfr. Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., p. 150.
[23] Cfr. La dominacion roja…, ob.cit., p. 196.
[24] Fray Justo PÉREZ DE URBEL, “La Guerra como Cruzada Religiosa”, en La Guerra de Liberación, Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1961, p. 61.
[25] Rafael María de HORNEDO, Reseña de La persecución religiosa en España, Razón y Fe 164 (1961) pp. 335-342.
[26] Cfr. Emilio DOMÍNGUEZ DÍAZ, “Roy Campbell: propaganda en verso desde las trincheras”, Congreso La otra memoria, Universidad San Pablo-CEU, Madrid, noviembre de 2008 (en prensa).

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