Jueves, 25 de abril de 2024

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Es imposible demoler la Iglesia. San Juan Crisóstomo

Es imposible demoler la Iglesia. San Juan Crisóstomo

por La divina proporción

Con el Sínodo de la Familia a menos de dos meses, creo que es interesante reflexionar sobre las consecuencias que puede tener en la Iglesia. Hay quienes están convencidos que el Sínodo nos llevará a un cambio radical en determinados aspectos de la Doctrina, como es la disciplina y significado de los sacramentos. Los hay más entusiastas y quisieran una serie de sínodos para ir desmantelando las bases de nuestra fe. Ayer leía a una persona que clamaba por abolir la doctrina del pecado original y hacía referencia a un nuevo sínodo que se encargara de ello. 


Es interesante ser consciente de la fortaleza de la Iglesia. La fuerza de la Iglesia se debe a su realidad sobrenatural no al empeño que pongamos en defenderla. Defender a la Iglesia es un bien para nosotros, porque nos une y nos permite determinar quien forma parte de la Iglesia y quien va de paso mientras busca como imponernos “otra iglesia” a su medida. 

Nada hay comparable a la Iglesia, no me hables de bastiones y de armas, los bastiones se carcomen con el tiempo, pero el tiempo no puede envejecer a la Iglesia, los muros de los bastiones son atacados por los bárbaros, pero contra la Iglesia, nada puede, ni el mismo Satanás. 

Muchos fueron los que la atacaron, todos perecieron, pero la Iglesia se levanta hasta el Cielo, ésta es su grandeza. Vence cuando le ponen esposas, brilla cuando la humillan, recibe muchas heridas pero no sucumbe, su nave se ve zarandeada por las olas, pero nunca naufraga. La sacuden muchas tempestades más no se hunde, lucha y combate sin conocer la derrota. 

¿Por qué permite Dios esta lucha contra su Iglesia? Para que sea más gloriosa su victoria. Nada, nada hay más fuerte que la Iglesia. Es tu esperanza, tu salvación, tu refugio, es más alta que el cielo y más ancha que la tierra. No envejece siempre es joven, por esto la Escritura la llama monte, para que sepamos cuan fuerte es. La llama virgen porque es intacta, y la llama reina porque su brillo y adorno son supraterrenos. Y la llama madre porque cuenta los hijos por millones. (San Juan Crisóstomo, Hom. De capt. Eutropio , 6) 

Hablar de una Iglesia “antigua” que debe modernizarse, conlleva una peligrosa falta de fe y confianza en Dios. Implica creer que un grupo de personas pueden recrear la obra directa de Dios. La Iglesia no se carcome con el tiempo ni se desmantela como un edificio. Por mucho que reciba heridas dolorosas, la Iglesia sigue adelante. 

El maligno es astuto y procura hacernos sufrir haciéndonos creer que unas cuantas personas podrían transformar a la Iglesia según sus deseos, pero esto es imposible. Siempre existirá la misma Iglesia que hemos heredado de los primeros Padres de la Iglesia. En los medios de comunicación nunca saldrán los sacerdotes, obispos y fieles que siguen fieles a la Tradición entregada por Cristo a los Apóstoles. Bueno, la verdad es que salen para ser insultados y ridiculizados, pero esto no tiene más importancia. Ya Cristo nos comentó que esto pasaría en diversas partes del Evangelios. Cristo nos legó una serie de indicaciones muy precisas, ligadas a la última de las Bienaventuranzas: 

Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. 

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un cajón de medidas, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. 

No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el Reino de los Cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el Reino de los Cielos.

Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. (Mt 5, 11-20) 

En un momento en que la misericordia parece ser lo único importante, es bueno recordar que Cristo nos llama a ser justos. Misericordia y justicia son dos caras de la moneda del amor. Si nos quedamos una de las caras, la moneda que entregamos es falsa. 

Cristo quiso forjar la Iglesia a partir de las 12 columnas que son los Apóstoles. Un Apóstol por cada tribu de Israel. De ellos uno fue el traidor que mostró que dentro de la Iglesia siempre hay traidores que dan más importancia a sus intereses personales, políticos o al poder que conlleva el dominio de los demás. 

Después del sufrimiento que Judas produjo, el Espíritu Santo llega para dar nuevas fuerzas y ánimos. Nuestra esperanza y confianza están en Dios, no en los seres humanos que componemos la Iglesia. Seguiremos adelante más fuertes y con más esperanza.

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