Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Francisca Javiera del Valle

ReL

FRANCISCA JAVIERA DEL VALLE
FRANCISCA JAVIERA DEL VALLE
Tomado del Decenario al Espíritu Santo
 
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! ¡Ven como Luz, e ilumínanos a todos! ¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que todos ardan en amor divino! Ven, date a conocer a todos, para que todos conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa que existe digna de ser amada.

Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente; ven como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo; ven como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones;  ven como suave rayo y como sol que nos caliente, para que se abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.

Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de placeres que tienen todos los corazones; ven como Maestro y enseña a todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber salido de nuestra ignorancia y rudeza.

Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.

Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la que ha de durar por los siglos sin fin. Amén.
               
Obsequio al Espíritu Santo para el día primero
El obsequio que hemos de hacer hoy a este Santo y Divino Espíritu es el que con entera voluntad nos resolvamos a amar a Dios, sólo por ser quien es, no por lo que nos da ni por lo que nos ha prometido, no; y que este amor sea desinteresado de tal manera que no nos mueva el amarle ni la virtud que da, ni la gracia que aumenta, ni los dones que regala, ni los hermosos frutos que ofrece, ni las dulzuras y consuelos con que deleita; que no le amemos ni por la amistad y trato familiar que Él tiene con los que así le buscan, ni por lo que endiosa y transforma, ni por los desposorios que con el alma celebra, ni por las bodas que realiza; por nada, sino por Él mismo, que es el Cielo de los mismos cielos, única cosa que existe digna de ser amada.

¡Oh qué fino y delicado es en el amor que tiene al que le ama con este amor desinteresado! Los cielos que crió para premio de los que le habían de servir, le parecieron poco a este apasionado amante.

Por eso se determinó que el premio que había de dar a los que con amor puro y desinteresado le amen, fuese dárseles Él mismo en posesión por amor en esta vida, haciendo de los dos amores un solo amor, para que, con el mismo amor, se amen y en el mismo grado los dos se correspondan.

¡Oh hasta dónde llega su infinita bondad para con nosotros sus criaturas! ¡Hasta querer darnos su amor para que con él le amemos!

Este amor le da el Espíritu Santo y este amor es con el que Dios quiere ser honrado.

Pidámosle a este Santo y Divino Espíritu y no cesemos de pedírselo hasta que le hayamos conseguido.

Segunda resolución: entrar dentro de nosotros y con energía arranquemos de nuestro corazón todo afecto que hallemos, grande o pequeño a cosas o a criaturas, y decir con firme resolución: Señor, desde hoy, y en lo que se refiere a amar, voy a vivir como si Vos y yo solos viviéramos en el mundo, seguros de que el Espíritu Santo nos dará la gracia que necesitamos para llevar a cabo nuestras resoluciones hasta exhalar el último suspiro. Así sea.

Obsequio al Espíritu Santo para el día segundo
La paz del alma, disposición necesaria para que el Espíritu Santo habite siempre en nosotros.

Es el Espíritu Santo muy amante del reposo y quietud; pero de ese reposo que siente el alma cuando no busca ni quiere otra cosa que a su Dios.

Cuando el alma está habitualmente en este reposo y quietud y sin otro deseo de saber, si no es cuál sea la voluntad de Dios para al punto cumplirla, entonces el alma goza de una paz inalterable, y cuando esta paz tiene el alma, viene a ella el Espíritu Santo y hace allí como su morada, y dispone y gobierna y manda como aquel que está en su propia casa.

Él manda y ordena, y al punto es obedecido. Mas cuando nos inquietamos y turbamos y con la inquietud perdemos la paz del alma, este Santo y Divino Espíritu se contrista grandemente; no porque a Él le venga algún mal, sino porque nos viene a nosotros. El Espíritu Santo no habita en el alma donde la paz no esté como de asiento; perdida la paz, no puede el Espíritu Santo habitar en nosotros, porque a la santidad de Dios la es como un imposible habitar donde no hay paz.

El alma sin paz está como inhabitada para oír la voz de Dios y seguir su llamamiento divino.

Por esto el Espíritu Santo no habita donde no hay paz, porque este Divino Espíritu, que siempre está es actitud de obrar, al ver al alma sin actitud para ello, se retira, y contristado, calla.

