Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Antes presidió la misa con católicos de distintos ritos

Francisco se inclina para que el Patriarca ortodoxo Bartolomé lo bendiga: oran juntos por la unidad

Francisco pidió una bendición a Bartolomé, que lo besó - simboliza la unión entre Pedro y Andrés, los hermanos de los que son herederos
Francisco pidió una bendición a Bartolomé, que lo besó - simboliza la unión entre Pedro y Andrés, los hermanos de los que son herederos

Rocío Lancho García/Zenit

El Papa Francisco ha pedido al Patriarca ortodoxo de Constantinopla un favor: bendecirle a él y a la Iglesia de Roma. Acto seguido, Francisco se ha acercado a Bartolomé y se ha inclinado ante él.

Esta imagen probablemente será de las más recordadas de este viaje apostólico a Turquía. Ha sucedido en la tarde del sábado 29 de noviembre, en la visita que el Papa ha realizado al Fanar, nombre de la sede del Patriarcado Ecuménico en Estambul, para la oración ecuménica y un encuentro privado con el patriarca Bartolomé.

Francisco y Bartolomé, sucesores de los apóstoles Pedro y Andrés, han entrado juntos en la Iglesia patriarcal de San Jorge, acogidos por cantos. Después de una oración por el Papa, por el Patriarca y por la unidad de las santas iglesias de Dios, ambos han recitado juntos el Padre Nuestro en latín antes de impartir la bendición.

El Santo Padre ha proclamado la bendición en latín y el Patriarca Bartolomé en griego.

A continuación ha hablado el patriarca, que en su discurso ha observado que la visita de Francisco constituye una continuación a las visitas de sus precedesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, "testimoniando vuestra voluntad como también la de la Santísima Iglesia de Roma, de continuar el firme camino fraternal con nuestra Iglesia Ortodoxa".



Al llegar al Phanar, sede del Patriarcado ortodoxo de Constantinopla, presentaron al Papa las Escrituras mientras se cantaba "Bendito el viene en nombre del Señor"

Asimismo, ha pedido encontrar "nuevamente la plena comunión entre nuestras Iglesias", cumpliendo así la voluntad Dios "en tiempos cruciales para la humanidad y el mundo".

Francisco, por su parte, ha comenzado su discurso haciendo alusión al atardecer, que trae siempre un doble sentimiento, "el de gratitud por el día vivido y el de la ansiada confianza ante el caer de la noche".

Esta tarde -ha afirmado- mi corazón está colmado de gratitud a Dios, "que me ha concedido estar aquí para rezar junto con Vuestra Santidad y con esta Iglesia hermana, al término de una intensa jornada de visita apostólica".



El Papa Francisco y el patriarca Bartolomé, ya en la fiesta litúrgica de San Andrés, hermano de San Pedro y patrón de Constantinopla

Al mismo tiempo, el Papa ha indicado que su corazón está a la espera del día que litúrgicamente hemos comenzado: la fiesta de San Andrés Apóstol, que es el Patrono de la Iglesia de Constantinopla. 

El Papa ha expresado su gratitud al patriarca por su acogida fraterna, a la vez que ha observado que "siento que nuestra alegría es más grande porque la fuente está más allá", "no en nosotros", "nuestro compromiso" o "nuestros esfuerzos" --que también deben hacerse-- "sino en la común confianza en la fidelidad de Dios".

La Iglesia, lugar donde está "esa paz y esa alegría que el mundo no puede dar, pero que el Señor Jesús ha prometido a sus discípulos, y se la ha entregado como Resucitado, en el poder del Espíritu Santo".

Tal y como ha recordado el Pontífice durante su breve discurso, "Andrés y Pedro han escuchado esta promesa, han recibido este don". Eran hermanos de sangre, -ha proseguido- pero el encuentro con Cristo los ha transformado en hermanos en la fe y en la caridad. Y ha añadido Francisco "hermanos en la esperanza".

De este modo, el Santo Padre ha hecho alusión a la gracia y la responsabilidad de poder ser hermanos en la esperanza del Señor Resucitado, poder caminar juntos en esta esperanza. Finalmente ha recordado que "esta esperanza común no defrauda, porque no se funda en nosotros y nuestras pobres fuerzas, sino en la fidelidad de Dios". En este momento es cuando se ha producido la petición del Santo Padre al patriarca de bendecirle por él y a la iglesia de Roma.



Momento en que el Papa bendice en latín y el Patriarca en griego

Una vez concluida la oración, ha tenido lugar el encuentro privado, donde se ha procedido al tradicional intercambio de regalos y la presentación de las delegaciones.



Misa con los católicos de distintos ritos
La otra gran cita de la tarde del Papa Francisco en estambul fue la misa en la catedral católica del Espíritu Santo, la única misa que él preside en este viaje.

Antes de la celebración eucarística, el Pontífice tuvo un almuerzo privado con representantes de la comunidad católica de Estambul, 50 personas de las comunidades católicas de rito latino, armenio, sirio y caldeo.

La eucaristía ha sido celebrada en la catedral católica del Espíritu Santo, donde hay capacidad para unas 600 personas. Los cristianos en Turquía representan menos del uno por ciento de la población.

