Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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En torno a los derechos, la libertad y la verdad

por Corazón Eucarístico de Jesús

En la cultura en que vivimos, cuyas raíces están en la modernidad, se han ido produciendo cambios fundamentales que han creado una mentalidad ampliamente extendido y bien enraizada. En ella, los conceptos han sido transformados y han pasado a significar otra cosa bien diferente; asimilados así estos conceptos, las consecuencias no se han hecho esperar.
 
 
La cultura vigente es laicista (y bastante beligerante), donde Dios está excluido y sólo existe el hombre. Éste es el poseedor absoluto de todo y la fuente misma de todo, aunque entre en conflicto con otros hombres, en las relaciones sociales. La Verdad ha sido suplantada por el vacío y cada cual puede presentar su opinión, su idea, como válida junto a tantas otras. Ha triunfado el subjetivismo. Todo es relativo, nada hay absoluto.
 
La moral -la ética según el lenguaje laicista y los valores- tampoco poseen una fuente objetiva, verdadera. Ahora la moral surge de la propia persona que crea sus propias normas morales, determinando cada cual lo que es bueno y lo que es malo. Así se comprende que el aborto haya tomado carta de ciudadanía o la eutanasia o el divorcio o el pansexualismo: nada existe bueno en sí mismo o malo en sí mismo, sino que es el sujeto el que lo determina. El único límite teórico es no hacer daño al otro, o no molestar al otro, colisionando con él, pero el "lenguaje de la tolerancia" en lo moral lleva, inevitablemente a chocar: ¿no se hace daño al embrión o al feto al asesinarlo? Y como este caso palpable, muchos otros ejemplos se podrían poner.
 
La misma concepción de la persona, fruto del relativismo, ha llevado a que los "derechos" del hombre, fruto del reconocimiento de su naturaleza humana y su dignidad creada, se convierten en "derechos de los ciudadanos", que no son objetivos y reconocibles, sino que se inventan o se crean legislando en falso. De esta manera los derechos son creados según las ideologías dominantes, desfigurando al hombre mismo. ¿Puede haber un derecho al aborto, es decir, un derecho a asesinar? Esa mentalidad ha influido tanto que todos argumentan según "hipotéticos derechos", y todos tienen derecho a todo.
 
Las grandes palabras talismanes, "libertad" y "tolerancia", recubren el vacío de lo que se vive. La libertad es la absoluta capacidad de decisión para el bien, pero aquí ya se confunde con el rechazo a toda ingerencia, ley, orden o bien común. La libertad se ha convertido en un bien absoluto pero sin contenido real. La "tolerancia" encubre el relativismo, pues al dar todo igual, y no haber nada bueno ni verdadero, todo debe ser respetado. Ya los "tolerantes" se encargarán de poner límites a esa tolerancia por los elementos políticamente correctos: se es tolerante con todas las religiones, pero intolerante con el cristianismo, por ejemplo. Se es tolerante con grupos rebeldes y socialmente inadaptados ("indignados") pero intolerante con quienes reclamen la posibilidad de un orden y convivencia sociales pacíficos.
 
Lo que hay de fondo, volvamos al principio, es la exaltación del hombre como ser supremo, sin cortapisas, pero al arbitrio de sí mismo, esclavo de sus pulsiones y deseos, que a nadie da cuentas de su vida. Cada hombre dispone de su vida sin referencia alguna ni a la verdad ni al bien, sino según su propio pensamiento. También puede llegar a disponer de la vida de los demás. Sus deseos son derechos. Cada uno crea su verdad -en el fondo, opinión o ideología- entrando así en un mundo relativista y nihilista: todo está en función del bienestar absolutamente terrestre, un bienestar que hay que conseguir a toda costa. No nos equivoquemos: es el materialismo más despiadado.
 
Pensemos en las palabras que Ratzinger escribió respecto de la libertad:
 
"por libertad se entiende hoy generalmente la posibilidad de hacer todo lo que se quiera y solamente lo que uno quiera. Una libertad así entendida coincide con el capricho del placer. Podría decirse que la imagen y la meta con las que se miden las ideologías de la liberación coinciden con el anarquismo. Está claro que en una concepción como ésta, familia, moral, Dios, aparecerán necesariamente como otros tantos impedimentos de la libertad" (Iglesia, ecumenismo y política, Madrid 2005, pp. 283-284).
 
De esta libertad sin límites y sin contenido, se pasa rápidamente al egoísmo (y al hedonismo, claro) como normal central de la vida. Cada uno busca única y exclusivamente su propio bien a costa de lo que sea y por encima de quien sea. Así se desemboca en la cultura de los más fuertes -esto es puro Nietzsche, la filosofía nihilista- que pueden imponerse; lo débil se mira mal y se rechaza: es cultura del aborto y de la eutanasia, de muchísima soledad y de muerte.
 
Cuando escuchemos entonces los discursos que hablen de "verdad", "tolerancia", "derechos", "libertad", no nos dejemos seducir por estas palabras, sino miremos realmente qué se está afirmando y seamos críticos con ellas. El resultado es esta cultura agónica en la que vivimos, que no es nada buena para el hombre al que dice exaltar.
 
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