El Espíritu Santo quiere habitar en nuestra alma, con el único fin de dirigirnos, enseñarnos, corregirnos y ayudarnos, para que nosotros, con su dirección, enseñanza, corrección y ayuda, logremos hacer todas nuestras obras a la mayor honra y gloria de Dios.
Y sin este Divino Espíritu, ¿cómo vamos nosotros solos a saber dar gusto y contento a Dios, si el que comunica este gusto y contento de Dios es el Espíritu Santo, por ser Él la acción de Dios en el alma?

Y por esto bien le podemos llamar al Espíritu Santo, con toda verdad, el Dios familiar a nosotros; pues si la paz no puede habitar en nosotros, resolvámonos este día a que todo se pierda antes que perder la paz de nuestra alma, sumamente necesaria para lograr la habitual asistencia del Espíritu Santo, y con ella es seguro que poseeremos a Dios por amor en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad. Amén.

Obsequio al Espíritu Santo para el día tercero
La oración. Con ella, con qué gozo y alegría se vence uno a sí mismo en todo, por difícil que sea y por mucho que cueste el vencerse y mortificarse.

Mirad qué fácil le es al pajarillo el subirse a las altas enramadas y a los árboles frondosos y a dilatadas alturas con sólo dos alas que Dios le dio, y cómo cantan cuando luego de hacer su vuelo, se posan en el árbol, manifestando el placer y contento que les causa el volar.

También el alma mortificada tiene lo que el pajarillo, alas para volar; y, como él, también se posa en el árbol, y allí, alegre, manifiesta su contento.

Mirad; poned vuestros ojos en esas almas que ni quieren, ni buscan, ni desean cosa alguna ni del cielo ni de la tierra, sino a su Dios, de quien están viviendo enamoradas. Hallaréis pocas, pero las hay y las ha de haber hasta que el mundo se acabe.

Miradlas; cuando van a hacer uso de la mortificación, echan mano de la oración y del amor que tienen puesto en su Dios.

Como el pájaro, se remontan y suben a gran altura con sus dos alas. Con la oración y el amor que a Dios tienen, se elevan con estas dos alas sobre todo lo creado y hacen su vencimiento propio; y cuando acaban de hacerle, se posan en el monte Calvario, y allí, fijando su mirada, como si allí estuviera todavía el árbol de la Cruz y el dulce Jesús, Redentor Divino en ella, como castas palomas tienen sus arrullos con el amor de sus amores y con ellos manifiestan al amado de su alma que están dispuestas con grande alegría a usar de la mortificación y propio vencimiento, tan pronto como la ocasión se les presente.

Y se las presenta continuamente, porque cuando en sí no hallan en qué mortificarse y vencerse, lo hacen las criaturas, permitido y dispuesto por Dios.

Y cuando no hay alguna criatura que las mortifique, se encarga entonces Dios; y Dios lo hace, como quien es, grande en todo, demostrando con esto Dios al alma que quiere ser suya, que la mortificación ha de ser continuada, como lo es el latir del corazón.

Animémonos a ello, ya que otra cosa no tenemos que dar a nuestro amable Jesús. ¡Oh qué deseo tenía de dar la vida por nosotros!

Pues digámosle nosotros a Él: ¡Señor!, hambre y sed tengo de morir a mí mismo en todo, para no tener vida sino en Ti, para que, empezando en esta vida, continúe por los siglos sin fin. Así sea.
               
Obsequio al Espíritu Santo para el día cuarto
La mortificación para el que aspira a la santidad debe ser lo que la respiración para el cuerpo; si ésta falta, el cuerpo no puede tener vida; así nuestra alma, en lo que se refiere a la santidad que desea.

Tanto tendré de santidad cuanto tenga de mortificación, porque la santidad es todo lo contrario de lo que muchos creen; muchos miran y aprecian por santos al que tiene éxtasis, arrobamientos, visiones, revelaciones, dulzuras, consuelos y otras mil y mil cosas que siente el alma en la vida espiritual.

Nada de esto es necesario para llegar a una grande santidad.

La santidad se adquiere por la mortificación y en ella se perfecciona por la mortificación; a los muy mortificados suele Dios darles a gustar de estas cosas como para premiar su continuado trabajo.