La celebración ha tenido un carácter inter-ritual, en la que han concelebrado 50 sacerdotes, en presencia de religiosos y religiosas que trabajan en la región y algunas comunidades parroquiales.

Francisco ha sido acogido a su llegada por el vicario apostólico y por el párroco. Además, en la celebración han estado presentes el patriarca ecuménico ortodoxo Bartolomé, el patriarca siro-católico, Ignacio III Younan, el vicario patriarcal armenio apostólico de Estambul, Aram Ateshian, el metropolita siro-ortodoxo de Estambul, y representantes de algunas confesiones evangélicas.

La catedral católica está abierta al culto desde 1846. En el altar están las reliquias del papa San Lino, mártir y primer sucesor de Pedro. Además, en el patio hay una estatua de Benedicto XV, que le dedicaron los turcos en 1919 por su ayuda a las víctimas de la guerra.

Durante su homilía, el Papa ha hablado de cómo el Evangelio nos presenta a Jesús como fuente a la que el hombre sediento de salvación puede acudir. Profecía proclamada públicamente en Jerusalén en la que Jesús anuncia el don del Espíritu Santo tras su muerte y resurrección. De este modo, Francisco ha recordado que "el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia", "Él da la vida, suscita los diferentes carismas que enriquecen al Pueblo de Dios" y "crea la unidad entre los creyentes". Por eso ha afirmado que "toda la vida y la misión de la Iglesia dependen del Espíritu Santo; él realiza todas las cosas".

Asimismo, el Santo Padre ha observado que cuando rezamos "es porque el Espíritu Santo inspira la oración en el corazón". De este modo ha explicado en la homilía que "cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado". Y más aún, "cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado". Y prosigue, "cuando vamos más allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a los hermanos con esa ternura que hace arder el corazón, hemos sido sin duda tocados por el Espíritu Santo".

A propósito de los diferentes carismas que suscita en Espíritu Santo en la Iglesia, el Pontífice ha advertido que "en apariencia, esto parece crear desorden", pero en realidad, "es una inmensa riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad".



Misa del Papa en la catedral católica de Estambul, con católicos de rito latino y de los distintos ritos orientales

Sólo el Espíritu Santo -ha asegurado- puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Sin embargo, ha advertido de nuevo que "cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos", provocamos la división. Por el contrario, "si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia", ha precisado.

Además, el Santo Padre ha recordado que "la Iglesia y las Iglesias están llamadas a dejarse guiar por el Espíritu Santo, adoptando una actitud de apertura, docilidad y obediencia".

Una visión de esperanza, pero al mismo tiempo fatigosa, ha reconocido el Papa. "Pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar, impulsa a la Iglesia a seguir adelante", ha afirmado.

Por otro lado ha indicado que los cristianos, "nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu". Espíritu que "es frescura, fantasía, novedad".

En nuestro camino de fe y de vida fraterna --ha concluido el Santo Padre-- cuanto más nos dejemos guiar con humildad por el Espíritu del Señor, tanto mejor superaremos las incomprensiones, las divisiones y las controversias, y seremos signo creíble de unidad y de paz.

Al finalizar la eucaristía, el papa se dirige al Patriarcado ecuménico, para la oración ecuménica y el encuentro privado con el patriarca Bartolomé.

***

Texto completo de la homilí­a de Santo Padre en la Catedral católica de Estambul
En el Evangelio, Jesús se presenta al hombre sediento de salvación como la fuente a la que acudir, la roca de la que el Padre hace surgir ríos de agua viva para todos los que creen en él. Con esta profecía, proclamada públicamente en Jerusalén, Jesús anuncia el don del Espíritu Santo que recibirán sus discípulos después de su glorificación, es decir, su muerte y resurrección.

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Él da la vida, suscita los diferentes carismas que enriquecen al Pueblo de Dios y, sobre todo, crea la unidad entre los creyentes: de muchos, hace un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Toda la vida y la misión de la Iglesia dependen del Espíritu Santo; él realiza todas las cosas.

La misma profesión de fe, como nos recuerda san Pablo en la primera Lectura de hoy, sólo es posible porque es sugerida por el Espíritu Santo: «Nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, sino por el Espíritu Santo». Cuando rezamos, es porque el Espíritu Santo inspira la oración en el corazón. Cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado. Cuando vamos más allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a los hermanos con esa ternura que hace arder el corazón, hemos sido sin duda tocados por el Espíritu Santo.

Es verdad, el Espíritu Santo suscita los diferentes carismas en la Iglesia; en apariencia, esto parece crear desorden, pero en realidad, bajo su guía, es una inmensa riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división; y cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos, terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad. Por el contrario, si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia.

Los diversos miembros y carismas tienen su principio armonizador en el Espíritu de Cristo, que el Padre ha enviado y sigue enviando, para edificar la unidad entre los creyentes. El Espíritu Santo hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. La Iglesia y las Iglesias están llamadas a dejarse guiar por el Espíritu Santo, adoptando una actitud de apertura, docilidad y obediencia. Es Él quien armoniza la Iglesia. Me viene a la mente esa bella palabra de san Basilio, grande, ipse harmonia est, Él mismo es la armonía.

