Jueves, 28 de marzo de 2024

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Eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. San Ambrosio

Eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. San Ambrosio

por La divina proporción

Vivimos en una Iglesia llena de tendencias, grupos y sensibilidades. Una Iglesia en donde la comunicación y la postmodernidad han hecho que desaparezca la apariencia monolítica de otros tiempos. Parece que cada vez somos menos y nos llevamos peor unos con otros. Todo esto puede entristecernos y hasta deprimirnos, pero reflexionemos un poco.


Si Cristo dijo: muchos son los llamados y pocos los escogidos (Mt 22, 14). Si Cristo vio como muchos discípulos se alejaban y preguntó a sus Apóstoles ¿También vosotros queréis marcharos? (Jn 6, 67). Si Cristo dijo a Pedro: ¡Quítate de mí vista, Satanás! (Mt 16, 23). ¿Por qué nos parece que hoy en día todo se derrumba? Cristo nos pide que rememos mar adentro, echemos las redes y tengamos confianza en El. Esto conlleva soledad, humildad y sencillez.

¿Cuáles son las redes que Cristo manda a los apóstoles de echar al agua? No es el conjunto de las palabras, los discursos, la profanidad de los argumentos que no dejan escapar a los que se han quedado en sus redes. Los instrumentos de pesca de los apóstoles no hacen perecer a la presa sino que la conservan, la salvan de los abismos y la sacan a la luz, conduciéndola de los fondos bajos hacia las alturas...

 “Maestro, dice Pedro, hemos estado toda la noche faenando y no hemos cogido nada, pero puesto que tú lo dices, echaré las redes.” Yo también, Señor, sé que para mí es de noche si tú no me guías. Todavía no he convertido a nadie por mis palabras, todavía es de noche. He hablado el día de la Epifanía; he echado las redes y no he pescado nada. He echado las redes de día. Espero que tú me mandes echar las redes. A tu palabra la volveré a echar. La confianza en uno mismo no vale nada mientras que la humildad es fecunda. Los apóstoles, que hasta entonces no habían pescado nada, a la voz del Señor, capturaron una gran cantidad de peces. (San Ambrosio de Milán. Tratado sobre el evangelio de San Lucas, IV, 71-76)

Algunas personas dicen que está renaciendo la Iglesia y tienen razón. Como en todo nacimiento, hay dolores de parto. La Iglesia que renace no es una Iglesia de multitudes y de apariencias. Es una Iglesia pequeña, sencilla, coherente y activa, como indicó un joven Joseph Ratzinger en 1970. No muere una Iglesia para que aparezca otra, porque esto conlleva discontinuidad. La Iglesia verdadera se hace presente en el mundo, mientras que la Iglesia aparente se va diluyendo en el mundo.

¿Qué pasará con la iglesia de los show media, La iglesia de la emotividad sin juicio, la iglesia del activismo sin entendimiento? Se irá integrando en la sociedad que la acoge con los brazos abiertos para utilizarla como herramienta para la voluntad del ser humano. Las redes que debemos utilizar para la evangelización no son “el conjunto de las palabras, los discursos, la profanidad de los argumentos que no dejan escapar a los que se han quedado en sus redes”. Los instrumentos del hombre no pueden llevarnos hacia la vida eterna. Los instrumentos de Dios, la medida de Dios, es la que realmente nos salva.

En el Apocalipsis hay una expresión que siempre me ha intrigado. Viene justo antes de indicar el número de la bestia. Dice lo siguiente: Aquí hay sabiduría. El que tenga entendimiento, cuente el número de la bestia; porque es el número de hombre: y el número de ella, seiscientos sesenta y seis. (Ap 13, 18)

¿Qué puede significar “número de hombre”? Se puede entender de muchas formas, pero cada vez me parece más claro que usar la “medida del hombre” para medirnos a nosotros mismos, nos lleva a la esclavitud del relativismo. El olvido del sentido de “lo sagrado”, que es la medida de Dios, el número de Dios, la Divina Proporción, no nos puede llevar por el camino de salvación. Olvidar a Dios y nos lleva irremisiblemente al agnosticismo cristiano, a la fe socio-cultural y a integrarnos en el cómodo y cálido relativismo.

Hace un par de días leía a un amigo que decía que Dios quiere que no juzguemos y que sólo los que no juzguen, no serán juzgados y entrarán en el Paraíso. ¿Qué quieren que les diga? Me acordé del versículo de Apocalipsis el Mensaje del Ángel a la Iglesia de Laodicea: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque dices: Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad; y no sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo” (Ap 3, 1517) ¿Quién puede desear no ser juzgado por Cristo cuando su justicia es la que nos da sentido y después se derrama en misericordia? Quien se cree digno de no ser juzgado por Cristo es rico en sí mismo, no necesita de Cristo ni de los demás. Para su tristeza, será igualmente juzgado

Como dice San Ambrosio de Milan: “Espero que tú me mandes echar las redes. A tu palabra la volveré a echar. La confianza en uno mismo no vale nada mientras que la humildad es fecunda.

Esta es la iglesia que se va haciendo mundo y olvida el Reino de Dios. Reino que no es de este mundo, no se atiene a sus relativizaciones ni a sus complicidades. ¡Venga a nosotros Tu Reino, Señor!

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