Porque la mortificación continuada es el purgatorio en vida a la naturaleza rebelde; ya sabe ella que para gozar nos criaron.

Por eso nunca se logra el que se use de la mortificación y no cueste trabajo su uso.

En otras cosas se adquiere como hábito y costumbre y esto hace que no cueste; pero tratándose de mortificarse y vencerse uno a sí mismo, para con ello agradar a Dios, esto siempre cuesta.

Y por esto al continuado vencimiento en todo que el alma tiene, con el fin único de agradar a Dios, es el darle Dios estas cosas de dulzuras y consolaciones en premio.
Pero mirad, como os miráis en un espejo, en todos aquellos que han querido ser siempre fieles al Señor. Miradles cómo lloran y sienten y se avergüenzan cuando Dios les da a gustar estas cosas.

Cómo se valen de la misma prueba de cariño que Dios les da para obligarle a que nada de esto les dé.

Pues animémonos nosotros a imitarles en esto y a mortificarnos sólo por dar gusto a Dios con ello y manifestarle con esto nuestro amor puro y desinteresado, para lograr con todo ello el amor a Dios en esta vida y continuar amándole por los siglos sin fin. Así sea.
 
Obsequio al Espíritu Santo para el día quinto
Amar a nuestros prójimos puramente por Dios y como Dios nos manda que amemos y como El nos enseña.

Amar a nuestros prójimos por Dios es el estar atentos en todo a prestarles nuestros servicios, si en algo nos necesitan, sin poner nuestros ojos en ellos, con el fin de ver si es nuestro amigo o enemigo, si habla bien o mal de nosotros, si es agradecido o ingrato a nuestros favores; porque si lo hacemos puramente por Dios, Dios no se puede portar con nosotros mejor que se porta.

El atributo de su bondad siempre está ejecutando sus bondades con nosotros y nosotros, ¡con cuántas imperfecciones hacemos las obras que pertenecen a su santo servicio!

Y esta infinita bondad no se retrae de darnos en abundancia su gracia, sus virtudes, sus dones y sus frutos; no aspira sino a enriquecernos y se goza y se gloría en vernos cargados de sus tesoros divinos, y cuando Él nos ve llenos de estas riquezas, como si se honra -¿qué digo como si se honra?- se honra de veras en ello.

Y cuanto más nos da, más su infinita bondad quiere darnos.

Pues resolvámonos a amar desde hoy a nuestros prójimos puramente por Dios y como Dios nos manda amarles y como Él enseña.

Hemos de manifestar el amor a nuestros prójimos para cumplir bien el mandato de Dios, no con los afectos de nuestro corazón, que éstos son para Dios sólo, sino con las obras, gozándonos, con toda nuestra alma y corazón, cuando vemos que los demás le alaban, le honran, y le engrandecen, y no sacar nunca alguno de sus defectos, con lo que manifestamos lo aborrecible que nos es el que les alaben y ensalcen.

Esta conducta nuestra contrista grandemente al Espíritu Santo y se da por ofendido.

Y así como quiere que nos gocemos en sus alabanzas, así quiere que nos apenemos y de alma y corazón sintamos su deshonra y menosprecio. Resolvámonos desde hoy a observar esta conducta con nuestros prójimos y daremos con ello placer y contento a Dios, que tanto se goza en que demos frutos de vida eterna. Así sea.

Obsequio al Espíritu Santo para el día sexto
El obsequio que hemos de hacer este día al Espíritu Santo es poner por obra y con resolución verdadera los medios de lograr nuestra santificación.

¿Cuáles son? Ya lo sabemos: el propio vencimiento y la propia mortificación.

Difícil de practicar; pero si os resolvéis a entrar de lleno en la vida interior, allí, en la escuela, donde tenemos por Maestro al Espíritu Santo, con Él, ¡oh qué fácil es todo!
Porque apenas nos ve cobardes, Él arenga al alma de una manera tal que el oírle es encenderse el alma en deseos de emprender aún lo más difícil y con ánimo varonil entra en batalla consigo mismo y con aquel valor con que lucha, negando a sus apetitos lo que piden, sale vencedor en todo.

