Director del Colegio Abat Oliba Spínola, en Barcelona, reflexiona sobre acogida y hospitalidad
Cabanes: «No acogemos solo por el otro o porque seamos buenos, sino por nuestra propia necesidad»
Jordi Cabanes tiene una vida fascinante. Es historiador y profesor, y actualmente dirige el colegio Abat Oliba Spínola, en Barcelona. Con su mujer tiene ocho hijos -seis biológicos y dos acogidos-, y desde hace casi dos décadas comparten su vida con otras ocho familias en un pueblecito de Cataluña, acogiendo a todo el que lo necesita.
-Tu vida comienza con una acogida.
-Sí, soy adoptado, y me gusta contarlo porque ha sido un gran bien en mi vida. Nací en Asturias, a finales de los 60, y me adoptó una familia catalana. Me siento hijo de dos amores: el de mis padres adoptivos y el de mi madre biológica, tan generosa que -en lugar de abandonarme o adoptarme- me dio a otros que me pudieron cuidar mejor.
-¿De joven ya pensabas en adoptar o acoger?
-Siempre lo vi como una posibilidad. Ocurrió que mi mujer y yo, cuando éramos novios, disfrutamos de una experiencia de conversión. Descubrimos la Iglesia y entramos de pleno en ella. Enseguida nos casamos y empezamos a tener hijos. Aunque la adopción se fue retrasando, teníamos una inquietud.
-¿Cuál?
-Con unos amigos decíamos "Ser católicos es muy chulo, pero ¿cómo lo hacen los católicos para educar a sus hijos?". Decidimos hacerlo juntos, y alquilamos una masía, una casa de campo. Al principio éramos dos matrimonios, pero invitábamos a amigos y se iban quedando… De esto hace como 18 años; ahora somos nueve familias, y entre todas tenemos 36 hijos.
-¿Cómo es vuestra vida en comunidad?
-Hemos descubierto que es muy difícil vivir la fe en solitario; para los que somos débiles es más fácil en comunidad, porque nos apoyamos los unos a los otros. Al principio íbamos a la masía durante las vacaciones: el centro eran -y siguen siendo- los momentos de oración y las comidas. Pertenecemos a un movimiento de la Iglesia, Comunión y Liberación, también conocido como "Comidas y Licores"... ¡y efectivamente, lo practicamos! Todas las comidas son a una voz: uno habla y los demás escuchan. Así disfrutamos todos del cumplimiento de la promesa de Cristo: que cuando nos reunimos en su nombre, Él se hace presente.
-De las vacaciones, la experiencia pasó al día a día.
-Sí. El momento fundacional sería al venir todos a vivir al pueblo. Cada uno tenemos nuestra casa -no renunciamos a la soberanía de cada familia-, pero estamos muy cerca unos de otros: a mis hijos los lleva al colegio un amigo; si alguien necesita dinero, otro se lo da… Nuestra aspiración es vivir igual de lunes a domingo. Y todas estas familias, gracias a sentirnos acogidos por la Iglesia y por los demás, nos hemos abierto a una acogida más general. Ahora casi todos los que vivimos aquí tenemos también hijos de acogida. Nosotros tenemos dos, que -si Dios quiere- adoptaremos cuando sea posible.
-No es la única acogida que practicáis.
-Es verdad. Tanto en la masía -a donde seguimos yendo en vacaciones- como en casa practicamos otro tipo de acogida, que también es muy cristiana: la hospitalidad. Cualquiera que llegue puede comer, dormir y charlar con nosotros. En nuestra casa, además de nuestros hijos acogidos, siempre hay alguien más: un amigo que no tiene sitio para dormir, una madre soltera que necesita refugio porque su pareja le pega… ¡Nunca sé cuánta gente va a comer o cenar en casa!
-Para ti, ¿qué significa "acoger"?
-Fundamentalmente, acoger es responder a lo que te encuentras. Nosotros no acogemos porque seamos buenos; ni siquiera por la necesidad del otro -aunque este es un factor muy importante-, sino por nuestra propia necesidad. Parece una afirmación egoísta, pero todos necesitamos sentirnos acogidos, y el mejor modo de recibir amor es amando.
-¿Cómo decidís a quién acogéis?
-Si vives en la realidad, no hace falta salir a buscar la acogida: las experiencias van saliendo constantemente. Yo en el colegio, mi mujer en el hospital… Si estás abierto, te ofreces. La acogida es siempre una respuesta a un desafío; es una vocación, en el sentido etimológico. A veces llego a casa y veo que alguien ha invitado a otro a cenar, para que le acompañemos, y pienso "¡Qué palo!"... pero jamás me he arrepentido de decir "Sí". Me he ido a dormir más cansado, sí, pero más contento. Además, la experiencia humana es que siempre acabarás cansado, así que solo hay dos opciones: cansado y satisfecho o cansado y jodido.
-¿La acogida tiene un límite?
-Tiene que ser directamente proporcional a tus fuerzas. Si acoges solo por compasión, es contraproducente. Acoger es difícil y cansa, pero si compartes tu vida codo con codo se hace más confortable. ¿Sabes aquello de "Dios no te manda problemas que no puedas soportar"? Nosotros creemos que Dios no te manda problemas que tus amigos no puedan soportar. Y la acogida tiene otro límite: requiere, necesariamente, un camino educativo. Tú acoges con paciencia, pero no a fondo perdido. Cuando uno es acogido en su necesidad, de algún modo también tiene que acoger. Y lo determinante no es el pecado que pueda cometer, sino la perseverancia, volver a empezar. Sin camino educativo, no hay acogida, hay condescendencia, y esto es malo.
Aquí puedes ver cómo es la fascinante vida del profesor Cabanes en un pueblecito.
-¿Acoger al hermano es acoger a Cristo?
-Sí, y en el Evangelio se dice aquello de "Tuve sed y me disteis de beber…", pero el cristianismo no acaba ahí. Cuando acogemos, también somos Cristo mismo acogiendo. El mérito del hombre es hacerse transparente a la acción de Cristo. Y no es magia, es puro realismo: yo solo puedo aguantar a la humanidad si Cristo me cubre las espaldas, si está "on my six", como dicen los marines. Y es que en la acogida hay un esfuerzo, pero el resultado es una pasada: experimentas el amor bidireccional. Hay que ser prudentes -no todas las acogidas salen bien, no todos los enfermos se curan-, pero si lo vives con gratuidad, la respuesta humana es una pasada. Yo -lo siento- no acojo porque tenga una deuda, sino porque me renta. Es un ingreso, no un gasto.
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