Martes, 16 de abril de 2024

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Formarse para ser portavoces del Verbo

por Corazón Eucarístico de Jesús

Al servicio de Jesucristo, Verbo de Dios, hemos de poner todo cuanto somos y las capacidades de nuestra alma: inteligencia, voluntad y afectos. Todo al servicio del Verbo.
 
La buena voluntad no basta, porque se puede dejar llevar de iluminismos, o de la subjetividad, o de ideologías que sin analizarse a fondo, aparentan ser cercanas o impactantes. Con la buena voluntad no se vive.
 
 
La razón-inteligencia ha de cultivarse y ponerse también al servicio de la Palabra y así el estudio, la formación cultural, serán recursos indispensables pensando en el mundo con el que hemos de hablar y al que hemos de anunciar. Tengámoslo claro: la formación sólida es imprescindible, y no se puede suplir por la buena voluntad o por la piedad (mejor, por el pietismo).
 
Un discurso del papa Benedicto XVI a los seminaristas les orienta el camino que hay que recorrer; pero es claramente extensible tanto a los sacerdotes ya ordenados como a los laicos que tomen en serio su apostolado seglar. Decía el Santo Padre:
 
 
"La formación del sacerdote requiere integridad, plenitud, ejercicio ascético, constancia y fidelidad heroica en todos los aspectos que la constituye; en el fondo debe haber una sólida vida espiritual animada por una relación intensa con Dios a nivel personal y comunitario, con especial cuidado en las celebraciones litúrgicas y en la frecuencia de los sacramentos.
 
 
La vida sacerdotal exige un creciente anhelo de santidad, un claro sensus Ecclesiae y una apertura a la fraternidad sin exclusiones ni parcialidad. Del camino de santidad del sacerdote forma parte también su decisión de elaborar, con la ayuda de Dios, su propia inteligencia y empeño, una verdadera y sólida cultura personal, fruto de un estudio apasionado y constante.
 
 
La fe tiene su propia dimensión racional e intelectual que le es esencial. 
 
 
Para un seminarista y para un sacerdote joven que se esfuerza en el estudio académico, se trata de asimilar la síntesis entre fe y razón que es propia del cristianismo. El Verbo de Dios se hizo carne y el presbítero, verdadero sacerdote del Verbo Encarnado, de ser cada vez más transparencia, luminosa y profunda, de la Palabra eterna que se nos ha dado.
 
 
Quien es maduro también en esta formación cultural global, puede ser más eficazmente un educador y promotor de aquella adoración 'en Espíritu y verdad' de la que habla Jesús a la samaritana (cf. Jn 4,23).
 
Tal adoración, que se forma por la escucha de la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo, está llamada a ser, sobre todo en la liturgia, el rationabile obsequium, del cual nos habla el apóstol Pablo, un culto en el cual el hombre mismo, en su totalidad de un ser dotado de razón, se convierte en adoración, glorificación del Dios vivo, y que puede ser alcanzada no conformándose a este mundo, sino dejándose transformar por Cristo, renovando la forma de pensar, para poder discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12,1-2)...
 
Queridos amigos, la Iglesia espera mucho de los jóvenes sacerdotes en la obra de la evangelización y de la nueva evangelización. Os animo para que en el cansancio cotidiano, enraizados en la belleza de la tradición auténtica, unidos profundamente a Cristo, seáis capaces de llevarlo a vuestras comunidades con verdad y alegría” (Benedicto XVI, Discurso al Colegio Capránica, 20-diciembre-2011).
 
Ya que la fe es esencialmente razonable, el uso de la razón debe cultivarse y ponerse al servicio de la Palabra. Desde luego una formación teológica, doctrinal, pero también una formación humana, cultural, etc., lo más amplia posible, no por mera erudición, sino como herramientas de evangelización al servicio de la fe.
 
El reto es asumir que la formación es imprescindible. Y si lo queremos formular en un axioma: "cuanto más se lea, mejor". El objetivo para todos: llegar a una síntesis entre fe y razón, adquirir una formación cultural global.
 
 
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