Y mirad el premio que le dan por haber luchado y vencido a todos sus apetitos y de todos ellos salir vencedor; dan a todos los que así luchan y vencen un premio regalado, no merecido; porque este premio, que es un don de Dios, jamás el alma podía ponerse en condiciones de merecerle.

Pero es tal el contento que le damos cuando así luchamos y vencemos, que por premio nos dan la grande ayuda para luchar y vencer y con ella queda siempre Satanás vencido y derrotado, y este premio que nos dan y este don que nos regalan es un modo de orar sin interrupción, que no impide tenerle, ni el sueño, ni el recreo, ni el hablar con nuestros prójimos, ni el comer, ni el trabajar, sea cual fuere nuestra ocupación, con cosa alguna es interrumpida, y con ella se adquiere el trato familiar que Dios con el alma tiene.

Mirad si queda nuestro trabajo bien pagado con lo que nosotros jamás podemos merecer y tan gratuitamente nos lo dan.

En esta escuela del Espíritu Santo se llama a esta oración el latir del corazón divino, por ser la ocupación continua de este corazón amante.

Con ella glorificaba a Dios su Padre continuamente, empleando su oración en la salvación de todo el género humano.

Pues trabajemos con nosotros mismos hasta darnos completa derrota, para que nos sea regalado este don.
Y una vez que nos le den, sea también el latir de nuestro corazón la salvación de toda la raza humana, y entre nuestro Dueño y Señor en amistad con nosotros y jamás la perdamos; y habiendo empezado en esta vida, dure por los siglos sin fin. Así sea.

Obsequio al Espíritu Santo para el día séptimo
Hacer firme propósito de no buscar cosa alguna que huela a consolación, sino hacerlo todo por sólo servirle y darle contento a Dios.

Es también un poco difícil el hacer las cosas y no buscar algún consuelillo en ellas; porque todo nuestro ser sabe que para gozar y sólo para gozar fuimos criados; pero, pobrecillos nuestros primeros padres, Adán y Eva, los engañó y sedujo Satanás.

Pero esto no lo sintamos, porque nos remedió el Señor nuestro Dios ante el mal con inmensas ventajas. Entrad en la vida interior y veréis qué comparación hay entre lo antes prometido y lo que ahora nos es dado. Mirad lo que quiere y desea que hagamos el Espíritu Santo.

El que hace esto, da a Dios un grandísimo contento y a nosotros nos atrae grandes ventajas.

Mirad; poned vuestros ojos y corazón en no cometer faltas deliberadas o a sabiendas, como yo digo; y no dar a nadie, ni a persona, ni a cosa, algún afecto del corazón, por pequeño que él sea.

Y después de hacer esto, os sentís en la oración con sequedad y vais a Misa con sequedad y comulgáis con sequedad y hacéis todo con sequedad, y los vencimientos que Dios os pide los hacéis costándoos mucho, pero si los hacéis, aunque sea llorando, por lo mucho que cuestan, no temáis.

Al menos yo bien de ello he llorado, porque me quería vencer y no podía vencerme; pero, al fin, lo hacía.

Siempre que os examinéis y no halléis faltas deliberadamente cometidas, no temáis; yo, si os viera y tratara, por esta sequedad os daba la enhorabuena; porque el hacer las cosas que pertenecen al servicio de Dios en sequedad, es señal inequívoca que a sólo Dios buscamos y que por puro amor a Él lo hacemos.

Esto bien nos lo enseñan que es así en esta escuela divina, donde el Maestro es el mismo Dios.
¿Y quién mejor que Él sabe lo que le agrada y desagrada, lo que es mejor y lo que no es tan bueno, y lo que de suyo a nosotros nos aprovecha o daña? ¿Quién mejor que Él para saberlo?

Cuando el consuelo nos mueve a hacer las cosas del servicio del Señor, creedme, no buscamos ni nos movemos a hacerlo por Dios: nos mueve a ello nuestro amor propio y lo hacemos buscándonos a nosotros.
Pues a echar a un lado los goces; que para gozar, una eternidad de sólo goces nos está preparada; a padecer y más padecer por amor de Aquel que dio la vida por nosotros. Así sea.
           