Es una visión de esperanza, pero al mismo tiempo fatigosa, pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar, impulsa a la Iglesia a seguir adelante. Y siempre es más fácil y cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Ytambién la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de lado la tentación de mirarse a sí misma. Y nosotros, los cristianos, nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, fantasía, novedad.

Nuestras defensas pueden manifestarse en una confianza excesiva en nuestras ideas, nuestras fuerzas – pero así se deriva hacia el pelagianismo –, o en una actitud de ambición y vanidad. Estos mecanismos de defensa nos impiden comprender verdaderamente a los demás y estar abiertos a un diálogo sincero con ellos. Pero la Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender.

En nuestro camino de fe y de vida fraterna, cuanto más nos dejemos guiar con humildad por el Espíritu del Señor, tanto mejor superaremos las incomprensiones, las divisiones y las controversias, y seremos signo creíble de unidad y de paz, signo creíble de que nuestro Señor resucitado está vivo.

Con esta gozosa certeza, los abrazo a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas: al Patriarca Siro-Católico, al Presidente de la Conferencia Episcopal, el Vicario Apostólico, Mons. Pelâtre, a los demás obispos y Exarcas, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y fieles laicos pertenecientes a las diferentes comunidades y a los diversos ritos de la Iglesia Católica. Deseo saludar con afecto fraterno al Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, al Metropolita Siro-Ortodoxo, al Vicario Patriarcal Armenio Apostólico y a los representantes de las comunidades protestantes, que han querido rezar con nosotros durante esta celebración. Les expreso mi reconocimiento por este gesto fraterno. Envío un saludo afectuoso al Patriarca Armenio Apostólico, Mesrob II, asegurándole mis oraciones.

Hermanos y hermanas, dirijámonos a la Virgen María, Madre de Dios. Junto a ella, que oraba en el cenáculo con los Apóstoles en espera de Pentecostés, roguemos al Señor para que envíe su Santo Espíritu a nuestros corazones y nos haga testigos de su Evangelio en todo el mundo. Amén.

Texto completo del discurso del Santo Padre en la oración ecuménica en la iglesia patriarcal San Jorge ante el Patriarca Bartolomé
Santidad, querido Hermano
El atardecer trae siempre un doble sentimiento, el de gratitud por el día vivido y el de la ansiada confianza ante el caer de la noche. Esta tarde mí corazón está colmado de gratitud a Dios, que me ha concedido estar aquí para rezar junto con Vuestra Santidad y con esta Iglesia hermana, al término de una intensa jornada de visita apostólica; y, al mismo tiempo, mi corazón está a la espera del día que litúrgicamente hemos comenzado: la fiesta de San Andrés Apóstol, que es el Patrono de esta Iglesia.

En esta oración vespertina, a través de las palabras del profeta Zacarías, el Señor nos ha dado una vez más el fundamento que está a la base de nuestro avanzar entre un hoy y un mañana, la roca firme sobre la que podemos mover juntos nuestros pasos con alegría y esperanza; este fundamento rocoso es la promesa del Señor: «Aquí estoy yo para salvar a mi pueblo de Oriente a Occidente... en fidelidad y justicia».

Sí, venerado y querido Hermano Bartolomé, mientras expreso mi sentido «gracias» por su acogida fraterna, siento que nuestra alegría es más grande porque la fuente está más allá; no está en nosotros, no en nuestro compromiso y en nuestros esfuerzos, que también deben hacerse, sino en la común confianza en la fidelidad de Dios, que pone el fundamento para la reconstrucción de su templo que es la Iglesia. «¡He aquí la semilla de la paz!»; ¡he aquí la semilla de la alegría! Esa paz y esa alegría que el mundo no puede dar, pero que el Señor Jesús ha prometido a sus discípulos, y se la ha entregado como Resucitado, en el poder del Espíritu Santo.

Andrés y Pedro han escuchado esta promesa, han recibido este don. Eran hermanos de sangre, pero el encuentro con Cristo los ha transformado en hermanos en la fe y en la caridad. Y en esta tarde gozosa, en esta vigilia de oración, quisiera decir sobre todo: hermanos en la esperanza. Y la esperanza no desilusiona. Qué gracia, Santidad, poder ser hermanos en la esperanza del Señor Resucitado. Qué gracia – y qué responsabilidad – poder caminar juntos en esta esperanza, sostenidos por la intercesión de los santos hermanos, los Apóstoles Andrés y Pedro. Y saber que esta esperanza común no defrauda, porque no se funda en nosotros y nuestras pobres fuerzas, sino en la fidelidad de Dios.

Con esta esperanza gozosa, llena de gratitud y anhelante espera, expreso a Vuestra Santidad, a todos los presentes y a la Iglesia de Constantinopla mis mejores deseos, cordiales y fraternos, en la fiesta del santo Patrón. Y os pido un favor, bendecirme a mí y a la Iglesia de Roma.
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