Obsequio al Espíritu Santo para el día octavo
El obsequio que hemos de hacer este día al Espíritu Santo, es no desconfiar jamás de Dios, ni entregarnos al desaliento; porque es el camino trazado por Satanás para llevar las almas a la desesperación.

Nunca la deis entrada en vuestro corazón a la desconfianza y al desaliento; mirad a Judas en qué vino a parar por entregarse al desaliento. Y mirad a Pedro lo que fue por la confianza en Dios.

¿Por qué le llamó nuestro dulce Jesús a Judas, amigo, y a ninguno llamó con este nombre sino a él? Fue para alentarle a la confianza en Él.

¡Oh si Judas en aquel momento que el Señor le llamó amigo hubiese reconocido y llorado su pecado! ¿Creéis que Judas se hubiera desesperado y por lo tanto condenado? No.

Nuestro Maestro inolvidable, hablándonos de la grande falta que cometemos, cuando de Él desconfiamos, nos dice: que Judas, si hubiera ido a Jesucristo, confiando en Él que le perdonaría su pecado, no sólo le hubiese perdonado, sino que le hubiera tenido siempre como amigo y con obras le hubiera mostrado el título de amigo que le dio.

Pero Jesucristo solo no pudo salvarle; porque Dios que nos crió sin nosotros, nos dice ese sapientísimo Maestro que no nos salvará sin nosotros.

Y ésta es otra prueba más del amor que nos tiene, por habérnoslo así manifestado. Porque sabiendo Dios, como sabe, lo astuto que es Satanás y lo que trabaja para que de Dios desconfiemos y no acudamos a Él, así cuando pecamos y le ofendemos, como cuando le damos gusto y contento en todo, ¿qué es lo que quiere Dios que hagamos? Siempre ir a Él con la misma confianza.

Pues qué, ¿nos ama menos Dios que nos ama nuestra madre? Mirad: siempre nos mira Dios como niños; porque siempre en lo que a Él se refiere, como niños obramos.
Cuántas veces en nuestra niñez nos advertía nuestra madre: mira, no hagas tal cosa, que te vas a hacer daño; mira que te pego si haces tal cual cosa. ¿La hacíamos? Y al pie de la letra nos sucedía lo que nuestra madre nos había dicho.

Y ¿qué hacíamos? Pues gritar, y más gritar, llorar y decir: madre..., madre. Y si el daño que nos hicimos fue grave, ¡cuántos ayes dábamos a nuestra madre!, y no fiábamos ni de nosotros mismos, ni de nuestros amigos, ni de vecinos, ni de parientes, porque sabíamos que más que todos nos ama nuestra madre.

Así en lo espiritual. Aunque nos pegue y nosotros lo sepamos, clamamos por nuestra Madre. Y nuestra Madre, ¿qué hace entonces? Ni aun nos castiga. Porque viendo el grave daño que tenemos, pone sus ojos en curarnos y nada más. Y con título amoroso nos demuestra lo mucho que nos ama y lo que siente nuestro daño.

Pues si Judas, en lugar de desconfiar y entregarse al desaliento, como tierno niño que llama a su madre, hubiera llamado y pedido el perdón a Dios, Dios con entrañas que tiene más amorosas que las de una madre, le da su gracia, le ayuda con ella al arrepentimiento y dolor y todo quedaba remediado; Dios satisfecho y Judas en la amistad y gracia de Dios otra vez.

¡Oh, cuánto se apenó Jesucristo por no haber Judas observado esta conducta! ¡Pues no le apenemos también nosotros! ¡No nos entreguemos a la desconfianza y desaliento! Llamémosle siempre que cometamos imperfecciones, faltas y aun pecados graves.

Que Él, con su gracia y con su ayuda, remedia todos nuestros males, y quedamos tan perfectamente curados, como si nada nos hubiera ocurrido. Y observando siempre esta conducta, seguros estamos de poseer a Dios por los siglos sin fin. Así sea.

Obsequio al Espíritu Santo para el día noveno
El obsequio muy agradable al Espíritu Santo es hacer todas las cosas en verdad y con verdad, y según le gusta a Dios que las hagamos. Y una de las cosas hechas y dichas en verdad y con verdad es que ni alabemos, ni vituperemos, ni deseemos, ni rechacemos cuando en todo ello no echemos de ver la verdad. Alabar con verdad es cuando alabamos a los Santos beatificados por la Iglesia. Esto lo quiere Dios y es muy de su agrado.

Pero alabar a los que entre nosotros viven, porque les veamos favorecidos de Dios, esta alabanza no es dada según verdad.

Porque si se quiere alabar lo que se ve bueno en uno, alábese a Dios, que es el que se lo da y no se alaba a aquel a quien se lo dan.

En esto hemos de hacer lo que hacemos cuando vemos a un pobre vestido por la caridad de un rico; que luego los unos y los otros decimos cuando al pobre le vemos: Mira, ese traje y todo lo que lleva ese pobre se lo dio don Fulano, y nombramos a ese caritativo. Y con esto hacemos una cosa, según verdad.

Porque si en lugar de alabar al que se lo dio alabamos al que lo recibió, si nos lo oye una persona de buena inteligencia y sensata, nos diría, y con sobrada razón: ¿Por qué no alabas al que se lo ha dado y no al pobre que lo ha recibido? ¿No ves que eso no está bien y, por tanto, no se debe hacer?

Tampoco nos hemos de angustiar cuando nos vituperan, ni hemos de desear que nos alaben, porque tampoco en ello hay verdad.

Ver a uno hacer una cosa que está bien hecha y es razonable que así lo haga, y que al que lo hace le alabamos y le tenemos por santo.

Sepamos todos que con esta alabanza hacemos el oficio de Satanás. Y es que todos los hijos de Adán tenemos una tendencia a la vanidad, como natural en nosotros, que todos hemos de hacer lo que podamos por arrancarla. Y que esto es verdad, vedlo en todos; alabad a uno, nunca por ello se pierde la amistad.

Decid a uno lo que decimos a un enfermo: mira que no estás bien; te he notado esto y esto, que son síntomas de enfermedad; él no se resiente, pero decirle que tiene tal y tal defecto, veréis si pierde o no la amistad.

¿Qué es esto sino efecto de la vanidad que reina en nosotros? Pues ni alabemos ni queramos ser alabados, y habremos dado un paso por el camino de la verdad.

Y si queréis alabar, alabad a Dios, que es el que nos da cuanto de bueno tenemos, y con esto habremos hecho una cosa muy del agrado del Espíritu. Así sea.
 
Obsequio al Espíritu Santo para este día décimo
Hemos de prometer este día al Espíritu Santo el guardar, conservar y trabajar cuanto nos sea posible, porque nadie nos puede arrebatar estas virtudes Divinas.

Entre las criaturas ninguna sabe, como lo sabe Satanás, lo que valen estas virtudes.

Siempre anda como cazador, sin descanso en su busca, a ver si las puede cazar.

Cuando él se gloría mucho con la caza que coge, es cuando lo hace por las soledades, porque anda en acecho por la soledad.

Si hace presa, seguras tiene las tres. Pone como blanco la fe, y como ésta hiera, seguras tiene las otras dos; porque las heridas en la fe son de muerte.

Si hiere con su flecha infernal a la esperanza o a la caridad, no se gloría tanto con su caza; porque estas heridas sanan pronto.

Pero si hiere en la fe, como esta herida es mortal, ¡cuánto se regocija en ello! Estas virtudes forman las tres como un solo árbol. La raíz y el tronco, es la fe; las ramas, son la esperanza; los frutos, la caridad.

Si cortan las ramas, con su corte queda el árbol sin ellas y sin fruto; pero el árbol no desaparece, porque como existe la raíz y el tronco, pronto echa otra vez las ramas y éstas vuelven a dar frutos.

Pero si lo que quitan del árbol es el tronco o la raíz, pierde las ramas y los frutos de ellas, el árbol desaparece; porque quitados el tronco y la raíz, las ramas y los frutos mueren.

¡Almas consagradas a Dios en las soledades del claustro, que tanto aprecio y estima hacéis de lo que llamáis visiones y revelaciones! Haced más aprecio y estima de un acto de fe, que de todas las visiones y revelaciones; creed ciegamente las que Dios tiene reveladas a su Iglesia, y las que la Iglesia aprueba, y ninguna más.

Y con esto habremos dado un grandísimo consuelo al Espíritu Santo. Así sea.
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